Comer es un derecho fundamental
Algunos la definen como la herencia inmaterial de la Expo Milán 2015, que arranca mañana bajo el lema “Nutrir el planeta, Energía para la vida”. Sin embargo, la Carta de Milán es, si queremos, el documento más concreto que hayamos firmado jamás.
La Carta de Milán es un documento elaborado, entre otros, por representantes institucionales, de la ONU y de la FAO, que acaba de presentarse oficialmente en Milán y pretende animar a ciudadanos y ciudadanas, empresas y gobiernos a comprometerse con el objetivo de erradicar la desnutrición y malnutrición en el mundo, garantizar la equidad en el acceso a los recursos del planeta, reducir el despilfarro y promocionar la sostenibilidad de los procesos de producción de los alimentos.
La Carta ha sido traducida a 19 idiomas, así que actualmente pueden entenderla en su propio idioma alrededor de 3,5 millardos de personas. El documento se centra en el derecho a la alimentación como derecho humano fundamental, del que depende la dignidad de todo ser humano. En octubre, el Secretario General de la Naciones Unidas Ban Ki-moon firmará este documento.
Sin embargo antes deberíamos leerlo y firmarlo nosotros. Puede que sea un gesto sin consecuencias, pero la idea es que firmando nos comprometemos a llevar a cabo a una serie de acciones que, repetidas y una y otra vez, por todos, en cualquier momento, en cualquier rincón del mundo, darían un empujón a esos objetivos de los que hablaba antes.
Conocer lo que comemos, saber de dónde viene y qué repercusión tiene en el medioambiente. Valorar y sostener el trabajo de agricultores, ganaderos y pescaderos. Comer sólo lo que necesitamos, conservarlo de la manera adecuada, evitar desperdiciarlo, donarlo o reciclarlo cuando sobra. Educar a los más pequeños a que hagan lo mismo (es más, en dos semanas se dará a conocer una Carta de Milán de los niños).
Estas buenas prácticas cotidianas, llevadas a cabo simultáneamente y sin mucho esfuerzo reducirían sensiblemente los desequilibrios por los que se ve afectado el flujo de los alimentos a nivel mundial.
Por otro lado, las empresas deberían comprometerse a cuidar al consumidor final comercializando productos sanos e inocuos, especificando su verdadero aporte nutricional, el impacto medioambiental y sus repercusiones sociales. Los gobiernos, por otro lado, deberían garantizar el correcto desarrollo de estas nuevas dinámicas, además de empeñarse en que el comercio sea siempre justo, “sin distorsiones que limiten la disponibilidad de los alimentos” y en proteger los alimentos en los que se materializa la identidad y la cultura de un pueblo.
No quiero ser aburrida. La Carta de Milán se puede bajar integramente de la web y a través de la web también se puede firmar y compartir. Cada uno puede leerla por sí solo. Obviamente firmar no sirve para nada si a esta firma no siguen esas acciones pequeñas e importantes, tan cargadas de consecuencias.
La Carta de Milán es un documento superficial e inútil, si queremos. Es más concreto que un contrato de trabajo o de alquiler, si queremos. Porque no va de una o dos personas, sino de millones de millones. Y de un solo, limitado, planeta.