RELIGIÓN

La Iglesia después de Benedicto XVI

Ratzinger ha dejado el camino marcado. No debería sorprendernos que Francisco, que acaba de cumplir 86 años y al que le falta parte de uno de sus dos pulmones y se mueve en silla de ruedas, presente también su renuncia próximamente

La Iglesia después de Benedicto XVI

Efe.El Papa Emérito Benedicto XVI y el Papa Francisco I.

El fallecimiento el último día del año 2022 del Papa emérito (Benedicto XVI) supone un hecho de enorme trascendencia a pesar de que este había dejado de ser la cabeza de la Iglesia Católica desde febrero de 2013, sucediéndole el actual pontífice, el argentino Jorge Mario Bergoglio, quien quiso ser llamado "Francisco". Y decimos de enorme trascendencia tanto por lo que ha supuesto su pérdida en sí como por la audacia de que hace casi una década, y tras ocho siglos sin hacerlo ningún otro Papa, decidiera presentar la renuncia y no fallecer siendo el Obispo de Roma, que es, a fin de cuentas, y a pesar de tanta papolatría, lo que es el Papa: un obispo que posee la condición de primus inter pares pero que, a fin de cuentas, y lo primero de todo, es un obispo. Eso sí, con la condición de ser considerado "Vicario de Cristo" en la Tierra, que no es poco.

Lo primero que se pierde con el fallecimiento de Joseph Ratzinger, que era su nombre cuando aún ostentaba la categoría de Decano del Colegio Cardenalicio, es a uno de los últimos teólogos de la llamada renovación posconciliar. Llamado por el Cardenal-Arzobispo de Colonia (Joseph Frings) para que le acompañara en las sesiones del Concilio Vaticano II (1962-65) en su condición de perito, Ratzinger se encontraba entre los miembros más destacados de la renovación de la Teología que tuvo lugar en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, y en la que también tuvieron importante participación otros destacados teólogos como Hans Küng, Yves Congar, Karl Rahner o Edward Schliebeck.

Aquí queda su quizás principal legado: una amplísima obra teológica (básicamente centrada en la Dogmática-Fundamental) que incluye tres encíclicas, varias obras sobre la figura de Jesús de Nazaret y hasta un auténtico best-seller: su célebre Introducción al cristianismo, publicada a finales de los años sesenta y que seguramente constituye la obra de Teología más importante del último siglo de vida. Todo ello sin olvidar sus tres libros-entrevista con el periodista alemán Peter Seewald, quien, por cierto, reconocería tras sus numerosas conversaciones con Ratzinger que este portentoso profesor y teólogo alemán había logrado su conversión al cristianismo tras haber abandonado la fe cristiana en su juventud.

Benedicto XVI.

Benedicto XVI.

Benedicto XVI contra la pederastia

Otro legado fundamental de Benedicto XVI en sus casi ocho años como pontífice fue la decidida lucha contra la lacra de la pederastia. Tan decidido estaba a erradicar este tema que, en los últimos años de su vida reconocería haber solicitado personalmente al entonces Papa Juan Pablo II, quien le tenía por su ideólogo pontificio, que le pidiera llevar las investigaciones sobre temas relacionados con la pedofilia desde la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, al frente de la cual estaba desde 1981, y ante la realidad, en palabras de Ratzinger, de que ni la Sagrada Congregación de los Obispos ni del Clero actuaban con la suficiente contundencia en este espinoso asunto. Así, cursó esa solicitud al Papa Wojtyla y este se lo concedió de inmediato. Una guerra contra esta lacra que, por cierto, ha continuado el Papa Francisco, y que resultaba muy necesaria.

Fue aquí donde más acreditada quedó la valentía y el compromiso de Benedicto XVI con su condición sacerdotal: sin mayores miramientos, ordenó a Marcel Maciel, fundador de la Legión de Cristo, que se retirara a una vida de oración y penitencia, sabedor de que el fundador de este orden mantenía una vida no precisamente ejemplar y que este comportamiento podía arruinar a tantos miembros de la Legión de Cristo que llevaban y siguen llevando una vida ejemplar. Y no le tembló la mano a pesar de que Maciel estaba protegido por el mismísimo Cardenal Sodano, uno de los dos secretarios de Estado que tuvo Juan Pablo II (el primero había sido Agostino Casaroli) y quien consideraba que se trataba de un mal menor en una orden, la Legión de Cristo, que aportaba ingentes cantidades de dinero a la Santa Sede. Pero es que Ratzinger estaba tan convencido de que un día debería presentarse ante Dios y rendir cuentas de su actuación en este mundo, que dijo un "no" rotundo a la política de seguir mirando para otro lado. Todo ello sin olvidar su durísima carta a los obispos irlandeses de 2010, uno de los países donde tradicionalmente la Iglesia ha sido poderosísima y donde se habían cometido muy graves abusos: también a ellos les recordó el compromiso que habían adquirido el día que, como él (en su caso, el 19 de marzo de 1950), se habían ordenado sacerdotes y lo que ello implicaba.

En lo que se refiere a su política de nombramientos cardenalicios, Benedicto XVI siguió la línea marcada por sus antecesores: conceder la púrpura cardenalicia a aquellos obispos que ejercían en las diócesis consideradas cardenalicias (en España, por ejemplo, Madrid, Barcelona y Toledo). Sería su sucesor Francisco quien acabaría con el llamado carrierismo: es decir, hacer "carrera" dentro de la Iglesia para intentar acabar en una diócesis que tuviera asegurado el cardenalato y que diera la posibilidad al nombrado para dicho obispado o arzobispado de poder convertirse un día en Sumo Pontífice en caso de convocarse un cónclave. Así, desde que Francisco es Papa, la mayoría de nuevos cardenales no pertenecen a las tradicionalmente consideradas "diócesis cardenalicias".

La retirada de Benedicto XVI

Benedicto XVI, por otra parte, ha dado una auténtica lección de humildad a todos los niveles. Primero se atrevió a presentar la renuncia como Papa a pesar de que, desde Celestino V, allá por el siglo XIII, nadie lo había hecho antes: no tuvo el más mínimo reparo en confesar que no se sentía con fuerzas suficientes para seguir gobernando "la barca de San Pedro". En segundo lugar, se retiró por completo de la vida pública para no interferir en el pontificado de su sucesor, Jorge Mario Bergoglio: ambos compartían secretario (el arzobispo Georg Ganswein, colaborador de Ratzinger desde los tiempos en que este ejercía como Prefecto para la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe); seguramente le dio a su sucesor muchos y muy buenos consejos; y, a partir de ahí, dejó claro que se había marchado con todas las consecuencias. Finalmente, se dedicó por completo a una vida de oración, lectura e incluso practicó una de sus principales aficiones, que era tocar el piano (sobre todo piezas de Wolfgang Amadeus Mozart).

Pero, ciertamente, también hubo sombras en su pontificado. La más importante tiene que ver con la Secretaría de Estado, que, frente a lo que muchos creen, es la que realmente gobierna la Iglesia, ya que el Papa ocupa la mayor parte de su tiempo viajando (no olvidemos su condición de Jefe de Estado y de Gobierno desde que se firmaran los Pactos de Letrán en 1929 y naciera así el Estado de la Ciudad del Vaticano), recibiendo a fieles, celebrando misa, respondiendo a numerosa correspondencia y reuniéndose periódicamente con los prefectos de las diferentes congregaciones, a los que suele conceder mucho margen de autonomía.

En relación con ello, Ratzinger, en el momento de convertirse en Benedicto XVI (19 de abril de 2005), decidió que su secretario de Estado fuera alguien de la Curia, de ahí que eligiera al entonces Cardenal-Arzobispo de Génova, Tarcisio Bertone. Formalmente, Bertone era el secretario de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, pero en la práctica no era el clásico cardenal curial, sino alguien de fuera. Y ahí, en su bienintencionada acción, Ratzinger cometió un claro error: Bertone pronto se vio rodeado de enemigos, no supo en muchos casos tomar la decisión acertada y sólo faltó que se retirara a una auténtica mansión para que su figura quedara desprestigiada y con ello manchara indirectamente a Benedicto XVI, su principal defensor durante años.

Bergoglio, convertido en el Papa Francisco a mediados de marzo de 2013, tomó nota del error de Benedicto XVI y nombró secretario de Estado, en sustitución de un agotado Bertone, a Pietro Parolin, por aquel entonces Nuncio en Venezuela y que, como miembro del cuerpo diplomático vaticano, había hecho toda su carrera dentro de la Secretaría del Estado. El resultado a la vista está: si el pontificado del Papa Ratzinger finalizó con la publicación de numerosos documentos fotocopiados y entregados a periodistas por parte del mayordomo de Benedicto XVI (Paolo Gabrielle), dando lugar al escabroso tema llamado Vatileaks y dejando muy tocado al Papa Ratzinger, ahora la Secretaría de Estado es un auténtico "remanso de paz" más allá de temas puntuales como el juicio al Cardenal Becciu, hasta hace poco Sustituto de la Secretaria de Estado, por apropiación indebida.

El cuerpo de Benedicto XVI reposa en la basílica de San Pedro.

El cuerpo de Benedicto XVI reposa en la basílica de San Pedro.

En todo caso, Benedicto XVI, aquel Papa que rompió tantos moldes (y que dejó en evidencia a los energúmenos que le llamaron en su momento "Rottweiller de Dios", "Inquisidor" o "Panzercardinal"), dejó el más importante legado y el camino marcado a Francisco con su renuncia en función de su salud. En la práctica, era pura coherencia con lo establecido por el Concilio Vaticano II: si desde hace más de cincuenta años los obispos se encuentran obligados a presentar la renuncia al Papa al cumplir los 75 años de edad, ¿por qué no él, que es igualmente obispo (de Roma) y que también puede sufrir los achaques del paso del tiempo, no iba a hacer lo mismo? De ahí que no deba sorprendernos que un Francisco que acaba de cumplir hace unas semanas ochenta y seis años de edad; que le falta parte de uno de sus dos pulmones; y que hace meses que se mueve en silla de ruedas, presente también la renuncia en unas semanas (o quizás en unos meses) después de haber presidido las exequias de Benedicto XVI, lo que llevaría a la inmediata convocatoria de un nuevo cónclave. Un cónclave donde, por cierto, por primera vez superarían en número los cardenales no europeos a los europeos (¡hasta Oceanía tiene varios cardenales en este momento!), y donde lo lógico es que el siguiente Papa fuera un africano o un asiático. Y es que, aunque Europa languidece por momentos y América ya no es lo que fue (con los católicos yéndose en masa hacia iglesias evangélicas), debe tenerse presente que la Iglesia Católica está muy pero que muy viva tanto en África como en Asia, con los seminarios llenos y las vocaciones sacerdotales al alza.

Pero no adelantemos acontecimientos: es el momento de despedir al Papa teólogo, profesor y comunicador, al hombre que se autocalificó como "un humilde trabajador en la viña del Señor", y que ha sorprendido gratamente a tantos y tantos desde que se convirtiera en el primer pontífice del siglo XXI. Descanse en paz un Benedicto XVI que para un profesor universitario como es el caso de quien escribe estas líneas, constituye todo un modelo a seguir: sencillamente, un Papa para la Historia "con mayúsculas".


(*) Pablo Martín de Santa Olalla es Doctor en Historia Contemporánea y en la actualidad ejercer como Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Nebrija.