Como en todas las coronaciones británicas, la lluvia se convirtió en la tercera protagonista de la fiesta, por detrás de sus majestades los reyes Carlos III y Camila. Por fin llegó el día. La espera ha sido demasiado larga, 70 años desde la última coronación. Es lógico que los británicos se hayan vuelto locos.
A las 10.46 de la mañana, los reyes de España, Felipe VI y Letizia, salían de la embajada española rumbo a la abadía de Westminster, el lugar que ha acogido desde hace casi mil años las celebraciones más importantes de los monarcas británicos y que el sábado 6 de mayo celebraba su cuadragésima consagración real.
De rosa, el color que desde hace tiempo parece que es su favorito, Letizia lucía un dos piezas pepplum de largo midi firmado por Carolina Herrera y un maravilloso tocado que evocaba en su forma a una pamela. Por su parte, Felipe VI vestía el uniforme de capitán general del Ejército de Tierra, aquel que llevó en su proclamación. De coronación a coronación.

El rey Felipe VI y la reina Letizia, rumbo a la Abadía de Westminster.
Desfile de invitados
Los 2.000 invitados esperaban en la abadía a la pareja real que con, puntualidad británica, a las 10.20 de la mañana (hora local) arrancaba la procesión del rey.
Carlos III y Camila salían del Palacio de Buckingham en la carroza del Jubileo de Diamante, tirada por seis caballos grises, y que fue construida para conmemorar el 60º aniversario del reinado de Isabel II en 2012. En tan solo 20 minutos los reyes recorrieron los dos kilómetros que separan Buckingham de la abadía de Westminster.
Abrazado por la histórica capa de armiño, Carlos III prefirió ser coronado con uniforme militar. Su esposa, la reina Camila ya había anunciado que estrenaría un diseño de Bruce Oldfield, el modisto fetiche de Lady Di. Cuenta el maestro de las agujas que él fue el responsable del glamour de Diana y el que ha otorgado confianza a Camila.
Veinticinco años después, la sombra de Diana es alargada. Camila será reina, pero jamás fue princesa de Gales. Entre tanto peloteo y tanta limpieza de imagen, al único que no se ha metido en el bolsillo la madrastra del cuento es a Elton John. El cantante, íntimo de Diana, se negó en rotundo a participar en semejante jolgorio británico.
Mientras los futuros reyes coronados se paseaban por las calles londinenses. El resto de los Windsor hacían su entrada triunfal en la abadía. El príncipe Harry escoltado por sus primas Beatriz y Eugenia, hijas de Andrés de Inglaterra, que iba detrás y, justo a continuación, los duques de Edimburgo, por último, la princesa Ana vestida con honores militares y los príncipes de Gales acompañados por sus dos hijos pequeños, la princesa Carlota y el príncipe Luis.

Carlos y Camila en la carroza del Jubileo de Diamante que los condujo a la Abadía de Westminster.
La novia que no pudo ser
Como la novia real que no pudo ser, de blanco impoluto, Camila fue la primera en bajar de la carroza. Entraba por la gran puerta oeste de la abadía de Westminster escoltada por cuatro pajes, sus tres nietos y un sobrino nieto.
El óxido del tiempo ha resarcido a la mujer a la que impidieron casarse con el heredero por ser católica. Ella, que asistió como invitada a la boda del que (nos guste o no) ha sido el amor de su vida, ha conseguido ser coronada como reina de Inglaterra.
Tras ella, entraba Carlos III, el rey sándwich, escoltado también por cuatro pajes entre los que se encontraba el príncipe Jorge, su nieto y el primogénito del heredero al trono, el príncipe Guillermo.
Ambos hicieron el paseíllo bajo los acordes del himno de la ceremonia compuesto por Sir Andrew Lloyd Weber, creador de musicales como Jesucristo Superstar, Evita, Cats o El fantasma de la ópera.
El coste de la coronación de Carlos III, que no se hará público hasta que finalicen los fastos, se estima que oscilará entre unos 50 y 100 millones de libras, es decir, alrededor de 57 y 114 millones de euros.
Como se trata de un evento de Estado, los gastos correrán a cargo del erario, así como del palacio de Buckingham, a través del monedero privado de la Firma. Lo cierto es que más que gasto debe ser visto como una inversión que tiene asegurado un ROI (retorno de la inversión), entre el turismo, el merchandising y que, de nuevo, una celebración coloca al Reino Unido en el centro del mundo.

Carlos III entra a la Abadía de Westminster para ser coronado rey.
La liturgia de la coronación
La liturgia de la coronación estuvo dividida en cinco etapas. Comenzó con el reconocimiento. Carlos III fue presentado al pueblo. El arzobispo de Canterbury, Justin Welby, ofreció el primer discurso, secundado por el de la dama de Jarretera y la dama del Cardo.
Durante el juramento, el arzobispo de Canterbury, como novedad, reconoció las diferentes religiones que conviven en el Reino Unido y pidió al rey que prometiera que respetará durante su reinado la ley de la Iglesia Anglicana.
La unción, el momento sagrado de la coronación quedó camuflado por una pantalla. Sentado en la vetusta silla de San Eduardo, Carlos fue ungido con el óleo sagrado.
Tras la entrega de los símbolos reales, Carlos III fue investido rey. “Rey de reyes, señor de señores, bendice te rogamos esta corona y santifica a tu siervo Carlos sobre cuya cabeza la colocas este día como símbolo de majestuosidad real. Para que sea coronado con tu misericordioso favor y colmado de abundancia y de todas las virtudes principescas”.
La corona de los Carlos
Sentado en el trono y frente a la piedra que representa el reino de Escocia, por séptima vez en la historia, un monarca portaba sobre su cabeza la corona de San Eduardo. El blasón que estrenó el anterior rey Carlos, Carlos II, en 1661 que sustituyó la corona medieval del siglo XI, desaparecida tras la ejecución en 1649 de Carlos I.
La corona de San Eduardo posee una estructura de oro macizo de 22 quilates engastada con 444 piedras preciosas y semipreciosas entre las que hay 345 aguamarinas de talla rosa, 37 topacios blancos, 27 turmalinas, 12 rubíes, 7 amatistas, 6 zafiros, un granate y una espinela rematada con un casquillo de terciopelo de color púrpura decorado en la parte inferior con una banda de armiño. Está valorada en más de 4,5 millones de dólares.
En el momento en el que el arzobispo colocó la corona a Carlos III, las campanas de la abadía sonaron durante dos minutos y se dispararon salvas en todo el Reino Unido. El hijo de Isabel II se mantuvo hierático, como una estatua. A sus 74 años la movilidad va menguando.
Con tantos arreos, no podía menear ni un ápice de su cuerpo. No se le desprendiera la corona de la testa, se le cayera el orbe o lo que fuera que pudiera desplomarse. ¡Cuánto simbolismo medieval para un rey del siglo XXI! Los británicos se las pintan solos para empatar al mundo. Ya sean monárquicos o republicanos, en momentos como estos van todos a una.
La ceremonia finalizó con la entronización. Aquí, Carlos III decidió cortar por lo sano. Más que nada porque la tradición sostiene que los miembros de la realeza tendrían que rendir homenaje al nuevo monarca arrodillándose ante él, jurando lealtad y besando su mano derecha. Sólo se postró el príncipe de Gales, heredero del trono.

Camila, investida con la corona de la reina María de Teck.
La reina feliz en su coronación
Camila tuvo también su propia ceremonia, la que no vivió el príncipe de Edimburgo. Ya saben. Cosas de la monarquía. El rey hace reina, pero la reina no cuenta con esa potestad. Que se lo digan a Enrique de Dinamarca que murió queriendo ser rey.
Camila fue investida con la corona de la reina María de Teck, realizada para su entronización en 1911. No quiso estrenar corona y prefirió reciclar una joya familiar añadiéndole algunos diamantes de la colección personal de Isabel II, como símbolo de la aceptación de su suegra. Seamos francos. Camila no cabía en sí de gozo. La cara de felicidad de la reina colisionaba con el rostro inalterable e inexpresivo de su marido.
Sonaba el himno de la coronación de Isabel II cuando los reyes descendían del trono para dirigirse a la capilla de San Eduardo. Allí, Carlos III cambió la pesada corona de San Eduardo por la del Estado Imperial. Ligero de equipaje, fue la que lució durante el desfile de regreso a Buckingham. Es la misma joya que acompañó en el ataúd a Isabel II en su último viaje por las calles de Londres. Se suele utilizar para las ceremonias de apertura del Parlamento y fue creada para la coronación de la reina Victoria, en junio de 1838.
Una vez finalizado el acto, los reyes regresaron al Palacio de Buckingham en el Carruaje de Estado Dorado. La misma tarta de oro que utilizó Isabel II en su coronación. Una carroza prima hermana de la de Cenicienta. La más antigua del reino. Una carroza de madera lacada en pan de oro que termina con tres querubines que representan a los reinos de Inglaterra, Escocia e Irlanda.
El cortejo fue precedido por la princesa Ana a caballo y seguido por el resto de la familia real repartida en diferentes carrozas.

El rey Carlos III y Camila saludan desde el balcón del Palacio de Buckingham tras la coronación.
A su llegada al Palacio de Buckingham, los reyes han sido honrados por 4.000 miembros de las fuerzas armadas. Gritos de ¡hurra! para celebrar la coronación de Carlos III y Camila.
La Familia Real ha saludado desde el balcón del palacio. El rey Carlos III y Camila primero. Después se han sumado el heredero, Guillermo, con su mujer, Catalina, y sus hijos y la hermana del monarca, Ana. Miles de personas esperaron pacientes a los reyes coronados y los jalearon a sus pies. El final de la larga y turbulenta historia de amor de Carlos y Camila.