Salvatore Giuliano
En 1945 terminaba aquella horrible tragedia de la Segunda Guerra Mundial, entre 55 y 60 millones de muertos. Las cifras son, aún hoy día, objeto de estudio y discusión, porque muchos países han ocultado, deliberadamente, la verdad por razones políticas y han mentido siempre y, según los historiadores, por “defecto” y nunca por “exceso”. De todas formas, con la entrada de las tropas del ejército de la Unión Soviética en Berlín y en el “bunker” de la Cancillería del Tercer Reich alemán concluía la gran matanza del siglo XX, hombres, en su mayoría civiles, mujeres y niños.
Por aquella época yo estaba todavía en el colegio, un adolescente con las ansiosas esperanzas puestas sobre el horizonte de la aventura de la vida que no tardaría en llegar. Sería hacia el 1946 y en casa se compraban dos diarios de Valladolid, El Diario Regional, conservador y El Norte de Castilla, de ideológico perfil liberal. Nos llegaba, también, el ABC, el gran diario madrileño y la fuente más fidedigna de lo que sucedía por el ancho mundo, con sus corresponsales acreditados en muchos países de Europa y las Américas ¡Ay! yo creo que en el kiosco me habré dejado ¡hala! todas mis propinas y algún que otro “extra” con el que mi madre, generosamente, alargaba mi poder adquisitivo. Entre tebeos, “El Coyote” y novelas de aventuras vaciaba, del bolsillo, todos mis haberes.
Apenas terminada la guerra enviaba sus crónicas, el corresponsal del ABC en Roma, el inolvidable Julián Cortés Cavanillas. Nos contaba, como si se tratara de un film neorrealista, los desastres de ese país, medio destrozado por los bombardeos del ejército aliado. Ya se sabe que cuando los anglosajones, sobre todo estadounidenses, se proponen destruir algo, lo hacen a conciencia. Y a mí me ha dado por pensar que esta manía de acoso y derribo, propia de un ángel exterminador, tiene su origen en la envidia. En la envidia por el arte ¡figurémonos en Italia! que nunca supieron crear, por la antigüedad clásica, siendo ellos un “pueblo joven”, cuyos antecesores, los “padres peregrinos”, cultivados en la escuela de la ignorancia y de la radical intransigencia, se dedicaron, en su mayor parte y durante casi ciento cincuenta años, a la caza y exterminio de los indios, ya fueran apaches, sioux o cheyenes.
Pero a lo que vamos, ese genial maestro de periodistas el corresponsal de ABC nos contaba que, en Roma, entre otras miserias de la inmediata postguerra, existía aquella de plantar trigo en una plaza de la capital italiana, presidida por una maravillosa fuente de Bernini. Y, a la par, nos daba noticias, casi a diario, de un personaje que acaparaba la crónica de sucesos y la curiosidad, yo creo, de una buena parte de la prensa internacional.
El tal se llamaba Salvatore Giuliano, bandido de profesión, siciliano. Acariciado, por la leyenda popular, como un bandido generoso, un nuevo Robin Hood. Se hablaba de sus amoríos ¿quizás un Casanova moderno? Entre sus amores verdaderos y los falsos se contó de todo. Era el rey de Montelepre, montaña agreste, pequeña ciudad de la provincia de Palermo que hunde su historia cientos de años antes de la llegada de Cristo. Invadida por atenienses y cartagineses y que, con el pasar de los siglos, se convertiría en feudo de Alfonso V de Aragón, Rey de las Dos Sicilias. La gente sencilla, ávida de fantasías que iluminaran su pobre existencia, marcada por la escasez y el sufrimiento de la guerra apenas concluida, le describía apuesto como un dios griego, generoso como un emir, fascinante como Rodolfo Valentino. En las ferias de los pueblos los “cantahistorias”, especie de charlatanes que con grandes cartelones, ilustrados como si fueran gigantografías de tebeos, contaban, a través de altavoces, en una especie de un “NO-DO” de papel, la vida de los santos, los sucesos, casi siempre crónicas de asesinatos y amores desgraciados o maridos traicionados y entre la “más ardiente actualidad”, las “hazañas” de “Turiddu”, como familiar y amigablemente se conocía a Salvatore Giuliano. Todavía, allá por los 80, recorriendo Sicilia, he conocido a estos “cantahistorias” y hecho algún reportaje para la TVE.
Pero nadie como el corresponsal de ABC, Cortés Cavanillas para contar la azarosa vida de Salvatore Giuliano. Se le atribuyeron amores de todas clases. Hay quien afirmó que un día se le vio entrar en un palacio blasonado de títulos nobiliarios, habitado por un duque y su consorte la duquesa. El marido estaba ausente, pero su dueña y esposa, acostumbrada a “dulces devaneos” cayó, medio desvanecida, en los brazos del intruso. Naturalmente, como era su deber, le robó todas sus joyas que guardó en sus bolsillos. La más preciada de ellas, el anillo matrimonial, lo desembarazó, con delicadeza, de las manos de su propietaria, para enfilárselo en las suyas. Abandonado sobre el sofá, donde habían cometido pecado de adulterio, recogió un libro, “La batalla”, del escritor americano Steinbeck, restituyéndoselo, días más tarde, con una dedicatoria escrita a mano: “No comprendo como a una reaccionaria como usted le pueda haber gustado este libro”.
Se habló, también, del gran amor entre “Turiddu” y la periodista sueca María Cyliacus que fue en su busca y entrevistándole para la prensa de su país. Sus reportajes sobre el famoso bandido tuvieron un eco internacional y dieron la vuelta al mundo. Le describía un poco simple, “mammone”, como el estereotipo quiere que sean los italianos, siempre pendientes de la “mamma” (madre), presumido, perfumado y con las uñas muy cuidadas.
El 2 de septiembre de 1943, Salvatore Giuliano, cuando trataba de esconder dos sacos de trigo procedentes del mercado negro, topó con un “carabiniere” que intentó detenerle. El bandido, que tan generoso no era, se libró del agente del orden asesinándole, a sangre fría, de un pistoletazo. Y es, en esa fecha, cuando se da al “maquis” y comienza a reclutar gente, entre familiares y amigos, para organizar una partida de bandoleros.
Eran los días en los que en Sicilia se respiraba el independentismo, apoyado por la mafia y por la Secretaría de Estado de los Estados Unidos. Es de sobra conocida la historia del desembarco norteamericano en Sicilia, a través de los buenos oficios de Lucky Luciano para contactar con la mafia, excarcelado por orden personal de Roosevelt de la prisión donde cumplía una condena de 50 años por fraude fiscal. Al gánster ítalo-americano, reconocido como el “Gran Padrino” de “Cosa nostra” la gran organización mafiosa estadounidense llamada “Sindicato del crimen”, se le prometió, en cambio de sus servicios, que si los aliados ganaban la guerra, sería expulsado de USA, por “indeseable” y repatriado en Italia. Y así se hizo y las promesas se cumplieron. Los aliados ganaron la guerra y con el repatrio de Lucky Luciano, se iniciaría, en Italia, el tráfico de drogas ¡Junto con “EL Plan Marshall”, un fantástico regalo americano!
A los Estados Unidos, pues, no les parecía mal la independencia de Sicilia del resto de Italia. A ello, sin embargo, se opusieron enérgicamente tanto Churchill, como Molotov, ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética.
Al Pentágono le preocupaba, sobre manera, el auge que el PCI, Partido Comunista italiano, aparte del resto de Italia, estaba tomando en Sicilia, territorio mafioso, - la mafia, conservadora y fiel a sus principios, “religiosos a su manera”, no ha querido, en toda su historia, “contaminarse” con una doctrina fundamentalmente atea y dictatorial.
Salvatore Giuliano, que siempre fue considerado un “uomo d’onore” (“hombre de honor”), esto es miembro reconocido de la mafia, era otro más, de entre otros miles de italianos, en aquel período turbulento, dispuesto a empuñar las armas contra el comunismo.
Muy diferente y, probablemente, más auténtica es la biografía oficial. La banda de Salvatore Giuliano se dedicaba al secuestro de personas y para su liberación pedía cifras enormes. Amenazaba a ricos terratenientes y comerciantes, con darles “protección” a cambio de un buen resarcimiento económico. En su criminal haber se han llegado a contar ¡430 muertos! asesinados a sangre fría, víctimas, en su mayoría, pertenecientes a las fuerzas del orden, “carabinieri” y policía.
El 1 de mayo de 1947, fiesta del trabajo desde los tiempos del fascismo, dos mil trabajadores se habían reunido en, en una amplia explanada, en “Portella della Ginestra”, una localidad no lejos de Palermo, a cuya provincia pertenece. Se festejaba la alianza del PSI (Partido socialista italiano) con el PCI (Partido comunista italiano) que podría cambiar la política de gobierno del parlamento de la Región siciliana, algo que se revelaría intolerable para todo el aparato político de la derecha, del centro y, prevalentemente, de la Democracia Cristiana.
La banda de Salvatore Giuliano, abrió el fuego, a golpes de armas automáticas, disparando indiscriminadamente contra la multitud. Fueron quince minutos de infierno. Sobre el campo perdieron la vida once personas y se contaron 27 heridos, algunos de ellos sólo lograron sobrevivir unos cuantos días después de la tragedia.
El 5 de julio de 1950, se encontró, abandonado, el cadáver de Salvatore Giuliano en el patio de la casa de un abogado de Castelvetrano, provincia de Trapani, en el suroeste de Sicilia. Esta ciudad, que tiene una historia milenaria posee, en sus afueras, en la que fuera antigua ciudad de Silenunte, el parque de arqueológico, 40 hectáreas, más grande de Europa y es una lástima, como sucede en otros muchos lugares de Italia, el estado actual de descuido y degrado, debidos a fenómenos sísmicos, pero, sobre todo, a la mano del hombre, contrabando de obras de arte, vandalismo...El emperador Carlos V elevó Castelvetrano a la categoría de Condado y su hijo, Felipe II a la de Principado.
Un comunicado oficial del “Comando de las fuerzas de represión contra el bandolerismo” anunció que “Salvatore Giuliano había muerto en el curso de un conflicto armado entre el bandido y un comando de “carabinieri”.
Pero, enseguida, surgieron las dudas. Un periodista del “Europeo”, publicó un reportaje que causó un escándalo de aquí te espero. “De seguro sólo se sabe que hay un muerto”. Y acusó de la muerte de Salvatore Giuliano, a su lugarteniente Gaspare Pisciotta.
En el tribunal que se estableció en Viterbo entre 1951 y 1954, para juzgar a los responsables de la matanza de “Portella della Ginestra”, fueron condenados a penas de cadena perpetua, los supervivientes de la banda de Salvatore Giuliano. Su lugarteniente, Gaspare Pisciotta, se declaró, como ya se sospechaba, autor material de la muerte de su jefe y acusó a varios altos cargos de la Democracia Cristiana, entre ellos Mario Scelba, que llegó a ser Presidente del Consejo de Ministros del gobierno de Italia, “premier”, entre 1954 y 1955, y Presidente del Parlamento Europeo del 1969 al 1971, de ser uno de los mandates del masacro de “Portella della Ginestra”. A las 8 horas y 10 minutos del 9 de febrero de 1954 Gaspare Pisciotta, apareció muerto, en su celda de una cárcel de máxima seguridad, Ucciardone, después de haber “saboreado” un café “a la estricnina”. Habrá que esperar al año 2016, fecha prevista para que los órganos competentes de la República italiana, de a conocer todo lo realmente acaecido en el juicio de Viterbo, hasta ahora sellado con el timbre de “Secreto de Estado”.
En 1962, cuando preparaba el Doctorado en la Universidad de Bolonia, se estrenó el film, “Salvatore Giuliano”, dirigido por Francesco Rosi. Y me impresionó de manera contundente, no sólo porque me vinieron a la memoria mis adolescentes lecturas de las crónicas periodísticas de Cortés Cavanillas, sino por la expresividad de su innovadora forma descriptiva, llena de “flashback”, que componían un mosaico perfecto de la época en que se desarrollaron los hechos, la personalidad de Salvatore Giuliano y, sobre todo, una acusación directa contra la connivencia entre la política y la mafia.
De Francesco Rosi conocía ya algo de su filmografía, primero como ayudante de Luchino Visconti, en “La terra trema” y en “Senso” y después en el que sería uno de sus primeros largometrajes, “La sfida”, una historia napolitana, interpretada por el español José Suárez y por la bellísima italiana Rosanna Schiaffino.
En este sentido de cine denuncia, violento y amargo, cabe destacar la que, quizás, sea su obra maestra, “Le mani sulla cittá”, interpretado por un soberbio Rod Steiger. En este film denunciaba con coraje las relaciones existentes entre los órganos del Estado y las especulaciones edilicias en Nápoles. Con este film, 1963, ganaría el “León de Oro” del Festival Cinematográfico de Venecia”. Y aunque la filmografía de Rosi no es larga en títulos, si lo es en contenido.
Apareció por Madrid en 1964 que es cuando yo le conocí. Se proponía rodar “Il momento della verità”, estrenado en 1965, film de ambiente taurino protagonizado por Miguel Mateo (Miguelín) y en una breve aparición Linda Christian que representaba lo que era, “una actriz americana”. Le gustaba nuestra tierra y también rodó una versión cinematográfica de la españolísima “Carmen” basada en la obra de Prosper Merimée y música de Bizet, con Plácido Domingo en el papel de “Don José”. “El caso Mattei”, 1972, “Lucky Luciano”, 1973, “Cristo se ha parado en Eboli”, 1979, basado en la obra de Carlo Levi, superviviente de Auswitch.
Fue galardonado con “La Palma de Oro”, en el Festival de Cannes, 1972, por “El caso Mattei”. “Oso de Plata”, en el “Festival de Berlín”, 1962, por “Salvatore Giuliano” y el “Oso de Oro” a su carrera cinematográfica en el 2008.
Ganó once veces el “Premio Donatello”, el “Oscar” italiano.
En 1982 fue nombrado “Gran Cavaliere Ufficiale al Merito de la República Italiana” y en el 2009 recibió la “Legión de Honor”, concedida por la Presidencia de la República Francesa.
Había nacido en Nápoles en 1922. Murió en Roma el pasado 10 de enero de este 2015. En la época de los efectos especiales, films de horror y de monstruos antediluvianos, muertos que recobran vida y si exceptuamos alguna buena comedia “hollywoodiense”, Woody Allen y Clint Eastwood, nos faltará ¡ay! el de Francesco Rosi, quizás porque sea irrepetible.