La geografía mundial está salpicada de fronteras calientes. Desde la Franja de Gaza a la valla del Sáhara Occidental, pasando por las fronteras calientes de India-Pakistán, Afganistán-Pakistán, el paralelo 38º de las dos Coreas, la Línea Verde de Chipre, la valla de Calais… alcanzan los 70 muros de la vergüenza.
El Estrecho de Gibraltar es el muro más sólido que separa a África de Europa. Más de 7.000 personas han muerto desde que se contabilizara la primera víctima el 1 de noviembre de 1988 frente a las costas españolas, en una información de Ildefonso Sena en Diario de Cádiz. Ahora, en España, la tragedia de la inmigración clandestina se ha trasladado a las fronteras de Ceuta y Melilla, donde las concertinas (la versión moderna del alambre de espino pero con cuchillas) han dejado paso a estructuras de barrotes. El último incidente serio ocurrió el 21 de junio de 2021, con 24 muertos en territorio marroquí con la policía española de espectadora incómoda (rayano en la complicidad).
El muro que separa EEUU de México tiene 900 kilómetros entre Tijuana (Baja California) y San Diego (California). Esta construcción fronteriza, que también tiene ramales en Arizona, Sonora y Nuevo México, se cobró la vida de 853 seres humanos solo en 2022. Está compuesto de tres barreras de contención y una sofisticada tecnología de caza y captura de seres humanos, y acumula miles y miles de muertos.
Los Muros de la Paz o Líneas de la Paz, de ocho metros de altura, separan los barrios que católicos y protestantes en Irlanda del Norte, en especial en Belfast. Existen alrededor de un centenar de ellos en la actualidad, pero son casi un atractivo turístico de un conflicto que dejó 3.524 muertos (1.857 civiles).
Pero el muro más famoso de todos fue el de Berlín, también con el corazón de hormigón y hasta cuatro metros de altura. Durante las casi tres décadas (1961-1989) que separó las dos Alemanias, fallecieron más de 500 personas relacionadas con este paso fronterizo de la Guerra Fría. Pero miles de alemanes murieron de tristeza y desesperación por los efectos de esta siniestra construcción.
La caída de los regímenes comunista propició que un 9 de noviembre los alemanes del Este se lanzaran a derribar el Muro de Berlín con sus propias manos. Pocos años después se produjo la reunificación de Alemania.
A propósito de los últimos coletazos del Brexit, ahora estamos a la espera de la caída de otro muro, la frontera o la verja de Gibraltar. Después de un preacuerdo alcanzado en Año Viejo de 2020 entre el Reino Unido (Gibraltar) y la UE (España), no se acaba de cerrar el tratado internacional que abrirá un tiempo nuevo con la retirada de la verja y la integración de Gibraltar en la zona Schengen de la UE.
Las expectativas creadas de inaugurar una zona de prosperidad compartida entre Gibraltar y el Campo de Gibraltar chocan, una vez más, con el escollo de la soberanía, una cuestión inamovible en 300 años de desencuentros. En 1713, a través del Tratado de Utrecht, la España del primer rey Borbón (Felipe V) entrega el Peñón “a perpetuidad” a Inglaterra. Hoy está democráticamente en manos de los gibraltareños, que sobrevivieron al colonialismo inglés y a los cuatro asedios españoles (el último fue el cierre de la verja entre 1969 y 1982).
En caso de embarrancar de nuevo en el callejón sin salida de la soberanía, una de las alternativas a esta extraordinaria oportunidad histórica, que debería estar aliñada con fondos europeos y británicos para ser creíble, es abrirle de nuevo las puertas de par en par a la industria del narcotráfico, de capa caída en los últimos años gracias a la intervención más decidida contra él que ha protagonizado un Gobierno español en democracia.
Yo soy de los que creen que los distintos gobiernos implicados son conscientes de este peligro y que, por tanto, no pueden defraudar de ninguna de las formas a los 300.000 ciudadanos de ambas zonas (270.000 campogibraltareños y 30.000 gibraltareños) por el tiro de una bala de cañón, por la disputa sobre el istmo, por la prohibición para los judíos, por el puerto seco, por Utrecht y Castiella… que tanto gustan a los diplomáticos a la violeta, parafraseando al coronel y escritor José Cadalso en su obra Eruditos a la violeta, muerto en combate en el gran asedio de Gibraltar de 1779-1783.
¿Sería comprensible un no acuerdo sobre Gibraltar tras el entendimiento alcanzado entre el Reino Unido y la UE sobre Irlanda del Norte?
Esa frontera, esa verja, está construida con los mismos materiales que los otros muros de la vergüenza: hormigón, alambre de espino, muerte, odio, llantos, sufrimiento, penalidades, necesidad, familias divididas, intolerancia, lágrimas y patrioterismo, y merece, como en Berlín, caer a manos de los propios ciudadanos perjudicados.
Está por ver si Pedro Sánchez y Rishi Sunak quieren hacer historia y emular a JFK en su visita de 1963 a Berlín, lanzando unidos un grito bilingüe con aromas de libertad y futuro: “Yo soy gibraltareño, i am a gibraltarian” (de la Roca y el Campo), con The Wall, de Pink Floyd, sonando por última vez.