Dejando de lado la hojarasca terminológica, lo que se está desarrollando en Gaza es, antes y por encima de un crimen de guerra o de lesa humanidad, un genocidio cuyos precedentes más próximos serían los de Ruanda y Burundi, pero siempre con el Holocausto protagonizado por el nacionalsocialismo alemán como el mayor de todos ellos. En alguna ocasión pudiera prevalecer la idea de venganza sobre cualquier otra consideración de índole puramente racial, nacional o religiosa, según ocurrió con las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, que acabaron indiscriminadamente con la vida de centenares de miles de personas, pero que no se dirigían contra la existencia misma de un pueblo. Por el contrario, lo que ahora sucede en Tierra Santa es muy distinto y ha de enjuiciarse desde el ángulo del terrorismo a gran escala, un fenómeno hoy asentado, sobre todo, en Oriente Medio.
El terrorismo nunca tiene justificación, y menos si se manifiesta como el asesinato de civiles indefensos, la matanza de niños y la toma de centenares de rehenes, pero tampoco debe tener una respuesta terrorista con la venganza como motivación y la destrucción completa de una populosa ciudad como consecuencia, cortando la energía eléctrica y el suministro de agua a millón y medio de personas. Y cuando a éstas, incluidos los niños, los ancianos y los enfermos, hospitalizados o no, se les dice que, si no abandonan la ciudad en cuestión de horas, el ejército israelí no responde de lo que pueda pasar. El horrendo crimen de Hamás merece un duro castigo e Israel tiene derecho a defenderse, pero respetando la proporción y los límites que la justicia requiere. Y sobra el gesto estadounidense de enviar un portaaviones por si el hasta ahora invencible ejército israelí necesitara ayuda (¿para qué?).
Estoy totalmente de acuerdo con la postura adoptada por nuestro Gobierno. Primero, condenar sin paliativos esta casi insuperable acción terrorista de Hamás, pero recordar a renglón seguido que la respuesta israelí ha de ajustarse al Derecho nacional humanitario, así como que el problema no se solucionará, muy probablemente, hasta que no haya un estado palestino, verdaderamente independiente, al lado de Israel. Sorprende que esa postura haya provocado una nota de protesta de la Embajada de Tel Aviv en España, a la que nuestro Ministro de Asuntos Exteriores ha contestado rápida y adecuadamente. El terrorismo nunca está justificado pero tiene una explicación que, por lo que atañe a la vieja Tierra Santa, se puede encontrar en la conducta de Israel frente a los palestinos, con una continuada ocupación de su territorio y creación de colonias que reproducen obsoletas formas de apartheid. Lástima que esta práctica haya sido respaldada por los Estados Unidos pese a las repetidas resoluciones de la ONU, a las que ha respondido trasladando su embajada de Tel Aviv a Jerusalén, lugar también anexionado ilegalmente.
No quiero seguir porque empiezo a recordar viejos episodios de la historia de Tierra Santa. Así, la ocupación de Jericó con el exterminio de todos sus habitantes, no por ser terroristas sino porque la ciudad estaba en la Tierra Prometida por Yahvé.
Seguramente, ya antes de comenzar con la ocupación de lo que quede de la ciudad de Gaza, el número de víctimas inocentes entre sus habitantes multiplique al de las ocasionadas por los terroristas palestinos. Las imágenes de los masivos e indiscriminados bombardeos son terribles. La irrupción de los blindados en ese montón de escombros no sería sino un segundo capítulo del horror en aquellas tierras. Si se va más allá de la legitima defensa se entra en el camino que conduce al genocidio.