Fernando Simón: mascarilla sí, mascarilla no

Ser portavoz de lo que sea es caminar continuamente con una bomba de relojería en la garganta. Y enfrentarse diariamente a una pandemia que ha causado ya casi 30.000 muertos y a una ciudadanía que quiere saber la verdad, y que más o menos está convencida de que no se la están contando, es sinónimo de constantes voladuras descontroladas, algunos errores, discretas manipulaciones, medias verdades y pequeñas mentiras. No he podido evitar acordarme del director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias cuando en una novela que acabo de leer recientemente, y que no se desarrolla en España ni va de plagas, un alto cargo del partido en el poder comenta a dos subordinados: “Los ciudadanos tampoco necesitan conocer todos los detalles… con eso lo único que se consigue es confundirlos”.

Si históricamente los portavoces de Moncloa, sean del partido que sean, se dedican a vender motos de distintas cilindradas cuando se ponen delante de los micrófonos una vez a la semana, no tenemos que sorprendernos demasiado que Fernando Simón, que sale todos los días, nos venda las suyas en la misma proporción que aquéllos pero cada 24 horas.  Por eso, no es de extrañar que este epidemiólogo de trayectoria intachable, que no milita en partido alguno y del que todos los que le conocen hablan maravillas, busque con ahínco, moto tras moto, no confundir a los ciudadanos.

Nadie pone en duda el currículum de este zaragozano de 56 años, de voz ronca y aflautada, que llegó al puesto de la mano del PP, exactamente con Ana Pastor,  y que se ha mantenido en él con los últimos 12 ministros de Sanidad de los dos grandes partidos. Su trabajo como epidemiólogo de prestigio internacional le ha llevado a Burundi, Somalia, Tanzania, Togo, Mozambique, Guatemala y Ecuador. Y después de pasar por todos estos países aún tuvo tiempo de ampliar conocimientos en la London Scholl Hygiene and Tropical Medicine de la capital inglesa. Allí lo fue a buscar la dirigente popular para que volviera a España.

Toda su historia, sobresaliente historia, está ahí. Pero sus errores de bulto a lo largo de esta pandemia maldita, también. Es verdad que nadie sabía nada concreto de este bicho y que a todo el mundo le ha cogido bastante desprevenido, aunque algunas alarmas ya habían empezado a sonar. Pero cuando se es un científico, no un político o un periodista, a la vez que portavoz y se va por la vida con esa bomba de relojería en la garganta hay que tener mucho cuidado al abrir la boca.

Porque señales de humo, había. Distintos organismos internacionales, entre ellos la Organización Mundial de la Salud (OMS), anunciaron, mucho antes de que supiéramos de la existencia de Wuhan, que “un brote de enfermedad a gran escala era una perspectiva tan alarmante como realista”. Incluso un periódico de Madrid, muy cercano al Gobierno, abrió con ello a cinco columnas una de sus ediciones de papel. Y más aún: en febrero de este año, Tedros Adhanom, director de la OMS, decía, cuando ya sabíamos dónde estaba Wuhan, que debíamos prepararnos “para una potencial pandemia”.

No vamos a caer en la tentación, ni mucho menos, de achacarle todas las muertes que nos están cayendo del cielo. No y cien veces no. Pero sí censurarle su arrogancia, su prepotencia en determinadas ocasiones y un cierto deje perdonavidas en algunos momentos. Fue él quien públicamente, siempre públicamente, minimizó desde el principio la amenaza; él quien, entre sonrisas, dijo que no había un riesgo poblacional; él quien afirmó tajantemente que “España no va a tener más allá de algunos casos”; él quien señaló que la incidencia de la gripe era muy superior a la que pudiera tener el coronavirus; él quien dijo el 28 de febrero que no tenían que suspenderse los actos públicos y el 4 de marzo que el cierre de colegios no reduciría el riesgo de trasmisión.

El pasado 25 de abril, Pedro Alonso, director del programa de malaria de la Organización Mundial de la Salud dijo en una entrevista con El País: “Se ha demostrado que los esquemas mentales humanos no reconocen la globalidad del mundo. Desde enero sabemos que había un brote de enfermedad rara en China y en cuestión de días se secuencia el virus y se publica. Sabíamos que tenía potencial de transmitirse de humano a humano. Es bastante evidente que desde Europa se veía como un problema lejano. Ha habido declaraciones en las que se afirma que ‘aquí no llegará’ y que si llega ‘lo sabremos controlar’. Declaraciones de una arrogancia notable. Estos son esquemas mentales tipo ‘nosotros estamos en nuestro país y estas cosas no van a llegar’. ¡Y peor aún! Decimos que si nos llegan somos tan capaces que lo resolveremos sin ningún problema y en dos días”.

Y el problema no es sólo que China está muy lejos. Porque luego fue en Italia, que está a la vuelta de la esquina, y aquí ni se oyeron las alarmas, que ya entonces eran muy sonoras, ni se vieron las señales de humo, que ya entonces fueron muy visibles. El mensaje del  Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad seguía siendo el mismo: tranquilidad que no es para tanto y si viene aquí no vamos a  tener “más allá de algunos casos”.

Un experto en la materia –de los que no están en el grupo que asesoran al Gobierno– que sigue y analiza todas las comparecencias de Fernando Simón, afirma que es evidente que se equivocó claramente en el diagnóstico y que las hemerotecas de febrero y marzo así lo confirman; que es evidente también la falta de transparencia y de rigor en los datos suministrados cada día; y que son evidentes, y esto es más difícil de explicar, los cambios de criterio en determinadas cuestiones, como por ejemplo mascarillas sí, mascarillas no, mascarillas sí. Y lo peor de este último caso es que parece que sus cambios de opinión iban en sintonía con el devenir de la ‘crisis de mascarillas’ que durante mucho tiempo azotó al Gobierno de Pedro Sánchez.

Errores de bulto –aquellos y éstos– que a otros le hubieran conducido directamente al paredón, tras un merecido linchamiento mediático y público, no parecen hacer mella en Fernando Simón. Será porque es el cortafuegos perfecto para que los muertos no alcancen ni al presidente ni a su entorno; será por su tono calmado que invita al sosiego y a la tranquilidad cuando se habla de tantas víctimas; o será quizá por esa  rebequita con la que suele salir a la palestra, que es muy llevadera para soportar el cierzo canalla de su ciudad natal y que ahora le debe servir de coraza protectora para hacer frente a todo aquel que le recuerde que no solamente no vio venir lo que llegaba sino que cuando llegó tampoco alertó de lo que realmente se nos venía encima.

Sobre el autor de esta publicación

Luis Villajos

Luis Villajos (Madrid, 1982) es subdirector de Republica.com. Lleva desde 2011, casi desde su fundación, trabajando en este diario. Su paso por diferentes puestos hasta el actual le confieren una amplia visión del funcionamiento de la redacción. Está especializado en información política, aunque también le interesan la actualidad internacional y los temas de denuncia social.

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