Rompa ya las cadenas, presidente Sánchez

Rompa ya las cadenas, presidente Sánchez

EFEPedro Sánchez promete ante el rey su cargo de presidente del Gobierno.

Qué gran error ha cometido, presidente, pactando al límite para lograr su investidura. Resulta inconcebible que un político como usted, con experiencia y años por delante para planificar una carrera a largo plazo, haya arrojado por la borda los méritos estratégicos, el reconocimiento entre sus filas y el poco o mucho prestigio internacional que había ganado. No soy capaz de entender las razones que le han llevado a precipitarse – en la acepción tanto de anticiparse como en la de caer al vacío -, cuando lo que tenía a su alcance era la gran oportunidad para pasar a la Historia como íntegro líder de una oposición que además se le presentaba, admítalo, tremendamente fácil. Con su planta y su oratoria, sin tener que bajar la mirada, alzándose como adalid de lo que representa(ba) un partido de (hasta ahora) impecable trayectoria constitucional, su éxito estaba asegurado. Sin embargo, lo ha canjeado por algo tan banal, inestable y comprobado catastrófico desenlace, como es ceder a un chantaje para seguir en el poder.

Ha cambiado el futuro éxito de su carrera, empeñando de paso el nuestro, por siete miserables cromos descatalogados que ya no se encuentran en el Rastro, porque ni siquiera existe, ni ha existido nunca, el álbum donde le han dicho que hay que pegarlos. Qué pena, señor presidente, solo tenía que esperar para salir adelante. Mantenerse en barbecho un breve periodo de tiempo, que usted habría logrado que no llegara a cuatro años. Sí, aguardar, al acecho pero en calma, a que el gobierno del PP fuera el que tuviera que bailar con la más fea – o el más feo, que nadie se moleste -, comerse el actual marronazo. Bastaba, presidente, que cruzara un ratito a la otra acera, mientras los contrarios, a quienes usted habría mantenido a raya desde la oposición, se las apañaban recomponiendo la economía y que, a su triunfal regreso, presidente Sánchez, se encontrara de nuevo unas arcas públicas saneadas.

Su decisión de tirar hacia adelante ignorando la brújula, sin tener en cuenta el trayecto ni el destino, haciendo caso omiso a las numerosas críticas en las instituciones y en las calles, me desconcierta. Es un tremendo error de bulto, un podrido puente colgante que, por otra parte, nos obliga a cruzar de su mano. Confieso que, en alguna ocasión, he querido engañarme pensando que, al final, usted mismo acabaría viéndolo tal y como es realmente. Primero, porque no es tonto y, segundo, porque no había necesidad de hacer lo que ha hecho. No estaba usted contra las cuerdas, abocado a emprender esta huida hacia adelante de irreparables consecuencias que nadie, jamás, olvidará. ¿De verdad quiere pasar así a la Historia? ¿Cómo un personaje sin personalidad? ¿Un líder que, cegado por el poder, impuso a la gran mayoría las exigencias de unos pocos? ¿Un mandatario que arruinó a su pueblo para dárselo todo a quienes no se consideran parte del mismo?

¡Cómo es posible que no lo vea! Se está autodestruyendo. No sé cuándo, pero en algún momento perdió de vista las enseñanzas del maestro Sun Tzu, inspiración de Napoleón y Maquiavelo, arrastrándonos a todos en su monumental despeño. Obligándonos a participar en la gran estafa interpretando el rol de víctimas de unos camanduleros que aún no se terminan de creer su “hazaña”. Y, para colmo, sin razón de peso que justifique tener que pasar por esta extorsión, llamando pacto al saqueo, vendiendo como trato lo que es un fraude. Le recuerdo que en julio lo único que perdió fueron las elecciones. Ahora, por el contrario, lo ha perdido usted todo. Se ha humillado, vendido, traicionado a sí mismo, destruido la credibilidad de su partido, hecho añicos la percepción de España en el mundo. Todo ello, a la larga, se paga, aunque obviamente no es usted quien me preocupa. Lo grave es que su error lo pagaremos, mucho más caro, todos nosotros. Además, ¿qué es la victoria sino un laurel imbuido de ambigüedad? En la retirada a tiempo radica infinidad de veces la proclamación del triunfo. No hace falta que sea inmediato. El mandatario de un pueblo demuestra más agallas admitiendo la derrota, aunque sea temporalmente.

Así que no es Feijóo quien ha renunciado a ser presidente del gobierno, como intentó mofarse de él en el Parlamento, es usted quien ha renunciado a volver a serlo gracias a los votos depositados en las urnas. Usted, quien ha elegido gastar lo que no es suyo para comprarse el cargo en una lonja. Es usted quien ha despreciado el reconocimiento que habría obtenido, aquí y en el mundo, si se hubiera limitado a respetar las reglas “morales” del juego y a sacar rédito de su puntual pérdida. Porque el poder, ese que no te quita nadie estés donde estés, también se encuentra en la retirada momentánea. Es mejor perder una batalla, que la guerra. Le creía más inteligente, señor Sánchez, conocedor de la frase de Bertrand Russell que explica gran parte del éxito presente y futuro: “Lo más difícil de aprender en la vida es qué puente hay que cruzar y qué puente hay que quemar”. Algún día, se dará cuenta de que el que acaba de cruzar tendría, por el contrario, que haberlo quemado. Todos ignoramos, usted en primer lugar, cuánto peso soportará, pero sabe que las exigencias de ahora son peccata minuta en comparación con lo que está por venir. Y no tendrá más remedio que vendernos una y otra vez, hasta que se termine el rédito o vuelva a imponernos, como ahora, su criterio por encima de todo y a las bravas.

Increíble equivocación, señor presidente, siento insistir. En cualquier caso, aún está a tiempo de enmendarlo. No se trata de un consejo – no soy nadie para darlo -, tampoco de un grito de auxilio. Es simplemente la constatación de un hecho y la personal interpretación que del mismo hago. Tengo la buena o mala suerte de no haberme afiliado nunca a nada, salvo a mi conciencia y, sobre todo, a la reflexión. Quizás demasiado pausada, lo admito. Siempre he sido de “efectos retardados”, de cocerme a fuego lento. Sin embargo, con el tiempo, la experiencia me ha enseñado que reaccionar el primero y en caliente, sin escuchar a nadie, tampoco a uno mismo, no es ni mucho menos garantía de éxito, más bien de lo contrario. La ambición, igual que la venganza, ha de saber esperar su momento.

Su trueque de esperpénticas contorsiones nos saldrá muy caro a quienes no nos dedicamos a empequeñecer el mundo a base de obsoletos nacionalismos, creyéndonos mejores, exigiendo permanentemente un trato de favor, explotando un falso victimismo. Llorando, gritando o mandando, según las circunstancias. Los siete cromos, presidente Sánchez, aunque se los hayan vendido para la investidura, siguen en poder de aquellos a los que se ha entregado. Ha caído, igual que el mítico personaje de Toni Leblanc, en el viejísimo timo de la estampita. ¿De verdad no entiende el daño que se ha hecho a sí mismo? ¿El descenso a los infiernos que le espera a cada paso poniéndose en manos de quienes en realidad le desprecian? Un chantajista, no lo olvide, jamás se alía con su víctima, a la que desdeña por su cobardía, sino que la utiliza de forma permanente, retorciendo cada vez más el rizo. Hasta que ya no le sirve y la tira.

A estas alturas, no sé qué es lo quiere usted, aparte de quedarse un poco más en La Moncloa, pero la única forma de liberarse, de rescatarnos a todos los que nos ha convertido en rehenes, es rompiendo las cadenas con sus chantajistas cuanto antes. Mañana será tarde.