¿Y del Ejército, qué?
En mis tres artículos anteriores he analizado la encrucijada en la que se encuentra España en estos momentos de incertidumbre e inestabilidad política. Un amable lector -alguno me lee- me escribe y se extraña de que no haya hecho mención en ninguno de ellos a las Fuerzas Armadas y a lo que estas piensan de todo cuanto está acaeciendo. Pues paso a ello, pero, claro está que lo hago desde mi perspectiva personal exclusivamente, pues obvia decir que no represento a nada ni a nadie y lo voy a abordar de forma coloquial siquiera de una forma sencilla. Lo enfocaré desde dos vertientes diferentes: la de los militares como personas y la de la institución como tal.
En cuanto a los militares como personas, o ciudadanos de uniforme, diré que sus preocupaciones difieren poco de las del resto de sus compatriotas en general. El militar vive la situación presente preocupado ante todo por el devenir suyo y el de sus familias. Sufre las consecuencias de la situación general del país como todos, si bien hay que reconocer que, desde la perspectiva económica personal, con menor inquietud, pues todo el mundo sabe que como funcionario del Estado, aunque la paga sea corta, al menos sí que es segura y esto es un factor de tranquilidad nada desdeñable. Ahora bien, por otro lado, las características de la milicia imprimen carácter y el militar educado en virtudes tales como la honradez, la disciplina, las buenas formas y el compromiso con el honor o la lealtad, se siente ciertamente incómodo con una sociedad, o mejor dicho, con una parte de ella, que hace gala continua de una zafiedad y un modo de vida relativista ciertamente nada ejemplar. Y aquí incluyo a una gran parte de la clase política sin hacer distingos entre partidos. Por supuesto que esa incomodidad se acrecienta ante los intentos disgregadores y separatistas que pretenden romper España, respondiendo las más de las veces a intereses particulares de unos pocos que han logrado, por desgracia, adoctrinar a unas mayorías relativas; evidentemente este sentimiento es común a muchos españoles, a la mayoría, diría yo, pero en el militar -digo- que se acrecienta, pues la unidad de España es considerada como bien intocable por el gentilicio militar educado siempre en el amor a la Patria y dispuesto a dar su vida por ella. Y, dicho esto, no me atrevería a localizar o diferenciar muchas más distinciones entre el militar como individuo y cualquier otro conciudadano. El castrense es una persona mucho más normal de lo que por desgracia muchos piensan.
En cuanto a los ejércitos como institución, me atrevería a decir que viven la situación actual ciertamente preocupados por el devenir general de los acontecimientos y ello sencillamente por la primordial razón de ser depositarios de la misión que le marca la Constitución española, y que hoy muchos pretenden romper, si bien en diversos aspectos ya ni se cumple, incluso de forma insultante. Les pondré un ejemplo: el artículo 4.2 del Título Preliminar de la Constitución establece muy claro que las banderas autonómicas podrán usarse siempre junto a la de España en edificios públicos y actos oficiales. Pues bien, ya me dirán dónde se encuentran el Fiscal General del Estado o el Tribunal Constitucional, valedores del cumplimiento de las leyes y del orden constitucional, cuando en todos los actos oficiales en Cataluña o en el País Vasco se obvia la bandera que nos representa a todos los españoles, de forma ostentosa e insultante. Hay más ejemplos claros de la inoperancia y dejadez de funciones de los poderes públicos, empezando por el propio Partido Popular, hoy en el Gobierno. Los ejércitos, acostumbrados a que las órdenes, disposiciones y leyes se cumplen -y punto- se quedan atónitos ante los desprecios continuos de estas, empezando por lo que dicta la propia Constitución.
Otro aspecto de preocupación permanente en los ejércitos, conocedores de las amenazas reales y riesgos que acechan a nuestra nación en un mundo muy inestable, es la continua merma de los presupuestos dedicados a la Defensa y seguridad de España, de hecho, hoy en 2016, disminuidos en un tercio de lo que fueron hace diez años. Ello obliga a efectuar una continua readaptación de medios y unidades, es decir, a permanentes reorganizaciones orgánicas que afectan al final, no sólo a la eficacia y eficiencia en general de las Fuerzas armadas, sino también, y esto es en gran parte desconocido para la sociedad, a las personas y sus familias, pues obliga a someterse a frecuentes traslados familiares y, desde luego, a la conciliación familiar, ya que hoy en los ejércitos, como en cualquier otro ambiente, la mujer se ha incorporado al mercado de trabajo y ya no es como antes cuando, trasladado el marido a otra localidad, la mujer y la familia le acompañaban. Hoy esto ya no es tan fácil.
Actualmente tenemos un ejército profesional y creo que muy poca gente es consciente de lo caro que esto resulta, lo que ha obligado a una reducción drástica de la entidad de la Fuerza militar. Los Ejércitos, con los presupuestos actuales, se encuentran bajo mínimos y en rozando con la línea roja de la seguridad. No lo digo yo, en alguna ocasión se lo he oído decir al Ministro de Defensa o al Jefe del Estado Mayor de la Defensa, si bien no de forma clara y rotunda, pues al final observo un conformismo peligroso con la situación.
Los Ejércitos han sido siempre los primeros en comprender que si había que apretarse el cinturón en beneficio de la sociedad se hacía sin cuestionarlo; sucede, no obstante, que viendo el continuo derroche y despilfarro de un Estado manirroto en beneficio de unos reinos de taifas innecesarios, sujeto además a una corrupción desmedida por doquier, la preocupación por la precariedad en la que se ven envueltos es, si cabe, aún más grande.
Por supuesto que también existe inquietud con la posibilidad de la irrupción en el poder de partidos antisistema y claramente rupturistas con el sistema político actual; y ello claramente debido a los postulados que proclaman a voces llenas y sin tapujos. Partidos con los que algunos líderes de otros grupos no dudarían en pactar con tal de asumir el poder, incluso hasta por afanes personalistas. Pero el desconcierto no viene sólo desde la perspectiva general, sino también por la lectura de sus intenciones respecto a las Fuerzas armadas, pues tal parece que les resultan molestas y buscan su neutralización o anulación de su papel como tales, a toda costa.
Largo sería extenderme en muchas más disquisiciones, pero espero que el avezano lector que me lo preguntaba se haya hecho una somera idea de lo que veo yo hoy en las FAS. Son percepciones, y sólo eso, mediatizadas por la lejanía del servicio activo, la situación jerárquica y por supuesto siempre subjetivas. Habría mucho más de lo que hablar..., pues el Ejército es a la sociedad civil lo que Santa Bárbara es a los navegantes, que sólo se acuerdan de ella cuando truena.