Escuchar cada día, cada hora, las declaraciones (canutazos) de los ministros nos traslada a un mundo feliz: todo va bien; todo histórico; logros impresionantes. Eso sí con la coda de que el PP y Feijóo son lo peor, capaces de arruinar todo. Cansa tanta monserga propagandista que abraza la estrategia de anegación informativa, machacar y machacar.
La última entrega corresponde al dato de déficit público del 2022, un año excepcional de recaudación (+145) y crecimiento (+5,5%) según la tesis oficial avalada por datos, un año de buena cosecha que en teoría clásica aconsejaría aprovechar para almacenar, para poder atender a los años de mala cosecha, que siempre llegan. Pues en tan excepcional año el déficit alcanza el 4,8% del PIB, más de 65.000 millones de euros de crédito aportado, fundamentalmente por acreedores externos, fundamentalmente el santo Banco Central Europeo.
El déficit (elevado) se convierte en estructural para la economía española desde el 2008 (tres quinquenios) viviendo del crédito. Sin duda hubo años de vacas muy flacas, de recesión, (2009, 2010, 2011, 2012 y 20220) con déficit en torno al 10% del PIB, justificado por la necesidad de sostener la economía. Pero durante los otros diez años de crecimiento el déficit primario (antes de pagar intereses) fue constante. Siempre por encima del 3% que es el guarismo de referencia y de compromiso en el pacto del euro. El 4,8% de déficit del pasado año se presenta por parte de Hacienda como un éxito; dos puntos menos que el año anterior; dos décimas menos de las previstas por el gobierno.
Aunque todo depende del cristal con que mire un déficit de semejante magnitud significa un riesgo para el futuro; incluso un abuso de las siguientes generaciones que no protestan porque no tienen oportunidad ni consciencia. Por eso hay que decir que ese 4,8% es una barbaridad, un abuso, una prodigalidad injustificable. Puede que “gobernar significa gastar”, como solía recordar el profesor Fuentes Quintana, pero con alguna cautela, con contención. Entre otras razones porque cuando dependes de financiación externa se corre el riesgo de que el financiador deje de prestar.
El cierto que el paraguas europeo protege, que el BCE no puede dejar de socorrer a los socios en apuros; pero tampoco se puede ir por la vida de deudor que sablea a los demás año tras año.
Un déficit del 4,8% del PIB, un año en el que la economía crece al 5,5% no es coherente, no es prudente, indica un comportamiento de gastador impenitente. No son tiempos para un “santo tenor al déficit”, pero tampoco de desdén e indiferencia por los números rojos. Pretender el 4,8% de déficit es un buen dato son ganas mirar el dedo y no lo que señala.