Recortar, exportar y crecer
La pregunta a la que le vienen dando vueltas los expertos económicos, analistas diversos, gestores de fondos de inversión y desde luego políticos es cómo va a salir la economía española del actual atasco de creciente inactividad y paro disparado sin encontrar motores de crecimiento que permitan amortiguar el impacto negativo de los ajustes presupuestarios y fiscales que estamos padeciendo. Máxime aún cuando el proceso de ajuste de la economía tiene que cubrir todavía algunas etapas, hasta completar (bien en un año o en dos, dependerá de al laxitud de nuestros colegas comunitarios y de las autoridades de Bruselas) el recorte que permita situar el déficit en el 4,4% primero y en el 3% después del PIB.
Es decir, cómo recortar el gasto público entre 40.000 y 55.000 millones de euros en un plazo de dos a tres años, tratando de limitar en la medida de lo posible los efectos negativos en la actividad económica. Estos recortes están deprimiendo la demanda interna y multiplicando los efectos negativos que, en algunos casos, se traducen en aumentos del gasto (en prestaciones por desempleo, por ejemplo), lo que puede llevar a ser una especie de espiral endemoniada, sin que existan, como en el pasado, márgenes de respuesta o vías de escapatoria, como las devaluaciones de la moneda, que tan buenos resultados le dieron al país a la hora de remontar el vuelo cuando aún éramos un aspirante a entrar en la moneda única o incluso antes.
La solución, según algunos analistas, reside en lograr precisamente efectos similares a los de las devaluaciones, aunque sin devaluación formal, ya que el tipo de cambio frente al exterior es una variable que nos viene impuesta por nuestra pertenencia a la Eurozona. Las devaluaciones permitían a la economía española trasladar la solución de sus problemas a los mercados internacionales, ya que se producía una inmediata y casi automática subida de los ingresos exteriores vía exportaciones de mercancías y de servicios.
Aquellas devaluaciones permitían, sobre todo, un rápido cambio en la balanza de pagos, de forma que la balanza de mercancías atenuaba considerablemente su déficit gracias a la aceleración en los ingresos por exportaciones y la balanza corriente pasada a superávit gracias a que el saldo comercial negativo se compensaba de forma generosa con los ingresos por servicios, básicamente los procedentes del turismo. España se abarataba para los extranjeros y eso producía un escenario atractivo que contribuía a que desde el exterior llegara la solución del problema en casi su totalidad. Ahora, sin embargo, estos efectos no son fáciles de provocar, no sólo porque no podemos cambiar la paridad de la divisa frente al exterior, sino porque los aumentos de exportaciones y de los ingresos por servicios dependen de otros factores que no son los estrictamente cambiarios.
Tal y como están las cosas, el fomento de la exportación y el incremento del atractivo del país para el turismo son dos de los requisitos más importantes que debería afrontar la economía española si se quiere remontar la actual situación de parálisis creciente en la actividad. Acelerar la exportación depende como es lógico de la mejora de la competitividad y de la disposición compradora de nuestros clientes exteriores. Incrementar los ingresos turísticos sin que para ello podamos contar con una divisa más barata y atractiva depende de nuestra habilidad como país para ofrecer alicientes cada vez más sólidos a los visitantes.
El turismo ha sido, en los últimos tiempos, el que mejor ha respondido a esta doble necesidad de mejora de nuestro atractivo exterior. Este año, por ejemplo, los ingresos turísticos en los diez primeros meses del año han subido hasta los 38.264 millones de euros, según datos oficiales. Las estimaciones para el año completo van a la misma línea de mejora, en torno a un 8% sobre el año anterior. Parece que los datos definitivos van a conseguir que los ingresos netos por turismo superen el volumen del déficit comercial, un dato que puede servir de consuelo ante las malas cifras del resto de las parcelas económicas. Pero será un débil argumento de mejora. El verdadero motor de la economía debería venir de la mano de las exportaciones de mercancías, básicamente industriales, y eso depende mucho de la mejora de la competitividad. Y no está claro que en esa parcela los agentes sociales están desarrollando una tarea especialmente agresiva.