Por fin “colocada” Tamara Falcó – “a la lima y al limón, que no me quedé soltera” igual que en la copla de Concha Piquer – y la atención puesta en el eterno mercadillo de la política, el único en el que nos tragamos que se dan duros a cuatro pesetas, este domingo de julio parece a priori de impasse. No en el sentido de la primera acepción del término, callejón sin salida, aunque en parte también, sino en la segunda, compás de espera. ¿Que a qué esperamos? Pues, aparte de que cada cual tendrá lo suyo, en general esperamos al debate entre los dos líderes de la contienda cuya batalla final tendrá lugar el 23 de julio. A la izquierda del cuadrilátero, “el dramaturgo, guionista y director de escena”, Pedro Sánchez; en la esquina contraria, Alberto Núñez Feijoo, “el hombre que mató a Liberty Balance”.
Son los protagonistas absolutos, cada uno a su manera. El primero encerrado para entrenar y a la vez crear expectación con cierta dosis de intriga - ¿cómo será el traje?, perdón eso era para Tamara -; el segundo, a cielo abierto, lanzando pullas sobre dicho encierro y el tiempo que el presidente habría desaparecido del mapa si en lugar de uno hubieran sido seis, como proponía el propio Sánchez, los debates. Ahora bien, del casting de mañana solo uno saldrá, literalmente, con más papeletas para desempeñar el rol de presidente del gobierno durante los próximos cuatro años. ¡Ostras, señores! ¡Cuatro años! Sin embargo, yo ya tengo muy claro quién ganará el debate “decisivo” de este lunes. El Grupo A3media se alzará con la victoria y les felicito sinceramente por ello.
La previa del evento lleva días rugiendo y todos los medios calientan motores para analizar y comentar el resultado de cada asalto. Sociólogos, politólogos, periodistas, expertos en comunicación (verbal y no), así como analistas pretendidamente imparciales nos explicarán, como si no tuviéramos ojos, oídos ni muebles en la azotea, el significado de lo que veamos. El atuendo elegido por cada púgil, sus gestos, la forma de salir del coche, de saludar a los anfitriones, caminar por los pasillos rumbo al plató, sentarse a la mesa… El triunfo de la imagen sobre el contenido llevado al paroxismo. En definitiva, si me lo permiten, un teatro en el que hay que participar sí o sí. Candidatos y, por supuesto, nosotros, la buscada y encontrada audiencia. Porque, en unas horas, ahí estaremos todos, con mejor o peor disposición, pero estaremos. Aunque sea de reojo.
Y si fuéramos británicos estaríamos, además, muy pendientes de las casas de apuestas. En realidad, visto que los programas electorales se leen, en mi opinión, bastante poco y aún menos se cumplen, esa misma noche podríamos tener presidente igual que cuando elegimos, por ejemplo, “el piloto del día” o “el mejor adelantamiento de un Gran Premio”. No, imposible. En la Fórmula 1, que de teatrillos sabe un rato, somos mucho más sinceros. Y más libres. Matizo lo de libres: uno puede ser ultra fan de Checo Pérez y al mismo tiempo votar sin problemas a Lewis Hamilton como piloto destacado de esa carrera. Claro, me dirán, primero porque hablamos de un deporte, no del gobierno de un país, y segundo porque el título que se le otorga solo vale para un día, no para cuatro años. Estoy de acuerdo. Les pido solo que no me regañen demasiado antes de terminar tan, lo reconozco, esperpéntica comparación.
En ella me refería a la libertad con uno mismo, a la ausencia de ese pertinaz dogmatismo disfrazado de lealtad hacia un color político que, salvo informadores y expertos (y no todos), impedirá a muchos centrarse en lo que verdaderamente importa: uno de los contrincantes tendrá en sus manos el timón de este país y, para colmo, “obligado” a navegar con un segundo timonel que puede armársela en cuanto se descuide. Porque aunque este lunes no estén en el estudio, los líderes de Sumar y de Voz serán también protagonistas. Y a pesar de que el órdago del presidente pidiendo seis debates no se lo compraron ni sus partidarios – imagínense qué tortura -, escenificar solo uno se queda muy corto. Todo o nada… Como tomes mal una curva sin escapatoria de grava, estampas el bólido contra el muro y fin de la maldita carrera. Si bien… ¿cuántos espectadores habrán decidido ya quién va a ganar ocurra lo que ocurra en la pista? ¿Cuántos cambiarán radicalmente el sentido de su voto tras presenciar el combate?
Lo grave, sin embargo, no es que Sánchez y Feijoo se la jueguen a un único combate en el televisivo ring, sino que somos nosotros, todos, los que nos vemos constreñidos a jugárnosla después a una, también única, vuelta. Es la pesadilla de nuestro sistema electoral, incompatible con la situación política actual de irremediables pactos para hacer posible una gobernanza. “Ellos” pueden permitirse bailar con la más fea (o el más feo, que nadie se moleste), decir digo donde dijo Diego, someterse a esperpénticas exigencias de extremismos de ambos lados, pagar inaceptables chantajes o rescates millonarios en caso de secuestro. Nosotros, no. Sin la segunda vuelta que manda en la mayoría de democracias de nuestro entorno, el drama no termina el 23 de julio. Al contrario, si como se prevé ningún candidato obtiene mayoría absoluta, es cuando empieza el vergonzoso mercadeo con nuestras papeletas que llevarán a pactos que no quisimos, leyes que jamás habríamos deseado…
Dejar fuera a los extremismos pasa por esa segunda vuelta. ¿Recuerdan cuando el socialista primer ministro francés Manuel Valls pidió el voto para el partido conservador de Sarkozy de cara a la segunda vuelta de las elecciones regionales que dieron en la primera una escandalosa victoria al partido de Le Pen? "Está en juego la República”, argumentó Valls. No fue la primera ni la última vez que el electorado francés “utiliza” la primera vuelta para tirar de las orejas a sus dos grandes partidos. El Frente Nacional ya ha salido como fuerza más votada en otras elecciones, pero siempre ha sido únicamente en la primera vuelta: la que ayuda a aclarar de qué palo va cada uno permitiéndonos ejercer con sentido común y responsabilidad el derecho, también “obligación” - al voto. A elegir al candidato que pensamos – soñar es gratis – que con mayor probabilidad pondrá nuestras necesidades por delante de las batallas ideológicas y el bien común por encima de un partidismo sectario y estrecho de miras.