Vivimos en la intemperancia.
La palabra intemperancia me gustó desde que la escuché por vez primera hace unos días en una de esas conversaciones de las que mi amiga Tania, que en paz descansa, hubiera dicho que estaba en el nivel más alto: el de las ideas.
La palabra se quedó conmigo como los frutos del amorsecano (Bidens pilosa), florecido estos días por los caminos, que llevan dos dientes para agarrarse al pelo del ganado y a la ropa de las personas que pasan.
Y ahora escribo con esa palabra engarzada desde entonces en mi pensamiento: que nos hemos vuelto intemperantes.
Y ya da igual del asunto del que se trate, que defenderemos nuestra postura con vehemencia, sin análisis, sin metodología, sin razonamiento, sin conclusión, sin datos, sin templanza: con intemperancia.
Vivimos ya en la intemperancia, en la falta de templanza, de manera permanente.
Y este es el problema: que no hay descanso.
Cada semana, hay algo por lo cual mostrarse intemperante, apuntándose a un equipo para discutir con el otro.
Una de las palabras que más me gustan de la Naturaleza tienen que ver con el tempero, con la sazón de la tierra y de los frutos, que es lo que se llama temperar: cambiar de lugar hacia un clima favorable.
La fuga de tempero es el desplazamiento de las aves empujadas por las olas de frío; y así empiezan a dar ganas de fugarse, hacia otro mundo.
El nuestro, cada día es más pequeño, y más intemperante.
Se diría que los acontecimientos se han acelerado y con ellos, la intemperancia.
Nunca me había pasado que no pudiera ver las noticias.
He de reconocer que me afectan como nunca antes me había sucedido.
¿Qué está pasando?
¿Se ha acelerado el mundo?
¿O es que yo voy llevando peor su relato?
¿No es todo más atroz que nunca?
¿O es que nunca lo habíamos visto y vivido de esta manera, tan en primer plano?
Pienso que, aunque todo se disfrace de política, la escasez de recursos naturales sea en el fondo la cuestión primordial por la que todo parece empezar a zozobrar, en un planeta que se agota, y por lo cual sus pasajeros empiezan a tirarse por la borda unos a otros.
Mantengan la calma.
No hay a dónde ir.
Este es el único mundo que conocemos y donde cabemos todos si conservamos la inteligencia, la sensibilidad y la calma.
Es lo más importante cuando hay una emergencia, conservar la calma, la templanza, para poder pensar y actuar con acierto.
En una ocasión mi marido llevó a un torero en la cabina, cuando se podía llevar a los pasajeros durante las aproximaciones, antes del 11S; y tras aterrizar en mitad de un vendaval, el torero le dijo: “Mu templao comandante”.
Me gustaron mucho también las palabras pronunciadas por Meryl Streep en los Princesa de Asturias, de las cuales destacaría dos: la empatía.
Ponerse en el lugar del otro.
Y la escucha.
Todo empieza por escuchar, creo recordar que dijo.
Los animales oyen.
Pero sólo las personas escuchan.
Si quieren.
Tendremos que practicar aquello tan difícil de no colocar nuestro ladrillo, como solía decir Juan Paco, con gran solemnidad, mientras tomábamos un tinto en el Casanova:
“Todo el mundo te quiere colocar su ladrillo”.
Ahora, nos los tiramos unos a otros.
Si colocan su ladrillo, que sea, por favor, para aportar otro punto de vista que nos haga reflexionar a los demás; y así poder construir algo con ellos.
La empatía.
La escucha.
La templanza.
Todo eso nos falta para que el mundo vuelva a dar vueltas a otra velocidad.
Pienso que cada persona tiene una gran responsabilidad en esto.
Cada uno de nosotros jugamos un papel crucial en el mundo cuando elegimos: opinar o propinar.
La templanza opina.
La intemperancia propina.
¡Qué tiempos de intemperancia vivimos!