Que Pedro Sánchez cambie de criterio no es noticia, forma parte de su manera de hacer política. es uno de sus activos para conseguir el fin deseado que no es otra cosa que el poder, revestido de programa progresista, uno de esos conceptos que sirven para lo que haga falta, un significante vacío. Sánchez no oculta esa capacidad de rectificación en función de las circunstancias, insistió en ello a lo largo de la campaña con el argumento de que no cambio, solo cambian los contextos.
De lo que se está hablando estos días para obtener la investidura mediante una alianza en los extremos nada tiene que ver con las propuestas de la campaña electoral. En el seno del PSOE, en su comité federal o en sus debates internos (¿hay debates?) no se ha conocido ningún pronunciamiento ni indicación doctrinal o estratégica sobre lo que se plantea estos días. Estamos ante decisiones mayestáticas, soberanas, no discutidas ni discutibles del elegido en unas primarias que ha impuesto su dictado al partido sin más voces discrepantes que las de esos señores históricos, mayores (Felipe, Guerra, Jáuregui, Redondo…) que según los portavoces de Sánchez ya no representan a nadie.
Hubo votantes del PSOE en 2016 que renegaron de su voto cuando Sánchez se entregó, de súbito, sin consulta ni explicaciones, al Podemos de Iglesias que le entregó los votos de diputados propios y cercanos (ERC y Bildu) que otorgaban mayoría. Algunos de esos votantes no olvidaron y evitaron votar PSOE el pasado julio. Otros lo olvidaron o lo perdonaron para evitar la emergencia de VOX:
Esos mismos votantes se topan ahora con decisiones de su elegido que no comparten, que no entienden y que conducen a la melancolía. ¿Tanto hay que pagar por retener la Moncloa? ¿Puede soportarlo el socialista español sin descomponerse en la contorsión?
Lo que se maquina estos días es como disfrazar para que no parezca lo que es. Las exigencias de los independentistas son claras y conocidas. Su sorpresa es que pueden alcanzar lo que pretenden sin el riesgo de incumplir la ley y con la ventaja de adaptar las normas a su conveniencia y con la expectativa de que los intérpretes de la Constitución, ese Tribunal Constitucional que preside Cándido Conde Pumpido avale al ejecutivo sin ejercen el poder de contención que tiene encomendado. Pedro Sánchez puede hacer lo que le convenga porque no hay quien le frene, ayer dijo digo, hoy dice Diego y mañana dirá lo que le venga bien. Es una forma de hacer política disfrazada de “altura de Estado”.