Plantón a Nadal
El espectacular triunfo de Rafa Nadal con su 14 Roland Garros conseguida este pasado domingo, me obliga a recordar lo que sucedió el 5. de junio de 2005 cuando, con 19 años, llegaba, por vez primera, a una final en el prestigioso Roland Garros, frente al argentino Mariano Puerta, y que, en alguna otra ocasión, ya me he referido
Consciente de la importancia que, para el deporte español, tenía aquella final, los reyes Juan Carlos y Sofía viajaron expresamente a París para presidir el partido en el palco central del estadio Philippe Chatrier. En esta ocasión, lo ha hecho Felipe VI en solitario.
Y fue en París y en aquel encuentro que ganó por 6-7, 6-3, 6-1 y 7-5 en tres horas y 24 minutos, donde Nadal construyó la confianza para ser el jugador de leyenda que es hoy.
Sin embargo, la reina, tan profesional ella, no se comportó como debía y como ya he recordado en múltiples ocasiones. Ni siquiera mostró respeto hacia aquel jovencísimo Rafa Nadal que ganaba, por primera vez, el Roland Garros.
De repente, Sofía se levantó y abandonó el palco ante la sorpresa de Juan Carlos, que no tuvo ni tiempo de preguntarle que había ocurrido.
¿Qué había sucedido para que se comportase de manera tan grosera?, me preguntaba yo. Simple y sencillamente había antepuesto sus sentimientos de madre y abuela a sus obligaciones, como la consorte del rey que era, como escribí yo entonces.
La culpa, el motivo, fue una llamada a su móvil. ¿Tan grave era lo que le comunicaban para que, sin consultarlo con el rey, mostrara una falta de respeto hacia él y, sobre todo, hacia Rafa Nadal que, en ese momento, las 15:15 de la tarde, estaba luchando con todas sus fuerzas para ganar?
Muy simple: le habían comunicado que su hija Cristina acababa de … ¡¡¡dar a luz!!!, no a su primer hijo que ni así; ni al segundo, que tampoco, ni al tercero, mucho menos sino ¡¡¡al cuarto!!!, una niña que recibiría el nombre de Irene, el sexto entonces de la consorte real.
La niña había nacido en la clínica Teknon, de Barcelona, en la que la infanta Cristina había ingresado a las 9,30 de la mañana. El parto había transcurrido con normalidad y sin complicaciones.
En el momento de la llamada, ella, tan perfecta, tan profesional, repito, olvidó sus responsabilidades. Pero, sobre todo, olvidó que tenía servidumbres y obligaciones por ser quien era.
En modo alguno estaba justificado que abandonara el estadio, a su marido el rey y a Rafa Nadal.
La culpa, sin quererlo, la tuvo Iñaki Urdangarin, que fue el encargado de avisar a la familia. Aunque más tarde explicaría que solo le dijo a doña Sofía que Cristina se encontraba fenomenal, con la moral altísima y el bebé, la ansiada niña, en perfecto estado.
Cierto es que también le dijo que estaba deseando que la conociera toda la familia.
¿Qué impulsó a doña Sofía a comportarse de tan injustificada manera? ¿El imperioso deseo de conocer a la primera niña de su muy amadísima hija, “una niña rubia y gordita”, como le explicó el emocionado papá.
Lo más grave de todo esto es que, para trasladarse de París a Barcelona, utilizó el avión de las Fuerzas Aéreas Españolas en el que habían llegado desde Madrid y con el que, una vez finalizado el partido, regresarían a casa, de modo que el avión se vio obligado a volver a París para recoger al rey.
El abandono del torneo en París no fue la única vez que doña Sofía descuidaba sus obligaciones como consorte.
Ya lo había hecho en octubre de 1987, interrumpiendo un viaje oficial a California acompañando al rey, para volar a Madrid y asistir a una lección magistral del violonchelista Mitislav Rostropovich.
El amor de Sofía por el artista era tan entusiasta y, en el fondo, tan pueril y sencillo que le permitía efusiones como esta, lejos de todo protocolo.
Sin embargo, doña Sofía no solo interrumpió este viaje a California. En 2002, también hizo un alto en sus vacaciones familiares en Palma con el fin de asistir a un concierto del violonchelista …. en el palacio de Buckingham. Caprichosa que era la señora. ¿Lo seguirá siendo?, aunque ella ya no tiene obligaciones en función de su “inexistente” matrimonio.