A propósito de una reflexión sobre la paternidad, recordé hace unos años, en un artículo publicado en el Grupo Joly, que el psiquiatra y escritor sanroqueño Carlos Castilla del Pino reconocía en Casa del Olivo, la segunda parte de sus magníficas memorias, su incapacidad para ser padre. Cuando esta obra vio la luz había enterrado a cinco hijos y a una nieta. Posteriormente, en unas declaraciones suyas a Arcadi Espada para El País Semanal, se levantó una agria polémica cuando muchos interpretaron que había asegurado que la denegación de la cátedra en cuatro ocasiones por los próceres del franquismo le dolió más que la muerte de sus hijos. En entrevistas posteriores se explicó mejor: "Todas las muertes de mis hijos me causaron un gran pesar, pero no impidieron mi proyecto de vida… ¡Sólo hubiera faltado añadir eso al drama! Lo que impidió realmente mi proyecto de vida fue no lograr la cátedra". Él mismo expresó sinceramente el dolor de la relación paterno-filial en vida: "Mis hijos y yo fuimos convirtiéndonos en extraños y llegó un momento que hablar hubiera empeorado las cosas… Habían surgidos reproches mutuos, era mejor callar… Era un silencio que apesadumbraba, sí, pesaba mucho".
Conté la desventurada paternidad de Castilla del Pino, a quien conocí personalmente en los Cursos de Verano de San Roque en los años ochenta, para tener un punto de partida para reflexionar sobre el difícil oficio de ser padre. Por aquellos días mi mujer y yo convivíamos con tres chavales, de entre 17 y 10 años. Y estaba preocupado por el mundo que recibirían como legado. Ahora, cuando están entre los 29 y los 22 años, estoy totalmente angustiado, y tengo un miedo atroz de dejarlos a la intemperie, a merced de políticos sin escrúpulos que tienen como objetivo empeorar el mundo que les tocará vivir.
Con Donald Trump hemos visto cómo la deriva puede ser, si cabe, más catastrófica. Ese negacionismo de lo evidente, empezando por el cambio climático, tiene unos tintes dramáticos que me quitan el sueño.
En España, de esa corriente de descerebrados en primera línea de poder, tenemos a Isabel Díaz Ayuso, una señora con muchos votos pero con muy poco sentido común.
En una entrevista palaciega del rotativo británico The Telegraph, Isabel Díaz Ayuso anuncia que quiere convertir Madrid en la Florida de Europa a golpe de bajar la fiscalidad hasta poner la sanidad y la educación públicas al borde de la beneficencia. Hasta la postulan -es decir, se postula- como la primera mujer que alcanzará en España la presidencia del Gobierno.
A mí toda esa fanfarria me da lo mismo, por mí, que la conviertan en la reina de España a modo Fernando Trueba. Lo que me saca de mis casillas es que se atreva a pontificar sobre los jóvenes, a quienes los acusa en general de “falta de cultura del esfuerzo”. Ella, tan esforzada sacando al perrito de Esperanza Aguirre, en un arduo aprendizaje político de trágala y de guau, guau. En el diario inglés también les dedica una parrafada: “A los jóvenes se los enfrenta entre sí; se han debilitado las relaciones entre hombres y mujeres. Si las personas de más edad con franqueza, no pueden hacerlo. Es un modo de paternalismo y autoritarismo, porque ¿quién decide lo que es ofensivo?”.
Para su conocimiento, según el último estudio del Observatorio de Emancipación del Consejo de Juventud de España, del primer semestre de 2022, sólo el 15,9% de los jóvenes logra emanciparse frente al 32,10% en el resto del a UE; para poder alquilar una vivienda tienen que dedicar el 85,10%, y la pérdida de poder adquisitivo es del 22,65% desde 2008.
En Madrid, bajo este discurso de preocupación por los jóvenes de IDA, las condiciones son más duras todavía. Últimamente, entre los pisos turísticos y la compra masiva de los fondos de inversiones -incluso en zonas de la clase media y trabajadora-, el alquiler es una quimera para los jóvenes, y los salarios de mierda de camareros o similares que sólo dan para subsistir, jamás para una compra con su hipoteca y los demás perejiles.
No me extrañaría nada que, en la próxima aproximación a los jóvenes, Ayuso les aconseje un buen euromillones como puerta de entrada a la Florida de Europa, ¿no?