Hiroshima y Nagasaki: 70 años
Obvia decir que la historia la escriben siempre los vencedores. En la Segunda Guerra Mundial los alemanes, italianos y japoneses pagaron cara su derrota. Y con razón, pues un hecho como el genocidio del pueblo judío supuso una vergüenza para la humanidad sin precedentes y bien castigados están los que fueron responsables de semejante barbarie. Sin embargo no encontramos juicios paralelos en el campo de los vencedores y, en mi opinión, también se dieron casos de crueldad, igualmente execrables, que han quedado sin castigo. Dos de ellos son los ocurridos en Hiroshima y Nagasaki hace ahora 70 años. Las bombas atómicas, Little Boy y Fat Man, lanzadas los días 6 y 9 de agosto de 1945 sobre una y otra ciudad, se estima que a finales de dicho año ya habrían matado a unas 245.000 personas, si bien la mitad lo fueron en los dos días siguientes a los ataques.
La gran pregunta es, ¿fueron necesarios esos bombardeos? ¿ es moral tomar como objetivo a una población no combatiente compuesta en su mayoría por ancianos, mujeres y niños ? Si se puede establecer una macabra "contabilidad" de muertes, ¿habría sido inferior al hecho de haber tenido que invadir Japón y librar una larga guerra terrestre? Como el tiempo ha demostrado con las numerosas guerras habidas después de la Segunda Guerra mundial, la supremacía aérea, si bien fundamental, no es la clave para ganar; lo son las batallas terrestres convencionales, con las consiguientes bajas de ambos lados..., salvo que se recurra al arma nuclear, como fue el caso que nos ocupa.
La realidad es que, ya en el verano de 1945, los líderes japoneses sabían que habían perdido la guerra, sin embargo la cuestión latente no era ésta sino saber si estaban dispuestos a rendirse.
La razón oficial, por parte del Presidente Truman, y la que ha sido posteriormente transmitida a generaciones de americanos, fue fundamentalmente que no hubo otra opción que lanzar las bombas si se quería evitar el altísimo número de bajas de jóvenes americanos que habría costado la invasión del Japón.
Por el contrario en Japón, la sensación, a su vez difundida en la sociedad, mantenía que ya por aquel entonces la nación nipona había sido derrotada y que la rendición era inminente. Lo que hicieron los EEUU con el lanzamiento de las bombas fue una demostración bestial de fuerza dedicada intencionalmente a la Unión Soviética. Este es el mensaje que aún sigue vigente en Japón y que cada vez tiene mas seguidores en los propios EEUU. De poco sirvió a estos efectos, pues lo único seguro fue la proliferación del armamento nuclear por parte de Estados Unidos y la Unión Soviética en una competición de capacidad destructiva como nunca ha conocido la humanidad, amparada en la famosa y cuestionable teoría de la disuasión, según la cual el ataque de un lado garantiza la total destrucción del otro, idea creada y llevada a la práctica por el influyente y controvertido físico de origen húngaro Edward Teller, que consiguió llevar adelante y potenciar su proyecto armamentístico, presidente tras presidente, hasta su muerte en 2003.
Es extremadamente interesante la lectura de un reciente libro titulado "Desafiando al enemigo : Stalin, Truman y la rendición del Japón". Su autor es un japonés llamado Tsuyoshi Hasegawa, que en la actualidad es profesor en la universidad de Santa Barbara en California y que en su infancia vivió los bombardeos desde su Tokio natal. Sostiene el profesor que en la mentalidad de su pueblo una cosa es el sentimiento de derrota que efectivamente tenía el pueblo japonés y otro bien distinto el de la rendición. Insiste el escritor, apoyando la decisión de la administración americana, en que las bombas fueron decisivas para el acto de rendición y que no alberga ninguna duda de que, de no haber sido por el impacto bestial que causaron, la guerra habría continuado casa por casa en una incansable y cruenta lucha cuerpo a cuerpo. De hecho, y es algo conocido, días anteriores al del lanzamiento de las bombas, más de 100.000 personas murieron abrasadas en Tokio por un indiscriminado bombardeo incendiario. El propio responsable de su ejecución, el General Curtís Le May, reconoció después que, de haber perdido la Estados Unidos la contienda, habría sido juzgado como criminal de guerra.
En mi opinión, a partir del estudio de la idiosincrasia del pueblo japonés y de su historia, me inclino a dar por válido el argumento norteamericano; eso sí, con algunos matices que expongo después. La tradición del pueblo japonés, con su férreo sentido de la jeraquía, el honor y la obediencia, incluso mantenidas hoy en día en el mundo empresarial, y muchísimo más en aquellos años en casi todos los ámbitos, constituyen pruebas contundentes de la hipótesis. Sí, creo que la lucha y la sangría habría sido larga y abundante, pero no nos engañemos, habría sido sobre todo inaceptable para la sociedad norteamericana un largo desfile de cadáveres -día a día- sin horizonte definido y aún más en una guerra librada en otros continentes. La posterior experiencia de Vietnam constituye una buena y dolorosa acreditación de ello.
Sólo me planteo una cuestión adicional y que creo importante: ¿por qué no se lanzó, previamente, una bomba en una zona deshabitada con objeto de demostrar al aguerrido pueblo nipón sus devastadores efectos y con aviso a las autoridades japonesas? Hay quien sostiene que de haberlo hecho así la rendición habría venido igual y se habría evitado la matanza. Yo también lo creo y por eso no considero al Presidente Truman exento de responsabilidad. Su desprecio por la vida de los no combatientes fue absolutamente inmoral y lejos de las leyes de la guerra. Ya mencioné antes la oposición de importantes mandos militares al lanzamiento de la bomba.
Y lo mismo cabria decir de los que ordenaron - en el frente europeo - la destrucción en una noche de Dresde, o de Nuremberg, con unos pavorosos bombardeos incendiarios a todas luces innecesarios. Sin duda de haber perdido la guerra los responsables habrían sido juzgados como criminales de guerra sin paliativos.
No obstante, al igual que en otros hechos históricos de trascendental importancia, las diversas alternativas sólo constituyen meras hipótesis, en un paradigmático ejercicio del popular y muy americano ¿What if?