Todo lo que tienes que saber sobre comer y ser feliz
Comer nos hace felices. Ya lo sospechábamos. Ya lo sabíamos. Es demasiado obvio.
Menos obvio es que la ciencia se preocupe por encontrar pruebas para esa certeza genética que nos empuja hacia un helado para corregir el rumbo de un mal día.
Aún menos obvio es que alguien se encargue de organizar en una bonita infografía datos tan curiosos como que tomar limón reduce los niveles de estrés o echar romero a un plato hace que se este plato se convierta en inolvidable (en el sentido de imposible de olvidar).
Happify es una web que se dedica a proporcionar a los usuarios juegos y actividades que está científicamente probado que mejoran el bienestar emocional. Te registras, rellenas un cuestionario que evidencia cuáles son las áreas de tu vida que necesitan una mejora y luego recibes contenidos que cumplen con estas necesidades.
En otras palabras, la cosa va de cómo conseguir la felicidad a través de pequeños gestos, rituales y cosas tan cotidianas como la comida.
No me sorprende leer que comer en casa, rodeados de familiares y amigos, provoca una mejora inmediata del humor. Las mujeres al parecer, nos estresamos menos, los niños comen mejor y, por supuesto, todos comemos más sano.
Sí me sorprende – y muy positivamente – saber que la margarina nos lleva a ser impacientes, agresivos e irritables. La mantequilla gana por goleada y yo no puedo estar más contenta (ahora tengo una buena excusa).
Por otro lado, aprendo que al ser ricos en magnesio, alimentos como las nueces pecanas, las pipas, el salmón salvaje, los anacardos, los plátanos o la semilla de soja constituyen una especie de barrera natural contra la depresión.
Y de la depresión a la ansiedad. Un buen anfitrión nunca está en apuros. Comer apio, quicos y gajos de manzana, al parecer, es un método eficaz para contener la preocupación que genera el reto de los retos cuando se organiza una cena: conseguir que todos los platos estén en la mesa al mismo tiempo.
Al ser tan partidaria del comfort food, he escrito de ello varias veces, me llevo una pequeña decepción con este dato de un estudio publicado por Health Psychology: es cierto que nos sentimos más felices después de haber dado un mordisco a nuestra magdalena de Proust pero no más felices que después de haber comido cualquier otra cosa.
Mirándolo desde otro punto de vista, esta sería la prueba definitiva de que la comida lleva a la felicidad.
En cuanto a los rituales gastronómicos que mejoran nuestro bienestar emocional: pasar de los fast food y del fast food en general y comer despacito, quizá sujetando el tenedor con la mano con la que no solemos comer (la izquierda o, si somos zurdos, la derecha), saborear cada trocito – tro-ci-tos – activando todos los sentidos.
Por supuesto ayuda mucho apagar la tele, hablar y sobre todo escuchar a nuestros comensales, mirar lo que hay más allá de la mesa. Unas flores en un jarrón, un árbol en el jardín o nuestro perro acurrucado cerca de la silla.
No está demás también dar las gracias por lo que nos metemos en el estómago. Suena a misa, ya lo sé, pero no dar por descontada la comida que se materializa cada día, varias veces al día, en nuestra mesa no tiene nada que ver con la religión. Es más bien un acto de responsabilidad social. Y al parecer, también mejora el humor.
Imagen: Cortesía de Happify