Cada día, cada hora, cada minuto que pasa es más evidente la victoria del perdedor y la derrota del vencedor. Hay victorias que no sirven para nada y derrotas que provocan el efecto contrario. Ya saben: lo de fracasar ganando y ganar fracasando. Aquí y ahora nuestro sistema parlamentario es claro y nos dice que gana el que puede gobernar y no el que saca más votos y tiene más diputados, como muy bien sabe el Partido Popular. Y lo demás es literatura.
Alberto Núñez Feijóo ha fracasado quedando en primer lugar. En otro contexto menos canalla que el nuestro su resultado -más de tres millones de votos que en 2019 y 47 diputados por encima de los conseguidos en los comicios de noviembre de aquel año- sería verdaderamente extraordinario, pero las expectativas no satisfechas lo reducen a papel mojado, a una simple broma macabra, que diría Joaquín Sabina. Y salvo que el CERA -voto en el extranjero- diga lo contrario y nos pueda llevar al bloqueo y a nuevas elecciones en diciembre, el ganador del 23J no tiene ninguna posibilidad de formar Gobierno mientras que el perdedor puede seguir en la Moncloa.
Y que el ganador está perdiendo lo confirma el hecho de que los suyos, algunos al menos, ya empiezan a segarle la hierba bajo los pies. Las ratas de dos patas, como canta Paquita la del Barrio, no quieren perder el tiempo. Que si la campaña no ha sido buena, que si Vox sí, que si Vox no, que si el debate al que no asistió, que si las pensiones, que si los pactos autonómicos con la ultraderecha, que si los comentarios machistas, que si Correos, que si el pucherazo, que si Marcial Dorado…
No hay mejor termómetro para medir la temperatura de la condición humana que la victoria o la derrota en un partido político, ese submundo donde la lealtad está sobrevalorada y empieza a ser un valor en desuso y la traición forma parte del manual de resistencia de muchos de sus protagonistas.
Esperanza Aguirre, siempre disparando a favor del viento, ya ha mentado a Isabel Díaz Ayuso para sustituir a Feijóo y el nombre de la actual presidenta madrileña ya navega viento en popa a toda vela por los cenáculos madrileños de la derecha, aunque ella se quiera desentender y afirme que Feijóo es el capitán del barco.
Ayuso -en la planta noble de Génova 13 ya la conocen sobradamente a ella y a Miguel Ángel Rodríguez- no quiere perder el tiempo y aunque insiste en defender el liderazgo del presidente del PP ahí está ella, al fondo pero visible, para lo que necesite España. Su panfleto verborreico del miércoles echando por tierra la nueva filosofía de bolsillo de la dirección popular con respecto a Pedro Sánchez y al PSOE es todo un aviso a navegantes… y a quienes se crean que ella no piensa en lo único que realmente piensa.
Isabel es el escorpión en la fábula de la rana y el río y está en su carácter ser como es. Porque como muy bien dice un periodista amigo, conocedor del personaje, cuando se empieza a hablar de que no hay que tirar a nadie por el puente, Feijóo mismamente, a lo mejor lo que se está haciendo es empezar a escribir el relato para cuando llegue el momento de hacerlo.
Se avecinan malos tiempos para el Partido Popular y para su líder si no hay repetición electoral, que no parece. De estar a punto de alcanzar el poder -y entonces estaríamos hablando de la crisis de Sánchez y del PSOE y de que Page ya habría dicho aquí estoy yo- a volver a la casilla de salida en apenas unas horas. Y lo que es peor para los populares: con un Feijóo debilitado, que no parece ni liderar ni entusiasmar con la contundencia necesaria; con un proyecto a la deriva y perdido ahora en tierra de nadie; y con una Isabel Díaz Ayuso que pese al hermanísimo ya calienta y empieza a verse nuevamente como la auténtica oposición al inquilino de la Moncloa.
Al final, ha sido Vox quien ha llevado a los populares a mirarse en el espejo y a enfrentarse a sus propios demonios. Los nombramientos circenses de Abascal allá donde ha podido coaligarse con los populares, y que fueron inconscientemente permitidos por Génova, han visualizado lo que podría ocurrir si ponían sus sucias manos en el Gobierno de la nación. Y los ciudadanos han preferido las mentiras, o cambios de opinión, de Pedro Sánchez a la irrupción de una ultraderecha con mando en plaza.
Más de uno piensa ya en el Partido Popular que mientras exista la formación de Santiago Abascal les va a resultar muy difícil conquistar el poder. En primer lugar, por el rechazo que provoca su cercanía y en segundo, por la imposibilidad de conseguir alianzas con otras fuerzas mientras la alargada sombra de Vox se mimetice, como estamos viendo en algunas comunidades autónomas, con la del partido conservador.
Por si fueran pocos los males del PP, el 23J ha blanqueado completamente a Pedro Sánchez. Los más de 7.700.000 de españoles que este pasado domingo le han votado, aunque sea tapándose las narices algunos de ellos, han aceptado lo realizado por el Gobierno en estos años, a la vez que le han otorgado carta blanca para lo que pueda hacer en los venideros, Carles Puigdemont incluido.
A partir de ahora, hablar de indultos, malversación, sedición o del cachondeo de la Justicia sonará a déjà vu. El presidente del Gobierno en funciones ha sido absuelto, y no debería ser imputado otra vez por hechos ya juzgados y de los que además ha salido no sólo libre sino reforzado.
Pd. Yolanda Díaz no para de reírse desde el domingo. ¿De qué se ríe? No sabemos a ciencia cierta el motivo de tanta alegría, salvo que sea por la felicidad que le provoca el gran resultado de su amigo Pedro, que le va a permitir seguir jugando a ser guay del Paraguay. Porque lo suyo este domingo ha sido un pequeño fiasco. Y si a estas alturas sigue viva, políticamente hablando, es porque el PSOE, o mejor dicho Pedro Sánchez, ha salvado a toda la izquierda del ostracismo. Sumar ni ha quedado tercera ni ha igualado los resultados de Unidas Podemos. O lo que es igual: Yolanda Díaz ha perdido con Santiago Abascal y con Pablo Iglesias. Menos risas.