¡Ya está!

El Cordobés

EFEActo conmemorativo del vigésimo aniversario de la proclamación de Manuel Benítez 'El Cordobés' como Califa del Toreo

La foto es la confirmación de un hecho que hace años se daba por inevitable: la conciliación pública entre un padre y un hijo. Ahí los tienen, dos generaciones que se anunciaron en los carteles de toros con el gentilicio de Cordobés, dos toreros con historias bien diferentes, dos conceptos del arte de torear, y, como denuncia la fisonomía de sus respectivos rostros, dos gotas de agua. Ahí los tienen, apretándose mutuamente sus respectivas felicidades, a cual más sinceras, a cual más intensas. No hacen falta ADN, ni Carbono 14, ni analítica sanguínea que lo pruebe. No importa que en la filiación administrativa “oficial” no casen los apellidos: son Manuel Benítez Pérez, y Manuel Díaz González, padre e hijo, El Cordobés primero, y El Cordobés segundo, los que se abrazan en un acto celebrado en el Rectorado de la Universidad de Córdoba, con motivo del XX aniversario de la proclamación de Benítez como V Califa del Toreo, al que asistieron las primeras autoridades de la ciudad y de la Junta de Andalucía. Un acto solemne, que no sensiblero, para un encuentro sensacional, que no sensacionalista.

Para los no versados en materia taurina, habré de decir que la titulación de Califa fue una ocurrencia del excelente escritor taurino (aragonés, por más señas) Mariano de Cavia, que firmaba sus escritos taurinos con el seudónimo de Sobaquillo, en el último cuarto del siglo XIX. Aparte de pluma excelsa de su época, Cavia se reveló como un tipo ingenioso, porque ya tiene gracia, que, para exaltar la figura del primer gran torero de Córdoba, Rafael Molina, Lagartijo, se inventara un Califato Taurino en la ciudad de los califas; pero así fue y así siguió siendo en los siglos subsiguientes, al punto de que después acabarían luciendo los hipotéticos e hiperbólicos turbantes de la máxima jerarquía moruna sobre su regia cabeza los integrantes de un elenco de excepcionales toreros cordobeses: Guerrita, Machaquito, Manolete… y Manuel Benítez, El Cordobés, aunque a este último le llegó tras larga, insólita e injustificada espera. Todos ellos toreros que marcaron época durante su actividad en los ruedos; pero ninguno como éste último, que llevó el nombre de Córdoba por todo el mundo –taurino y no taurino--, se codeó con máximos mandatarios de países de los cinco continentes y fue portada de la prensa internacional. De la nacional, ni les cuento. Nuestro país llegó a pararse literalmente cuando TVE ofrecía una corrida con presencia. Un fuera de serie, este Benítez.

Tuve el privilegio de conocerle en profundidad, al ofrecerme –sin yo pedírselo-- la sorprendente merced de abrirme el amplio portalón de su vida, el antes, durante y después de su paso por los ruedos, en una entrevista de larga duración, que tuvo enorme impacto en España, reventando la audiencia en La 1 de TVE. A tal fin, tomé la determinación de no aparecer en pantalla, de dejarle hablar, de no preguntarle apenas nada –solo ligeros apuntes desde la retaguardia--- de dejar que su cara, y no la mía, fuera la que ocupara todo el tiempo y el espacio, dada la viveza con que se expresaba, utilizando esa jerga de avispado comunicador que aprendió bajo el viejo lema de “más cornadas da el hambre”. Titulé el trabajo “El Cordobés, leyenda viva”, y todavía sigue dando vueltas por YouTube, en varias entregas. ¡Qué ejemplar humano tan extraordinario, este cordobés de Palma del Río. En las entremedias de los tres días que duró el rodaje, tuve ocasión de hacer algunos apartes con él. En uno de ellos –otra gran sorpresa para mí-- me preguntó por Manuel Díaz.Tú, como lo ves”, me espetó así, sin anestesia. “Hombre…, pues ya sabes que esto es muy difícil”, balbucí medio azorado; pero insistió: “A mí me parece que este hombre que lo apodera, no sé, no sé…” , insistió en referencia Paco Dorado, el primer mentor del nuevo Cordobés. Entonces hablamos largo y tendido sobre la cuestión y le vi enormemente interesado en la trayectoria de Manuel Díaz. Me di cuenta de que lo seguía de cerca, que estaba pendiente del resultado de cada corrida en que él participada. Ello me dio pie a entrar en el espinoso tema, con el que finalizaría el programa, no sin algún recelo por mi parte. “Te tengo que preguntar por un tema muy, muy personal…” le advertí a modo de suplicatorio. “Pregunta lo que tú quieras, que yo te respondo a todo…”, fue su respuesta. Una respuesta que quedó grabada, antes de sumirnos ambos en un profundo silencio. Una respuesta que, a sugerencia suya, aún asumiendo el interpelado que “lo dicho, dicho está”, no consideré hacer pública. Hubiera sido una bomba de destrucción masiva en la llamada “prensa del corazón”, que tanto me repatea. No estaba entonces su situación familiar para este tipo de exclusivas ni el horno sentimental de El Cordobés para bollos de esta naturaleza. No me arrepiento, en absoluto.

Lo que no sabía Benítez era que Díaz tenía en la ”capilla”, ante la que rezaba antes de salir para la Plaza, junto a estampas de cristos, vírgenes y santos, una enorme fotografía de su padre de grandes dimensiones. “Éste es el que a mí me inspira cada tarde”, me dijo Manuel Díaz en la habitación del hotel Colón de Sevilla, pocas horas antes de tomar la alternativa en la Maestranza, el domingo de Resurrección del año 1993. Definitivamente, estos dos Cordobeses nunca dejaron de sorprenderme.

Ahora, viendo el abrazo en que se funden dos hombres que distan entre sí 32 años, recuerdo aquella respuesta del V Califa del califato taurino cordobés y veo a Manuel Benítez remangándose el brazo izquierdo y sentenciando: “Aquí está mi brazo; que me saquen sangre, y si soy el padre, pues… ¡ya está!”.

Eso digo yo también ahora: ¡ya está! Éste es el abrazo que uno, modestamente, estaba esperando. Irradia vitalismo. Exporta un explosivo cariño paterno-filial. Emociona y ejemplifica. La vida es demasiado efímera.