El actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, pasará a la historia por ser posiblemente uno de los dirigentes políticos más vilipendiados por las derechas en la historia de España.
Es verdad que el ruido y la furia que le ha tocado sufrir son mucho más intensos que en otros tiempos pretéritos: a la viña sin vallado que caracteriza a las redes sociales, donde el insulto, la descalificación y los bulos forman parte del relato de esta España políticamente polarizada, hay que añadir el trumpismo que cabalga a galope tendido con Isabel Díaz Ayuso, que no deja títere con cabeza y que tiene a Pedro Sánchez en el centro de la diana. Veremos a ver cuánto le dura a Alberto Núñez Feijóo la suya, empujado a una deriva extremista con la miope batalla de IDA contra la sanidad pública, Txapote y otras casquería, a contramano del discurso centrista que busca como líder del PP.
Dicho esto, Pedro Sánchez ha sido hasta un buen amigo de sus amigos de verdad: a algunos, como Óscar López y Antonio Hernando, traidores confesos, los ha perdonado y se los ha llevado con él; a otros, más enemigos que amigos, como es el caso de Susana Díaz, que quiso decapitarlo en un Comité Federal con el infausto Pepiño Blanco como verdugo, la ha dejado de paseante en Cortes en el Senado.
Ha sido un buen comandante en jefe: ha mantenido las constantes vitales durante una pandemia que nos ha hecho perder los nervios a casi todos (protegió a los más desfavorecidos y salvó con los ERTEs 3,5 millones de empleos), ha rematado con realpolitik la crisis con Marruecos aunque nos sintamos sucios y traidores de la causa saharaui (lidiar con un régimen, cuya capital a veces está en Gabón, a veces está en París y a veces está en Rabat, no es nada fácil), ha estado al lado de la Palma durante y después de la erupción del volcán, se ha pulido el procés a golpe de unas reformas legislativas de la sedición y la malversación que los ha dejado sin mártires ni héroes de la patria. Está, en definitiva, matando a besos a los independentistas, aunque sacrifique respaldo electoral del PSOE en muchos territorios de España.
Además, pese al último dato negativo del paro, nos está dejando una economía creciendo y a la cabeza de la UE en no pocos indicadores; por ejemplo, la inflación (5,7) y el crecimiento de PIB (5,5).
Y está el resto de pequeñas cosas que el Gobierno ha llevado al BOE esta legislatura y que, oyendo al portavoz socialista en el Congreso, Patxi López, resulta una secuencia abrumadora y convincente para rebatir el mensaje cansino y monocorde de ‘España se rompe’ de las derechas y sus mariachis: “Se devolvió la universalidad al sistema de salud, se quitó el copago farmacéutico para los más vulnerables, 1.500 millones en créditos ICO que han llegado a 100.000 empresas, el bono social térmico, una limitación al 2% en la subida de los alquileres, subida del salario mínimo a 1.000 euros (1.800), subida de las pensiones al coste de la vida, dinero para la hucha de las pensiones por primera vez en 15 años, ayudas de 20 céntimos por litro de gasolina, 250 euros para el alquiler joven, 400 millones más en becas y 200 euros más para los becarios, bajada del precio del gas y la electricidad, transporte gratuito en cercanías, rodalies y media distancia, 3.500 millones de euros de ayudas a la dependencia, bono cultural joven, ayudas directas a transportistas, agricultores y pescadores, bajada del IVA de los alimentos…”
En el debe de Pedro Sánchez están principalmente algunos desvaríos legislativos de su Gobierno, incluidas las tensiones con la segunda parte contratante. El más sonado es el ‘si es sí’, que todavía colea y pende de una reforma legislativa inevitable, urgente e imprescindible. A su favor, el aguante exhibido durante estos años frente a Unidas Podemos, fruto de la asunción de los principios del estoicismo y el consumo desaforado de té verde. Esta pócima cuasi mágica también le ha valido a veces para combatir la aldea catalana de Puigdemont y Aragonès, dos políticos que el tiempo ha tornado en esperpentos.