Un domingo cualquiera
<<Imagine un mundo al revés. Un mundo en el que al hombre se le diga que la virginidad es un “tesoro” que hay que guardar, que “al paño fino en la tienda, si le cae una mancha ya no se vende”, y que en ese contexto se considere la fimosis masculina algo tan sagrado como el himen femenino. Todos los hombres tenemos de jóvenes algo de fimosis más o menos acusada, que en ocasiones puede llegar a ser patológica y de solución quirúrgica. A nosotros desde pequeñitos nuestras mamás nos manipulan el pene para ver si el prepucio es lo suficientemente amplio y, en caso de no serlo, se trata de agrandar o incluso se nos lleva al médico, que lo trata como una patología. ¿Por qué entonces no se trata así también el himen?
En un comportamiento lógico, las mamás deberían también manipular los genitales de sus hijas para ver si la entrada de la vagina es lo bastante amplia y, de no serlo, agrandarla o incluso llevarlas al médico que abriría quirúrgicamente el himen, de tal modo que, al llegar el coito, fuera lo más placentero posible.