Salió 'Tiniebla' de su segundo encuentro con el caballo de picar que montaba El Jabato y Ángel Téllez tuvo la ocurrencia de echarse el capote a la espalda --imitando la solemnidad y el boato que imprimía José Tomás al prolegómeno de la suerte de Gaona, el Indio Grande--, y quien más quien menos nos echamos a temblar. Con el airón que, a esa hora, soplaba ayer en Las Ventas, a nada que le empuje hacia atrás el capote por la parte pequeña que le ofrece al toro, se queda el torero completamente al descubierto. Y así fue: se arrancó el de Juan Pedro Domecq y voló por los aires el diestro toledano, afortunadamente, encunado sobre el testuz del bruto, con lo cual se evitó la cornada; pero no el golpazo terrible que se dio contra el suelo. Un cocotón de aúpa y un crujir de huesos que dejó a Téllez inerte, a merced del toro. La estampa daba escalofríos. En ese momento, la corrida saltó también por los aires.
El orden de lidia se hizo añicos, más aún cuando se supo que los médicos no dejaban salir al torero para intervenir en el segundo de la tarde (primero de su lote), con lo cual se puso todo patas arriba: saldría en segundo lugar el reseñado como tercero, en tercer lugar, el que era cuarto, en cuarta posición, el segundo, el quinto figuraba como sexto en el programa oficial y el sexto, en realidad era el quinto. ¿Qué les parece? Es como si, en un descuido, le das un manotazo al puzzle gigantesco que se halla ordenado en una mesa y se hace un batiburrillo con las piezas. Más de uno ya no sabría a qué torero correspondían los toros que iban a pareciendo por la puerta de chiqueros. Un lío.
El viento, cuando se pone burro en una plaza de toros en día de corrida, puede causar verdaderas escabechinas. Si desconcierta a los que están arriba, sentados, ¡cómo no va a desconcertar a quien tiene que cuidar de la tersura imposible de capotes y muletas y está ante una mole cornuda que le puede partir por la mitad! Ayer fue una de esas tardes. Un torero en la enfermería y una corrida de Juan Pedro Domecq impecablemente presentada, brava y encastada –con matices--, que de no haber sido por las inclemencias eólicas, podía haber derivado en una gratificante tarde de toros, con la Plaza al borde del lleno. ¡Maldito viento!...
En efecto, la corrida de toros, esta vez, no defraudó a nadie en lo que a presentación se refiere. Todos cinqueños, la seriedad de los toros se hacía visible desde el testuz a la penca del rabo. Corridón de impecable estampa, peso equilibrado y abundante arboladura.
Pasado ya el duro trance de Téllez, el toro 'Tiniebla' pasó a manos de Daniel Luque, unas manos que se entretenían constantemente en el mantenimiento de la mayor verticalidad posible de la muleta, una pura veleta que se movía hasta la horizontalidad “a su aire”. Así, no se puede torear. Así, también los toros bravos y nobles aprenden picardías, aunque, en puridad, los de Juan Pedro mantuvieron una línea de embestidas repetidas y codiciosas, en viajes de ida y vuelta con el hocico a ras de arena; es decir, una corrida para haber bordado el toreo… en otras circunstancias. No obstante, la capacidad lidiadora de Luque y su espléndida madurez, permitió realizar en ese primer toro un comienzo de faena, por alto y sin enmendarse, que impactó en el público. Imagínense: el torero a pies juntos, impertérrito, ve cómo pasa el toro una y otra vez bajo un trapo tremolante que el viento convertía en rebuño. Y, después varias series en redondo tragando riesgo en cada pase. A pesar de que el toro sangraba abundantemente y perdía vigor su acometida, les aseguro que Daniel toreó despacio y templado, llevando prendido al animal en una suerte de milagrería, con las inevitables pausas para ordenar los utensilios de torear. Hasta le dio cuatro de esas manoletinas de perfil que popularizo Mondeño… y le dieron un aviso; pero mató de una estocada traserilla y desprendida y escuchó una ovación. Hubo de comparecer para lidiar en tercer lugar al segundo de su lote, un colorado de tremenda presencia, alto de cruz y cornalón, que en el segundo chocazo con el caballo de picar hizo saltar por el aire el castoreño de El Patilla. En varas le hicieron una tremenda sangría, pero Daniel Luque consiguió sacar tres tandas de excelentes pases naturales, aunque por el pitón derecho el juampedro probaba, antes de embestir con la cara alta. Le pegó un sopapo con la espada y recogió abundantes palmas. Francisco de Manuel intervino en segundo lugar ante un gran toro de Juan Pedro, por buen nombre 'Infinito', porque a su impecable trapío, de cinqueño bien comido, añadió un generoso galope y una acometida de morro al suelo, de enorme fijeza. Toro para reventar la Plaza, pero, ya saben… se lo llevó el viento. De Manuel quiso iniciar la faena de rodillas, pero hubiera sido la segunda temeridad de la tarde; por fortuna, cambió de opinión y se mantuvo firme ante un toro menos sangrado que el anterior y, por tanto, más preparado para lucir lo mejor de su buena casta. Lo mejor, quiero decir, si la maldita ventolera hubiera dejado al joven diestro ligar las tandas de muletazos como Dios manda, no como Eolo, quiera. La faena fue muy larga y pinchó dos veces antes de la estocada. Le dieron dos avisos. Y otro más en el quinto, un tremendo toro, castaño ojinegro, que enseñaba las palas de su amplia cornamenta. Francisco le exigió mucho en el comienzo de faena y no consiguió imponer su dominio en el resto del trasteo, sobre todo cuando el toro ya empezó a rebrincar en los viajes. De nuevo dos pinchazos y estocada. La plaza en ese momento empezó a presentar grandes calvas en los tendidos. Se iba la gente. Ángel Téllez apareció de nuevo en el ruedo para intervenir en el cuarto de lidia ordinaria, un bravo toro que no cesó de embestir, repitiendo en un palmo de terreno. Toro para estar en forma y “formarla gorda” en Madrid. Y a fe que Ángel, a pesar de doloroso trance por el que había pasado, recetó algunos pases naturales de excelsa pulcritud, pero, ciertamente, se vio agobiado por el temperamento del toro y las protestas de un sector de público. Alargó en demasía la faena y escuchó un aviso antes de matar de pinchazo y estocada en lo alto. Salió a capotear al sexto, y dibujó un apunte de toreo de capa de fino trazo. Otro excelente ejemplar de Juan Pedro, que no pudo aprovecharse como es debido; esta vez, a mayores, porque el torero, visiblemente adolorido, se vio algo desbordado por la casta del bravo toro. Pinchazo y estocada caída. Silencio en la noche.
Aparte de la muy buena corrida de Juan Pedro Domecq y del esfuerzo ímprobo de los toreros, nos quedamos con el regusto añadido de haber visto una excelente lidia y grandes pares de banderillas a Juan Carlos Rey, Daniel Duarte, Iván García y Juan Navazo; pero lo del viento en Madrid, cuando le da por dar guerra, es un arma de destrucción masiva; y, sin embargo, he podido oír en alguna ocasión a determinados aficionados de los “fijos continuos” de esta Plaza (es decir, de los impenitentes aficionados) que les gustan las corridas con el añadido del viento, porque es un riesgo más que los toreros deben afrontar. “¡Ahí quiero ver yo a las figuritas, dicen”. Como lo leen. Es como si al escultor le mellan cinceles y buriles, al pintor le barbean y embotan los pinceles o al escritor le manipulan el ordenador y emborronan el texto. Y les exigen que triunfen. ¡Hay que ser malages!...