Los nuevos dioses del Olimpo (I de II)
La mitología griega cuenta con una multiplicidad de dioses, de distintas categorías, con sus rivalidades, sus odios y sus luchas. Su estudio, por extraño que parezca, sirve para analizar el comportamiento humano en muchas de sus facetas y eso es lo que pretendo hacer siquiera centrándome en los que vivían cómodamente instalados en el monte Olimpo. Lo que aquí pretendo es establecer una comparación entre estas deidades mitológicas y los, para mí, nuevos dioses del Olimpo español, y me refiero, claro está, a los que componen nuestra clase política.
Los dioses olímpicos principales, Zeus, Hades y Poseidón, con el primero a la cabeza, tras destronar a sus padres Cronos y Gea, eran inmortales pero estaban sujetos a los vicios, pasiones, rencores y envidias que, lógicamente, trasplantaron a los frágiles humanos a quienes manejaban a su antojo, como marionetas de hilos invisibles.
Andan enzarzados, igualmente, nuestros políticos profesionales o advenedizos en una auténtica “merienda de negros” buscando -o, más bien, mareando- la gobernabilidad de nuestra vieja nación o quizás su propia supervivencia personal en ese mundo inhumano de la política, desde donde los nuevos "dioses" electos, dictan los destinos de los pobres electores mortales.
Los dioses, decía, eran eternos aunque antes que ellos ya existían los titanes, auténticas bestias casi omnipotentes y cuyo principal y más cruel representante era Cronos, que castró a su padre Urano y se tragó a sus hijos -por si les daba por seguir sus pasos con él mismo-. Ya, sin mayor avance, se puede establecer una primera similitud entre estos ancestrales seres sobrenaturales y nuestros políticos, pues no nos faltan ejemplos de traiciones parricidas en ese espinoso mundo. Así como Zeus logró liberarse de su padre Cronos, convirtiéndose en el rey de los dioses, algún político actual, hijo adoptivo -podríamos decir- de su antecesor y mentor, no quiere ni oír consejo alguno que provenga de éste. La soberbia también es atributo de los dioses.
La política, al contrario que Roma, sí paga traidores, y muy bien por cierto. El “si te he visto no me acuerdo” y el “donde dije digo, digo Diego”, es rutina sin necesidad de ninguna aclaración en ambos mundos del Olimpo, el clásico y el actual. Uno de los ejemplos más claros de la historia reciente de España fue la postura del PSOE de Felipe González con la OTAN, que pasó de ser "De entrada, no" a pedir el sí en un referéndum y salir a apoyarlo con todas sus energías y maquinaria in –o desin-formativa.
En España también tenemos dioses, pero a diferencia de los griegos, los creamos nosotros; bueno, mejor dicho, los elegimos entre un grupo previamente seleccionado por otros dioses anteriores. Estos son los que confeccionan sus listas de candidatos en tal o cual partido y, al hacerlas, surgen luchas casi mortales, por parte de los aspirantes, para figurar en ellas, y en las primeras posiciones a ser posible. Cuando ya están apuntados surge la milagrosa transmutación, pasando de humanos a divinos. Da igual el partido al que pertenezcan y la cercanía o lejanía a poder resultar “elegidos” por los demás humanos, que, en la candidez de su situación, finita y poco conocedora de lo que se cuece en las doradas ollas de los dioses, piensan que una vez en el puesto correspondiente, sea la administración local, autonómica o central, van a defender sus pobres e ilusorios intereses. Y así vemos - es el ejemplo más reciente - al Sr Julio Rodriguez aparecer como candidato al Congreso por Almería sin que se alcance a ver relación alguna de este señor con dicha ciudad. Claro que esto importa poco. La opinión del elector almeriense es lo de menos. Al fin y al cabo, éste, aborregado, hará lo que le digan.
¡Ahhh, pobres electores! Ignoran que sus representantes ya no lo podrán ser, pues su nueva condición divina los ha situado en un círculo, casi inaccesible a la mayoría de ciudadanos de a pie, que no pueden ni acercarse al perímetro de tan aislada barrera que separa el nuevo Olimpo del mundo terrenal y que se halla protegida por una pléyade de esbirros a su servicio, con un gran número de policías, jueces, guardaespaldas, conductores, ayudantes y asesores; estos dos últimos grupos, como Hércules, gozan de la categoría de semidioses, pues su nivel de vida está por encima de la media y la barrera energética, antes aludida, les resulta permeable, hoy para el servicio de sus divinidades afines, mañana, tal vez para superarla e instalarse al otro lado como uno más de ellos.
Como las divinidades del Olimpo, gozan del don de la omnisciencia y ningún puesto que les toque supone freno o barrera para no ocuparlo, aunque a juicio de sus miserables representados no lo desempeñen ni medianamente bien. El que algunos/as sean incapaces de conjugar una frase, en un continuum anacoluto, o no sepan distinguir si un feto humano es o no tal, carece de importancia, pues la recompensa tras su etapa de servicio a los mortales suele anidar en organizaciones bien remuneradas y poco exigentes, como bancos internacionales, empresas de la energía, de la diplomacia internacional y un largo etcétera. Y es que las razones de los dioses no tienen por qué ser conocidas por los hombres.
Las nuevas deidades se caracterizan porque viven normalmente aisladas del mundanal ruido producido por sus votantes, que pudieron, una sola vez cada cuatro años normalmente, votarlos pero que, durante ese largo período, nunca podrán botarlos. En su nueva condición miran los problemas de sus criaturas, desde la distancia y con la parsimonia que las delicias de su divino entorno les proporcionan.
Cierto es que, de vez en cuando, se escenifican representaciones teatrales que tienen lugar en las llamadas tertulias, debates y demás modalidades de los programas que las nuevas tecnologías les facilitan a través de las diversas cadenas de televisión, propiedad de otros dioses aún más poderosos que ellos. Estas emisiones se cuelan en todos los hogares a través de las omnipresentes pantallas de televisión -nuevos caballos de Troya de la conquista y anulación cerebral- logrando increíbles resultados en la domesticación de la opinión de la gente normal que, cuando pulsa el mágico botón de encendido, ignora que está siendo objeto de malvados experimentos mentales. En esta nueva forma de contacto entre lo divino y el mundo bajo sus pies, se pretende dar la sensación, por parte de las deidades o los aspirantes correspondientes, de estar interesados por los problemas de los mortales; no obstante, si es usted suficientemente observador, habrá notado que en la mayor parte del tiempo no se tratan las inquietudes ni las necesidades de los hombres, sino sus luchas internas, si va a ganar éste o aquél, si tal dios es más perverso que el otro, etc. Hábil maquillaje de los mensajes subliminales en los que estos seres son maestros. Pero, desengañémonos, estos nuevos dioses, al igual que los del mundo clásico, atienden a sus propios intereses, pocas veces coincidentes con los de los demás, y sólo están preocupados, además, por su genealogía, lo que explica la reaparición de apellidos antes mencionada.
Hay otro factor distintivo de la situación actual respecto de la mitología griega que no debo dejar de mencionar, pues, aparte de descender de su sagrado monte en época de elecciones, para sembrar una fútil y evanescente ilusión entre sus potenciales electores, gozan de otra enorme ventaja que les proporcionan otros dioses, también más omnipotentes. Estos son seres que viven en las sombras y gozan de poderes inimaginables, pues se abastecen de las ofrendas económicas -normalmente al alza- de los pobres mortales, a los que cubren parte de sus necesidades en forma de luz, combustible, energía, alimentos, ropa y otros servicios y caprichos.
Estos dioses, como los titanes, influyen en los del Olimpo y pueden, con sus maniobras, siempre discretas y por supuesto ocultas, hacer que unas determinadas deidades suban o bajen en el escalafón del Olimpo, pues constituyen la verdadera tramoya del poder y resultan invulnerables a los heroicos intentos de nuevos Perseos, Hércules o Prometeos -porque siempre surgen algunos, cuales don Quijotes actuales- y que tratan, ¡pobres!, de conseguir arrebatar el fuego sagrado y las riquezas tan necesarias para sus congéneres.
A veces, raras, eso sí, algún dios del Olimpo trata de ayudar a estos héroes humanos, pero como Hera con Perseo, fracasan ante el poder de sus respectivos Zeus y los titanes que los sustentan. Estas bestias infernales gozan de otra arma secreta, que utilizan para manipular a sus dioses preferidos, consistente en abrirles las puertas de sus Consejos de Administración, cuando se les agotan sus tiempos de estancia en el monte sagrado. Sí, cuando, como decía al principio, alguien logra figurar en una lista de candidatos, su vida está resuelta para siempre.
Pero aún quedan algunas peculiaridades, y no las menos importantes, de estos nuevos dioses que nos pastorean y dirigen nuestra mortal existencia, que serán expuestas en una segunda parte, si ustedes quieren...
Hay que ver lo de da de sí la lectura de la mitología griega, ¡caramba!
Sr Manzanares.
No soy jurista. Ni tengo ni idea de derecho, pero no me diga que resulta cómico que la doctrina esgrimida para mandar a la infanta al banquillo haya sido la doctrina Atutxa. Una doctrina, Atutxa, diseñada ad-hoc por lo mas ultra del tribunal supremo en tiempos de aznar.
Que haya sido la argumentaron del procesamiento de Atutxa la doctrina valida para arrastrar a la infanta a los banquillos y a la familia real por el barro es gratificante para todo liberal republicano que asume la realidad plurinacional del estado !
Felicite de mi parte a los que construyeron la sentencia Atutxa !