No estaba el horno para muchos bollos este 1 de Mayo, con la tasa de paro más elevada que conoce España desde hace varios lustros. La capacidad de convocatoria de los sindicatos ha sido, por decirlo de forma suave, bastante modesta. Los 4,6 millones de parados podían haber tenido una representación algo más copiosa, pero la inmensa mayoría prefirió quedarse en casa o dedicar el día al ocio. Llama la atención que el nivel de desempleo y la afluencia a la convocatoria oficial de los sindicatos muestren una proporción tan inversamente proporcional.
Si esto denota una falta de confianza en las organizaciones sindicales, el asunto debería ser motivo de reflexión para los líderes que, una y otra vez, practican una dialéctica sistemática de oposición a cualquier cambio en la legislación y en las prácticas económicas que pregonan los expertos económicos.
Una filtración oportuna – mejor, oportunista – del Ministerio de Trabajo ha tratado de dulcificar la convocatoria. En abril ha descendido el paro registrado por los servicios públicos de empleo. Es el primer mes en el que esto sucede en los tres últimos años aunque el mes de abril y el de mayo son meses propicios para la creación de empleo estacional y siempre suelen dar buenos registros. La caída del paro en unas 24.000 personas apenas sirve para convencer a nadie de que ha llegado, al fin, el esperado cambio de rumbo, como pregonará a partir de este lunes el Gobierno, una vez sean presentados los datos oficiales, superadas ya las filtraciones del sábado. Las cifras que aportó la Encuesta de Población Activa (EPA) el jueves pasado, con una tasa de paro a lo largo del primer trimestre del año del 20% de la población activa, constituyen la realidad más palmaria de una economía que sigue destruyendo empleo a marchas aceleradas. Una destrucción de empleo que apenas ha sido mencionada este primero de mayo por los dirigentes sindicales en sus intervenciones.
La clase trabajadora, y en particular los líderes que deberían representar fielmente sus intereses, tenían este año bastantes motivos para calentar la convocatoria anual de la Fiesta del Trabajo. Hay una realidad sangrante, el 20% de tasa de paro, que debería disparar todas las alarmas en el mundo sindical y que, sin embargo, apenas sirve para otra cosa que para curiosidad estadística o para enhebrar lamentos descafeinados sobre la escasez de fortuna de los rectores de la economía. El hecho de que estos últimos formen parte de un Gobierno socialista muestra la patente supeditación que las organizaciones sindicales y sus cuadros dirigentes tienen frente al partido gobernante.
Pero no es sólo la lacerante realidad de las cifras lo que debería suscitar una mayor beligerancia sindical. En los dos últimos años, ha sido el sistema económico capitalista en su expresión más ortodoxa el que puesto de relieve la necesidad urgente de afrontar cambios en la base misma del sistema, empezando por el sistema financiero y bancario y siguiendo con otras esferas de la actividad económica, incapaces por el momento de dar respuesta a los nuevos desafíos de la economía global. En este terreno es el que los líderes sindicales deberían profundizar un poco para no seguir aplicando recetas del siglo XIX a una economía que afronta en el siglo XXI algo más que cambios de dimensión, sino de cultura y metodología económicas.
El papel de los dos sindicatos mayoritarios en este crisis económica no está siendo brillante. Su ausencia de capacidad crítica frente a los responsables de dirigir la economía y la pobreza de sus argumentos, que apenas se limitan a ir a la contra de todo el abanico de propuestas que salen a la palestra día tras día, reclaman bien a las claras un cambio de rumbo o quizás un relevo al frente de estas organizaciones.