Yo espío, TU ESPIAS, el espía
La indignación europea por la escuchas realizadas por los americanos tiene algo de razonable irritación y algo de hipocresía.
No parece muy elegante o amistoso que un país aliado este grabando lo que nuestros políticos hacen o planean. Ahora bien, rasgarse las vestiduras como si el hecho fuera nuevo o sólo lo realizaran los Estados Unidos es una ingenuidad. El espionaje entre amigos existe desde hace siglos y los europeos no pueden tirar la primera piedra afirmando que ellos están libres de pecado.
Hollande está interpretando su papel proclamando que el espionaje de Washington a las instituciones europeas es algo inaceptable y Angela Merkel, un tono más bajo, declarando que espera explicaciones de Obama pero serían bobos si no imaginaran que Estados Unidos clandestinamente trata de obtener información sobre lo que cuecen sus aliados. Entre otras cosas porque ellos hacen lo mismo.
Los ejemplos de espionaje entre compadres son muchos. En Estados Unidos cumple condena de bastantes años un nacional que revelo secretos militares americanos a su aliado más eminente, Israel. Varios primeros ministros israelíes han tratado, en sus visitas a Washington, de obtener su liberación. La posible receptividad de los presidentes estadounidenses ante estas apremiantes gestiones han sido abortadas por la actitud de los militares americanos que consideran un insulto la posibilidad de liberar a un gran “traidor”.
Los Servicios de inteligencia de varios países conocen casos asimismo de actuaciones no ortodoxas de las Agencias de espionaje francesas o alemanas. (En su día se conoció que los británicos habían espiado a Koffi Annan). Esto es lo que ha dado a entender Obama en su rueda de prensa en Tanzania: los europeos también intentan captar aspectos de temas importantes que no están a la luz pública. “No tratan de saber lo que yo he tomado en el desayuno sino cual es mi posición en asuntos que voy a tratar con ellos”.
La aseveración de Obama tiene su lógica y pronto veremos una filtración que muestra que tal o cual potencia europea occidental estaba hurgando en los archivos de otra amiga suya. ¿Quién no lo hace? Es muy posible que en estos momentos las autoridades de Washington desean conocer hasta qué punto están dispuestos los europeos a ceder en las importantes negociaciones comerciales que se avecinan entre Bruselas y Estados Unidos para crear una zona de libre comercio (de ahí las escuchas en las oficinas de la Comisión europea), ¿pero no harán los europeos otro tanto si tienen los medios para ello? ¿Los detendría un pudor puritano de no escuchar lo que se cocina en la otra parte que negocia? ¿No le interesa, por ejemplo, a Francia tener la certeza de que los Estados Unidos van a admitir la excepción cultural, que salva al cine francés, en las negociaciones? No hay que ser hipócrita. Si un sabueso francés puede impunemente colocar un micrófono en la lámpara del secretario de Comercio yanqui lo hará. O en el hotel en que se hospede.
El soplón Snowden ha dado otra lanzada al prestigio de Estados Unidos y los europeos, de diverso signo, politizarán la sabrosa cuestión por razones internas pero el asunto es viejo, universal y no va a poner en peligro las negociaciones del libre comercio.