El riesgo de cierre del grifo de la liquidez
Han comenzado a aparecer rumores e insinuaciones sobre hipotéticos cambios en la conducción monetaria del Banco Central Europeo (BCE). Hay presiones de algunos países, sobre todo de Alemania, para que el BCE cierre la etapa de “barra libre” que le ha facilitado la vida a los bancos de la zona euro, algo de lo que han salido especialmente beneficiados los bancos españoles debido a que el cierre de los mercados internacionales de capitales afectó de forma preferente a las entidades financieras españolas.
Las presiones que estaría ejerciendo Alemania en esta dirección coinciden por otro lado con la propia posición del banco emisor europeo. Las entidades financieras españolas son deudoras del BCE por un importe superior a los 109.000 millones de euros, según las últimas cifras conocidas. Este importe representa el 25% de lo que el BCE ha inyectado a los bancos europeos en conjunto, lo que duplica con creces la cuota o el peso que tiene la economía española en la zona euro, en torno a un 10%. La cifra citada está disminuyendo últimamente aunque es de tal envergadura que resulta difícil esperar que de aquí a finales de año se pueda encontrar una fuente alternativa de liquidez.
De ahí que la posición oficial española en las instancias comunitarias es la de defender la continuidad de tipos de interés bajos, como los actuales, y el mantenimiento de inyecciones monetarias capaces de mantener a los bancos y cajas con vida. Orientar la estrategia monetaria hacia una tendencia más defensiva, por eventuales problemas de inflación o por riesgos de sobrecalentamiento de la economía (no perceptibles en estos momentos), causaría un daño grave a la economía española, que vería dificultadas aún más sus posibilidades de salir de la crisis, y desde luego generaría serios problemas al sector financiero, entre otras cosas porque restringiría aún más el flujo de la actividad crediticia.
Prolongar las ayudas a la liquidez durante un tiempo excesivo choca, no obstante, con una buena política monetaria, que debe atender a los problemas puntuales con instrumentos de duración limitada, que es la única forma de que funcionen con eficacia. Eternizar este mecanismo y convertirlo en permanente crearía una distorsión profunda de los circuitos de financiación. Los bancos centrales están para apoyar la liquidez en momentos de dificultad, pero no para convertirse en suministradores permanentes de financiación, que es en lo que está convertido en buena medida el BCE en estos momentos y desde hace ya más tiempo del debido. Ello es así porque los mercados no están funcionando, porque las entidades financieras no están teniendo acceso a la financiación de mercado en condiciones suficientes. Una gran parte de este para paliar en la medida de lo posible los problemas de liquidez, los bancos y cajas están enzarzados en la batalla de los depósitos, una pugna que lleva a tensionar al alza los precios de los pasivos bancarios y, por lo tanto, a encarecer el crédito. Los grandes bancos parecen dispuestos a prolongar esta estrategia por bastantes meses porque no parece existir más alternativa, sobre todo si el BCE cierre gradualmente (peor sería que lo hiciera de forma brusca) el grifo de la liquidez.
Para encontrar una vía alternativa de financiación, los mercados deberían recuperar la normalidad y, en especial, la confianza en la economía española. Es decir, recuperar la credibilidad de la que ha disfrutado en los años anteriores al inicio de esta crisis, cuando la gestión de las finanzas públicas y el potencial de crecimiento se movían en la dirección adecuada. Hoy, ni las finanzas públicas ofrecen la credibilidad suficiente ni el crecimiento del PIB permite ser optimistas, desde luego no es la medida suficiente para crear empleo. Es un círculo vicioso en el que, por desgracia, parecemos empeñados en insistir.