Yo, presidente Sánchez, me quito el sombrero

EFEEl presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, atiende a los medios tras ejercer su derecho al voto el 28M.

Hace décadas, mi Maestro me enseñó, o intentó hacerlo sin mucho éxito, que al enemigo hay que ganarle siempre la posición. Estoy segura de que si siguiera entre nosotros, habría disfrutado comentando su monumental requiebro que nos ha tenido y nos tiene a todos hablando de usted y no de su adversario. ¡Un monstruo, este Sánchez, un monstruo!, me parece estar escuchándole comentando la jugada. Y es cierto. Para empezar, yo habría vendido un trocito de mi alma por haber estado esa noche en Moncloa durante la que imagino trepidante reunión con su núcleo duro para trazar la estrategia. Aunque, conociéndole, quizás las estrategias ya estaban más que previstas y, como en Formula 1, sólo quedaba decidir cuál de ellas utilizar finalmente o si convenía añadir un plus a alguna de ellas. Adrenalina pura a raudales.

No sé, presidente, si llegó a pisar la arena del perdedor, pero si lo hizo no permitió que nadie lo viera. Igual que un truco de magia, un brutal giro en la trama, lo que los franceses llaman un “golpe de escena”. Ahora está, ahora no está; de repente, hago chas y aparezco a tu lado. ¡Mítica jugada!, que dirían los italianos. Y es que en gran medida, el arte de la guerra consiste en saber perder o, en su caso, en hacer creer al resto que sabe hacerlo. En definitiva, crear una victoria de lo que parece - y es - una derrota como la copa de un pino. Espejismo al canto. Eso sí, hay que hacerlo de inmediato: “Sé rápido como el trueno que retumba antes de que hayas podido taparte los oídos, veloz como el relámpago que relumbra antes de haber podido pestañear”, exige Sun Tzu a quienes aspirar a ganar la guerra en el libro que todos lo conocemos, pero - ¡ay simples mortales! - pocos tenemos la habilidad de ponerlo en práctica. Inspiración reconocida de Napoleón, Maquiavelo, Mao Tse Tung o Montgomery, el “Arte de la guerra” sigue tan vigente como hace 2.500 años porque, en el amor y en la guerra, nada ha cambiado.

Y la política es una guerra, aunque no queramos o no nos guste verlo así. Porque en teoría, el líder de un gobierno debería estar al servicio de su país y no al contrario… Sinceramente, una quimera. Más en la época actual, en un mundo plagado de mandatarios que ofrecen poco y dan aún menos, mientras utilizan su cargo público como un arma personal en su anhelo de poder. Es lo que hay, no solo en España. Así que pase lo que pase en las próximas elecciones generales, nadie podrá quitarle ya, Mr. president, lo mucho que ya ha pasado esta semana. Todo imprevisible, todo en apariencia descabellado. “Si las tropas enemigas se hallan bien preparadas tras una reorganización, intenta desordenarlas. Si están unidas, siembra la disensión entre sus filas. Ataca al enemigo cuando no está preparado, y aparece cuando no te espera”, en palabras de Tzu. Confieso que como amante de la intriga y del teatro, porque de analista política tengo poco, “agradezco” infinito este chulesco golpe de escena, marca ya de su casa, que ha puesto nuestro país del revés para que pueda seguir estando a su servicio y no al contrario.

Estoy deseando ver el resultado…

“Cuando el enemigo esté en posición más fuerte, has de saber mermarlo; cuando esté bien nutrido, hacerle pasar hambre; cuando esté descansando, obligarle a pasar a la acción”, recomienda también el general chino. Jugada maestra. Así que Feijóo, que renunció, como el hombre prudente que presume de ser, a su minuto de gloria en el balcón de Génova, cediéndoselo a los que entonces parecía que encabezarían el protagonismo de los días venideros, no tuvo ni 24 horas de descanso. Mucho menos de triunfo, con lo importante que es también – decía mi Maestro – la inmediata “explotación del éxito”. Pero no, perdió la única oportunidad que le iba a “regalar” el enemigo y de la descomunal victoria del PP en municipios y comunidades se habló poco. Y, de paso, menos aún de la derrota del PSOE. Con su movimiento, evitó precisamente cualquier amago de cuestionamiento o crítica contra su liderazgo que pudiera llegar desde dentro, a pesar de que el poder territorial de sus siglas fuera barrido y, además, con ganas. Y aunque evitó también que se analizara como merecía (y yo creo que a usted le hubiera gustado) el batacazo de Podemos, a Yolanda Díaz - ¡menuda faena! - le ha dejado sin tiempo para entrar en quirófano y practicar la cirugía incruenta que pretendía. Porque antes de SUMAR, no le queda otra que restar y en el corto plazo, la diplomacia no sirve, con perdón, un carajo.

El arte de la guerra se basa en el engaño, pero sobre todo en golpear al enemigo cuando está desordenado. Es en el caos donde, quizás, podría remontar los resultados del 28 de mayo que, por mucho que nos empeñemos, no son matemáticamente extrapolables a los de unas generales. En esta semana de interminables teorías para “explicar” su jugada, también ha habido muchos que ven que en el hecho de disfrazar la derrota de victoria se esconde su intención de marcharse por la puerta grande. De presidente a secretario general de la OTAN. No está mal, aunque a estas alturas quién sabe. ¿Será quizás “solo” un plan B? Ya sea en la Alianza Atlántica o en cualquier otro organismo de enjundia, lo que está claro es que en Europa tampoco daban crédito. Y más de uno, como yo, a regañadientes o no, se quitó el sombrero. ¡Ole, ole y ole! Aquí ya le conocemos, presidente, pero fuera de España, no tanto. Así que lo que allí se vendió fue que usted renunciaba (incluso) a la presidencia europea de turno, para permitir que su país hablara cuanto antes en las urnas… Eso es democracia, sí señor. Y esa posición de prestigio internacional le brinda un sinfín de salidas aunque pierda, como se prevé, la otra presidencia, la nuestra.

Qué pena que la estrategia no vaya acompañada de trabajo. Sí, del trabajo que debería hacer para ofrecer a los españoles una campaña de verdad, con soluciones a las cosas que verdaderamente nos preocupan, en lugar de sentarse a señalar al PP mientras hace encaje de bolillos con los extremistas de derechas y a mirar cómo se dan de tortas los otros extremistas, los de la izquierda. “Cansa a los enemigos manteniéndolos ocupados y no dejándoles respirar”, como proclama el general chino. Tampoco había que esperar otra cosa, lo sé, pero me dio pena tener que cubrirme de nuevo la cabeza escuchando su discurso del miércoles y sentir algo parecido a la vergüenza ajena ante los aplausos de la ministra María Jesús Montero. Otra cosa que, personalmente, también lamento es la de quedarme sin saber, aunque visto lo visto me hago una idea, cómo habría sido su mandato si el pretendido arrojo de ahora lo hubiera mostrado cuando, sin pestañear, formó el gobierno de coalición con aquellos con quienes dijo que nunca pactaría. Cómo habría sido, en definitiva, un Presidente libre, honesto, fuerte en la esencia y no solo en la estrategia. Sin ese miedo constante a tener que hacer las maletas y salir de Moncloa, que le ha llevado a ceder a los chantajes de quienes le aguantaban el palio. Dígame, señor presidente, ¿cuántas fallidas y esperpénticas políticas nos habría ahorrado si no se hubiera convertido voluntariamente en rehén del extremismo y el nacionalismo?

En cualquier caso, como también me explicó mi Maestro, nunca pasa nada y si pasa, se le saluda. ¿O no, presidente Sánchez?

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