Volcán de La Palma: Máximo, el último que salió de casa, cuando la lava llamaba a su puerta

Máximo Cabrera, vecino de La Laguna, fue junto con su esposa Rosabel Díaz el último en abandonar su casa, cuando las coladas del volcán de Cumbre Vieja entraban en el pueblo.

Máximo Cabrera en su casa de La Laguna

Alfredo MerinoMáximo Cabrera en su casa de La Laguna

Máximo Cabrera en su casa de La LagunaFue casualidad. Un par de días antes del 19 de septiembre de 2021, Máximo Cabrera y su esposa Rosabel Díaz tomaban un cafetito en el porche de su casa. “Ha sido duro, pero mereció la pena. Ahora queda disfrutar”, dijo él, mientras contemplaba la huerta desbordante de frutos, las gallinas picoteando alrededor y una larga vida no menos llena de trabajo y lucha. “Sí que lo ha sido, pero ya nos toca disfrutar”, respondió ella.

Máximo y Rosabel llevan 48 años de matrimonio y unos cuantos más residiendo en La Laguna, barrio de los Llanos de Aridane, en el oeste de La Palma. Agricultor mucho tiempo, luego se dedicó a la exportación de plátanos a la Península, hasta que a este emprendedor le llegó la jubilación, apenas hace tres años.

A las 14:10 de aquel domingo 19 de septiembre, un espantoso estruendo les sacó de su ensoñación. Sobre su casa la tierra se abrió de un golpe y empezó a vomitar violentos espumarajos de lava al tiempo que una densa columna de gases ocupaba el firmamento. El volcán de Cumbre Vieja había entrado en erupción. Seis meses después, esta pareja de jubilados ha podido regresar a su casa, desde donde reviven aquellos terribles momentos.

Destrucción frente casa Máximo Cabrera

Los vecinos de Los Llanos de Aridane estaban avisados de que la explosión se iba a producir, aunque nadie podía decir cuándo. “De repente, la escuchamos. Entonces subimos a la terraza y vimos que había aparecido el volcán”, recuerda Máximo. “Al principio las coladas bajaron por el lado sur, así que nos permitieron seguir en casa”, cuenta.

Durante tres interminables semanas soportaron aquella situación. Sometidos al intimidante ruido del volcán y bajo las irrespirables nubes de gases, zarabandeados por los enjambres sísmicos, noches de insomnio iluminadas por el resplandor que brotaba de las entrañas de la tierra. “El ruido era espantoso, pero nos acostumbramos. También a los temblores, lo que no podía resistir era el olor azufre”, recuerda Rosabel. Semanas de temor y vigilia en las que tuvieron tiempo de vaciar la casa. “Sabíamos que tarde o temprano tendríamos que salir, así que sacamos todo menos los muebles grandes”.

Mientras llegaba el momento, su vivienda se convirtió en punto seguro donde recalaron Protección Civil, la Cruz Roja, Guardia Civil, los periodistas. “Había un puesto de la Guardia Civil cercano, me acerqué y les ofrecí mi casa. Me pasaba el día haciendo café para todos”, cuenta Rosabel. Así estuvieron hasta que se derrumbó el cono volcánico y las lavas marcharon directas rumbo a La Laguna. “No tardaron el alcanzar el pueblo. Entonces tuvimos que irnos. Fuimos los últimos en salir de casa”, recuerda Máximo.

Coche calcinado por las coladas en La Laguna

“Entraron a robarnos cuando nos habíamos ido”, cuenta Máximo mientras levanta la tabla que atranca la puerta de la terraza. Evacuado el pueblo, los cacos se dedicaron a asaltar viviendas. El Ejército y la Guardia Civil tuvieron que echar horas extra en labores de vigilancia. “No se llevaron nada, porque lo habíamos sacado todo, pero en otras casas sí que robaron”, añade. No se contentaron los delincuentes con allanar las viviendas. Tuvieron tiempo para decorar la fachada de la casa de enfrente con pintadas obscenas.

Durante el tiempo que estuvieron evacuados, Máximo subía todos los días al mirador de Tajuya armado con unos prismáticos. “Miraba a ver si la lava ya se había tragado nuestra casa, estaba convencido de que aquel momento acabaría llegando”. Hubo suerte y la colada la perdonó, se detuvo a menos de cinco metros de la fachada.

Visitas de 20 minutos al infierno

Aquellos días, a los vecinos les permitían ir a sus casas para coger sus pertenencias, las gallinas, los gatos que dejaron abandonados. Acompañados de miembros del Ejército o de Protección Civil, durante escasos 20 minutos, realizan un viaje al infierno. Provistos de mascarillas y gafas, tenían que cubrirse la cabeza para protegerse de la incesante lluvia de cenizas cortantes. “Cuando veíamos el panorama nos decíamos que jamás volveríamos a casa”, rememora la pareja.

La Laguna construcción carretera

Seis meses después del inicio de la tragedia y tres desde el fin de la erupción, Máximo Cabrera contempla desde la terraza de su casa el panorama de desolación y ruina que les rodea. “Mira esa parte”, indica al periodista, señalando el lado norte de la ladera que trepa perezosa desde el mar a la montaña. Por ella se esparce un desordenado pero delicioso conjunto. Casas, calles, el parque de bomberos, almacenes, huertas, el colegio, más arriba la iglesia, al fondo las inconfundibles plataneras.

“Mira ahora a este otro lado”, dice y señala el mar oscuro e informe de coladas de lava que ha borrado la mitad del horizonte y a partido por la mitad tantas vidas. “Todo era igual, pero se ha perdido para siempre”, se dice a sí mismo resignado.

La casa de Máximo se salvó de milagro. La ola petrificada en que se ha convertido el borde de la colada se eleva a cinco metros de su casa. Muralla informe de más diez metros de altura en la que sobresalen los restos de lo que fue un pueblo. Los vecinos de enfrente han tenido peor fortuna. Las coladas se han llevado la mitad de una casa, el resto quedó sepultado por la masa oscura en la que permanece encallado un coche calcinado, un depósito de agua en ruinas y los restos de huertas, calles y construcciones.

La calle de la Cruz Alta, a la que se abre su casa, continúa unos metros más allá, hasta que el asfalto desaparece bajo el muro informe de materiales solidificados. El bazar, la farmacia, el supermercado de la esquina, la gasolinera…todo se lo llevó por delante la riada incandescente, que no se detuvo hasta que saltó al Atlántico, donde ha formado dos fajanas que añadieron 50 hectáreas la superficie de la isla.

Resiliencia palmera

Sobre el malpaís que cubre gran parte de La Laguna, Todoque, El Paraíso, Las Manchas y otros barrios del sur de Los Llanos de Aridane, trabaja estos días un incansable ejército de operarios, máquinas excavadoras y camiones. Se afanan para abrir la carretera que lleva a Fuencaliente. Las coladas sepultaron todas las vías de comunicación, partiendo en dos la isla. Para hacer un trayecto que antes se tardaba 40 minutos, ahora hacen falta más de dos horas.

“Sí que hemos tenido suerte, nuestra casa se salvó y hemos podido volver, mientras que todavía hay muchos que lo perdieron todo”, se consuela Máximo mientras contempla el trajín de las máquinas. No le falta razón, algunos vecinos tuvieron que salir a escape, la mesa puesta y la comida en los platos, y seis meses después del fin de la erupción, 453 personas continúan alojadas en hoteles, mientras que otro número indeterminado sigue en caravanas y viviendas de familiares y amigos.

Recuperación La Laguna

Esto a pesar de que las autoridades afirmaron su voluntad de que, a partir del pasado mes de enero, nadie estuviese en esa situación provisional. La ausencia de alternativas habitacionales, los precios desbocados que, tras el volcán, ha alcanzado el mercado inmobiliario palmero y el que, a la hora de cerrar esta información, no se hayan hecho efectivas las ayudas al alquiler, lo hacen más que difícil.

Echa Máximo una última mirada al trajín de las máquinas que trabajan sobre las coladas y sale de la terraza. “Tenemos que continuar, no queda otra”, concluye. En la cocina, Rosabel ha preparado un cafetito. Están dispuestos a seguir navegando sobre el sentimiento gris que ha anegado su patria chica. Resiliencia palmera ejemplar. Bajo el volcán la vida sigue.

Sobre el autor de esta publicación

Luis Villajos

Luis Villajos (Madrid, 1982) es subdirector de Republica.com. Lleva desde 2011, casi desde su fundación, trabajando en este diario. Su paso por diferentes puestos hasta el actual le confieren una amplia visión del funcionamiento de la redacción. Está especializado en información política, aunque también le interesan la actualidad internacional y los temas de denuncia social.