30 años del crimen de Alcàsser

El día en el que nació la telebasura

El Caso Alcàsser abrió una espita en la televisión por donde brotó la obsesión por aumentar la audiencia a costa de la barbarie, la especulación por los sucesos y la falta de escrúpulos con los testimonios de familiares y testigos

Nieves Herrero entrevistando a la madre de Miriam en el programa 'De tú a tú'.

NETFLIXNieves Herrero entrevistando a la madre de Miriam en el programa 'De tú a tú'.

Se cumplen 30 años del Caso Alcàsser, un suceso que abrió una espita en la televisión por la que la brotó la especulación, la podredumbre y la obsesión por aumentar la audiencia a costa de la barbarie y los sucesos. La ignominia se instaló en la pequeña localidad de Alcàsser un viernes 13 de noviembre de 1992. Toñi, Miriam y Desireé, tres adolescentes de 14 y 15 años, hacían autostop para ir a la discoteca Coolor de Picassent. A las ocho y veinte de la tarde las recogió un Opel Corsa blanco, menos de 800 metros hacia su destino, pero jamás llegaron. Setenta y cinco días más tarde, sus cuerpos aparecieron enterrados en el monte.

Lo que en un principio pareció una protesta adolescente se transfiguró en un manual encarnizado de humillación, ferocidad y sadismo personificado en forma de tortura, estupro y homicidio. Unos desalmados, de los que no todos han pagado sus penas, se creyeron con la potestad de cercenar el futuro de aquellas niñas.

Hasta aquí, desgraciadamente, el crimen de Alcàsser se habría convertido en una crónica negra más de la España profunda, pero la desgracia de aquellas adolescentes tropezó con una España enganchada a los realities en los que gente corriente había acostumbrado a la audiencia a lanzar al mundo sus detritus emocionales. Para colmo, programas como ¿Quién sabe dónde? convencieron a la opinión pública de que la televisión podía reemplazar a la investigación, ya fuera científica o policial.

Durante aquellos 75 días de eterna búsqueda, la televisión se volcó en el caso mostrando en directo el dolor de las familias y la confusión de sus amigos. Se alimentó de un padre desesperado, convencido de su verdad, que se dejó azuzar por pseudoperiodistas que le convencieron de que tenía que crear un storytelling para que nadie se olvidara del caso.
Tanto es así que hubo hasta quien le organizó al infortunado hombre un plan de comunicación carroñero con la única obsesión de aumentar el ruido. Daba igual. Papel, radio o televisión. Por lo menos eso se deduce del documental que estrenó Netflix el 14 de junio de 2019. En el primer capítulo de esta serie de cinco, una periodista inglesa confiesa que le recomendó al padre que diera a la prensa los temas "poco a poco".

Todo en este caso fue un sindiós. Una falta de respeto inaceptable que, al volver la vista atrás, provoca una absoluta vergüenza ajena y rechazo a la profesión que escogimos con tanto entusiasmo.

Caso Alcàsser, anarquía de información

En esta anarquía deshonesta de información, la madre de Miriam se enteró por televisión de la aparición de los cuerpos. El 30 de enero de 1993 el entierro se retransmitió en directo, las cámaras robaron el dolor familiar en directo sin respeto y, lo que es peor, sin ningún tipo de pudor. Sin respetar ni siquiera el espacio personal en el que llorar a sus muertos.

Días después, el pueblo de Alcàsser se transformó en un inmenso plató de televisión donde Nieves Herrero se convirtió en la directora de una vomitiva orquesta. In situ. Todo por la audiencia. Corrían los primeros años de las televisiones privadas y la pelea era brutal. Mucho más que ahora si cabe. Entre el 25 de noviembre de 1992 y el 20 de enero de 1993, ¿Quién sabe dónde? pasó de un 37,9% a un 48% de audiencia. Entre el 19 de noviembre y el 10 de diciembre de 1992, De tú a tú pasó de un 18,1% a un 22,8% de cuota de pantalla. Pero no solo ellos participaron en la batalla. El caso Alcàsser ocupó cientos de portadas en los periódicos.

En su programa en directo desde Alcàsser, Nieves Herrero no tuvo ningún inconveniente en preguntar por el resultado de la autopsia y antes las evasivas del especialista, ella continuaba metiendo el dedo en la llaga. Repreguntaba sin miramientos. “¿Fueron maltratadas?”. Con todo el pueblo como espectador y ante tres familias rotas, el único que mostró cierto grado de sensatez fue el alcalde de la localidad. Al ver cómo se estaban desarrollado los hechos, indignado abandonó el plató “porque todo le pareció una salvajada”.

Sin duda a Nieves Herrero aquello se le fue de las manos. Ella pidió perdón y en su defensa confesó no ser consciente de la que se le venía encima. El caso es que aquella metedura de pata, semejante falta de ética y respeto le costó el programa y quizá la carrera. Durante muchos años su imagen se asoció impepinablemente al Caso Alcàsser. Lo cierto es que Herrero cogió la batuta que la hizo responsable. A través del pinganillo la periodista solo fue el rostro de una comparsa bien organizada que largó las culpas al último eslabón de la cadena. Una comparsa que se lavó las manos y quedó indemne de la barbarie.

Nace el 'telemorbo'

A pesar de las audiencias millonarias, la opinión pública se sintió embestida. Las críticas surgieron en cascada. Aunque parezca mentira, aquella indignación popular no sirvió de nada. Cuatro años después, en 1997, justo cuando arrancó el juicio contra Miguel Ricart (el único detenido que no significa que fuera el único presuntamente implicado), Pepe Navarro en Esta noche cruzamos el Mississippi fortaleció lo que podríamos bautizar como el telemorbo.

Pepe Navarro entrevista en su programa a Fernando García, el padre de Miriam.

Pepe Navarro entrevista en su programa a Fernando García, el padre de Miriam. TELECINCO

El presentador y su equipo convirtieron el caso en el estandarte del programa. Lanzaron acusaciones sin pruebas, emitieron juicios paralelos, hipótesis de una instrucción dirigida, teorías de sectas satánicas o grabaciones de snuffs movies. Fernando García, el padre de Miriam, se convirtió en un clásico en plató donde contaba los avances de la investigación. Invitaron a supuestos especialistas, investigadores y forenses, lo que fuera necesario para mantener la audiencia. De madrugada, los espectadores del Mississippi estaban más atentos a lo que pudiera decir el padre de Miriam, el forense Frontela o cualquiera de los hermanos Anglés que de la verdad que se resolvía en el juzgado.

No contentos con el resultado, en el Mississippi se pusieron la ética periodística por sombrero y publicaron las fotos de los cadáveres. Un asunto que enfrentó para siempre a los progenitores de las niñas. García pasó de padre coraje a personaje defenestrado y denunciado por injurias y calumnias.

Estos programas hicieron mucho daño al periodismo de sucesos, lo comercializaron como un espectáculo mercantilista. El ansia por el "y yo más" desfiguró la frontera que separa los testimonios del morbo. Convirtió la información de sucesos en un circo mediático.

Un suceso no es igual a sensacionalismo, pero el sensacionalismo sí es igual a espectáculo mediático. Dicen que de los errores se aprende más que de los éxitos. El Caso Alcàsser debería haber servido para delimitar la línea roja que surge entre el Derecho a la Información y la protección de la intimidad.

Cogiéndonos el respeto y el derecho con papel de fumar, poco hemos cambiado en estas tres décadas. En momentos puntuales, la televisión no tiene escrúpulos.  Si encarta, abandona su esencia de servicio público en busca de audiencias millonarias cuyo retorno de la inversión engorda las arcas empresariales. Delitos como el Caso de Sandra Palo (Getafe, 2004), el Caso de Anabel Segura (Madrid, 1993), el Caso Wanninkoff-Carabantes (Mijas, 1999-Coín, 2003), el Caso de Mari Luz Cortés (Huelva, 2008), el Caso Bretón (2011), el Caso de Gabriel (Almería, 2018), el Caso Julen (Málaga, 2019), incluso, el Caso Tomás Gimeno (2021), todos ellos han sublevado las parrillas en busca del morbo.