Rubiales dimite del pollo al ajillo

Pedro Sánchez y Luis Rubiales en una imagen de archivo.

EFEPedro Sánchez y Luis Rubiales en una imagen de archivo.

El Gobierno de Pedro Sánchez ha sabido desde siempre que a Luis Rubiales le ha gustado ir por la vida con los huevos por delante, y que si era necesario ponerlos encima de la mesa, los ponía. Y esto no es de ahora, claro, esto viene de atrás, casi desde que en mayo de 2018 asumió la presidencia de la Real Federación Española de Fútbol y pensó que el mundo podía ser suyo... con la ayuda inestimable del inquilino de la Moncloa.

El culebrón vivido desde la pasada final de Sídney -ese bochornoso espectáculo ofrecido en el palco, ese acoso sin paliativos a Jenni Hermoso y a otras jugadoras españolas y esa asamblea repleta de horrores y de esclavos- y que ha concluido con la dimisión de Luis Rubiales este domingo, sólo ha servido para que se visualizara de forma incontestable, en directo y por televisión para todo el planeta, el comportamiento habitual de un gañan venido a más, de un personaje deleznable a quien el Gobierno, el mismo que ahora ha querido acabar con él, protegió sin pudor cuando el hedor de su gestión y de sus hábitos ya resultaba insoportable.

Posiblemente no hubiéramos llegado al vergonzoso esperpento de Australia si los responsables del Consejo Superior de Deportes (CSD), si el ministro Miquel Iceta, si las ministras Yolanda Díaz e Irene Montero, si el mismísimo Pedro Sánchez hubieran actuado con la misma verborrea y contundencia de estos días cuando El Confidencial empezó a publicar las hazañas de este machirulo.

La reacción actual del Ejecutivo, digámoslo de entrada, es la correcta; ni se podía dejar pasar el ridículo mundial ni el abuso de poder. Por el contrario, el silencio oficial que ha rodeado al personaje hasta que tuvo a bien menearse los testículos delante de la reina y la infanta y besuquear a las jugadoras, resulta, como poco, altamente sorprendente y sospechoso.

Ya en noviembre del pasado año escribíamos aquí de los comportamientos mafiosos del personaje denunciados por el citado medio; de sus trapicheos económicos, del espionaje al que sometía a sus críticos con dinero de la federación, de las grabaciones ilegales que alcanzaron incluso a altos cargos del Gobierno del propio Sánchez, de la posible adulteración de la competición…

También de los negocietes millonarios con un país tan femenino y respetuoso con los derechos humanos como Arabia Saudí, para jugar allí la Supercopa de España, con Gerard Piqué de intermediario. Acuerdos federativos que sirvieron para que el entonces jugador azulgrana se embolsara en la operación 24 millones de euros. Incluso están documentadas las amenazas más o menos veladas a todos aquellos que se atrevían, no eran muchos, a ponerse en su camino.

Irene Lozano, una de las que se atrevió, ha reconocido que cuando era secretaria de Estado para el Deporte tuvo que echarlo de su despacho por su comportamiento virulento y maleducado y que a punto estuvo incluso de llamar a su dispositivo de seguridad.

Hay más. También sabía el Gobierno de su viaje de placer a Nueva York -peccata minuta, debieron pensar- para reunirse con su entonces compañera sentimental y que pagó la federación con la excusa de que se iban a llevar a cabo unas reuniones que no tuvieron lugar y unas entrevistas que nunca se realizaron.

Tampoco ignoraba el Ejecutivo que cuando llegó a su despacho de la RFEF multiplicó su sueldo y lo aderezó con un porcentaje (el 0,15%) de todo el dinero, absolutamente todo, que llegaba a Las Rozas al margen de las subvenciones oficiales y que ha supuesto que sus ingresos ascendieran en 2022 a 634.518,11€, cuatro veces más de lo que percibía su antecesor. A esto hay que sumar los 250.000 euros que recibía anualmente como vicepresidente de UEFA. No es de extrañar que le diera para comprarse por casi 2.000.000 de euros un ático en la calle Ferraz de Madrid, a escasos metros de la sede socialista.

Pero esto no se acaba aquí. Los dos últimos secretarios de Estado para el Deporte, José Manuel Franco y Víctor Francos, y por extensión el ministro Iceta y quién sabe si también el presidente Sánchez, -y hasta lo hubieran podido saber de haber querido Yolanda Díaz e Irene Montero- estaban al tanto de la fiesta en un chalé de Salobreña con un buen número de mujeres y a costa también de la federación. Más peccata minuta, intuyo. Y no se recuerda ningún comentario entonces de las dos ministras, tan feministas ellas, que callaron como el resto del Ejecutivo.

Juan Rubiales, tío del ya expresidente y por aquél entonces su mano derecha, ha declarado en los últimos días que lo de Salobreña nunca fue ni de lejos la reunión de trabajo que quisieron vender posteriormente, que “las chicas eran unas chavalas de 18, 19, 20 años” y que incluso le dijo a su sobrino que podrían ser sus propias hijas y que “había perdido la cabeza”.

Sí, Luis Rubiales perdió la cabeza sin duda cuando le pidió a su tío que todos los años le hiciera llegar a su padre, discretamente, un “sueldo” a cargo de la federación. Cuarenta y ocho horas después de negarse a hacerlo fue despedido fulminantemente por su sobrino.

Ninguna de estas denuncias llegó al Tribunal Administrativo del Deporte (TAD) porque así lo quiso el Consejo Superior de Deportes (CSD), o lo que es igual, el Gobierno. Ninguna. Franco y Francos miraron para otro lado. Iceta lo mismo. Sánchez, ídem de ídem. De Díaz y Montero, mejor no hablamos. Tampoco quiso saber nada el Ejecutivo cuando Juan Rubiales fue a declarar a la Fiscalía Anticorrupción y contó todo esto y más. Siempre silencio administrativo. No es de extrañar que con estos antecedentes el TAD -que papelón tan lamentable el suyo- eligiera lavarse las manos no se sabe -o sí se sabe- muy bien por qué.

Ahora nos hemos enterado de que, según desveló El Mundo este pasado jueves, José Manuel Franco desestimó un informe de 22 de febrero de 2021 en el que se aconsejaba la inhabilitación de Luis Rubiales "por abuso de autoridad" por "apropiarse y comercializar los derechos audiovisuales de los clubes de fútbol femeninos". Es más: la persona que denunció acabo despedida.

Franco, responsable del deporte español cuando El Confidencial empezó a publicar las fechorías del entonces presidente de la RFEF, se acabó convirtiendo en su principal abogado defensor. Es de suponer que el ex delegado del Gobierno en Madrid se limitaba a cumplir órdenes.

Siempre creyó Luis Rubiales que nunca iba a tener problemas con el PSOE en el Gobierno. "Soy uno de ellos", solía decir en voz alta. Siempre hizo ostentación de que su abuelo fue alcalde socialista de Motril (Granada) y de que a un familiar lo fusilaron los fascistas, aunque esto último parece ser falso. Todo para él fue vivir del cuento hasta que llegaron los testículos y los besos indeseables y el cielo empezó a desplomarse sobre sus dominios.

Este es Luis Rubiales. Un machista de libro, un tipo perverso y violento, un ordinario con ínfulas al que le gustan el poder, el dinero y, por supuesto, las mujeres y al que se le permitió, con los apoyos pertinentes, venirse arriba.

Un personaje que le exigió a su tío que en público no le llamara Luis sino presidente, un prepotente con carné que siempre ha pretendido emular a Kennedy -tal cual- y que como le gusta el pollo al ajillo que hace Rodrigo, el cocinero de la selección masculina de fútbol, ordenó que se incorporara a la expedición de la escuadra femenina -que tenía su propio chef- para que le cocinara durante todo el campeonato de Australia y Nueva Zelanda.

El meneo testicular y el despreciable baboseo con Jenni y otras jugadoras de la selección han sido los últimos baldones de una trayectoria poblada de cadáveres que nunca debió ser para el fulano ni tan larga ni tan fructífera. Gracias a que se sentía protegido, hizo lo uno y lo otro simplemente porque se creía con derecho a hacerlo. Porque estaba convencido de que eran tan suyas sus pelotas como sus jugadoras.

Lo paradójico de este caso es que durante los pocos segundos que trascurrieron entre el final del partido que proclamó a España campeona del mundo y el momento en el que se tocó los huevos de forma grandilocuente, Luis Rubiales debió levitar y pensar que definitivamente el mundo ya era suyo, totalmente suyo.

Ahora, a la espera de que se vayan también todos los directivos que le arroparon y le permitieron hacer lo que le diera la gana durante su reinado -y de que Gerald Piqué le devuelva el favor multimillonario y le saque del arroyo-, Luis Rubiales ha despertado abruptamente del sueño y escapa a la carrera del planeta piruleta en el que habitaba. Hasta del pollo al ajillo ha tenido que dimitir este pobre necio impresentable.