Los líderes sindicales han pasado por el despacho de Moncloa y nada parece indicar que hayan desenvainado los sables, lo que no quiere decir que a Zapatero no le llegue ahora la camisa al cuello tras este cambio inesperado de alianzas, que algunos consideran todo un paso del Rubicón. Aquel acontecimiento histórico significó la guerra civil en Roma. Desde luego, en la familia socialista no van a llegar a tales extremos porque, por muy irreductibles que sean los líderes sindicales y algunos miembros del ala izquierda del partido gobernante, detrás de todo lo que está pasando en la economía mundial hay algo más que ideología o tendencia irrefrenables. Hay cifras, números, rigor académico. Y lo hay en proporciones muy elevadas. Y también existe un amplio consenso que apoya, sin grandes fórceps intelectuales, desde la izquierda también, la racionalidad de las medidas que ha anunciado el presidente del Gobierno en su intervención del miércoles ante los atónitos diputados. Atónitos porque casi nadie esperaba ver a un Zapatero inédito, ensayando sus primeros pasos por la senda del rigor económico y adoptando latiguillos propios -todo hay que decirlo- de la más rancia verborrea pseudoliberal.
No, Zapatero no se ha hecho liberal, ni neoliberal, ni es un peligroso converso. Ha tardado en caerse del caballo, pero al hacerlo, anunciando un conjunto de medidas que le habían exigido la inmensa mayoría de los expertos, ha dado de bruces con la realidad, con las cifras, con los cálculos electorales y con la hipótesis de una economía que, a este paso, no iba a levantarse hasta dentro de cuatro o cinco años. Y un plazo de esas dimensiones no hay país ni Gobierno que lo soporte, porque lisa y llanamente conduce a la descomposición social.
Los líderes sindicales habrán salido de Moncloa poco más o menos como han entrado, es decir, sin tener muy claro lo que van a hacer. Un giro de este calibre en el compañero Zapatero no era esperable, aunque se lo barruntaban desde hacía algunas semanas. Los cálculos de los dirigentes sindicales tienen que ser forzosamente confusos. Movilizar a la población, ¿para qué? En Grecia ya se ha visto el resultado, a cada manifestación, a cada huelga general, la economía se hundía un poco más y la posibilidad del país de salir de la crisis se ha ido esfumando. Grecia ha entrado decididamente en el cupo de los países que empezarán a vivir, lisa y llanamente, de la caridad pública colectiva. Nadie piensa que este país va a pagar nunca su deuda, por barata que se la ponga, por largo que sea el plazo de amortización. La estrategia de sus líderes sindicales nos resulta desconocida, pero sus resultados son palpables.
En nuestro caso, movilizar ahora a la población en defensa de algunos sectores, como el de los funcionarios, se presenta difícil. No es lógico que entre los cuatro millones y medio de parados que tiene el país, o los dos millones que han caído del sistema productivo en las listas del desempleo durante esta crisis, haya muchos asistentes a unas convocatorias en las que se protesta contra el recorte de los salarios de los servidores públicos en un 5%. Algunas encuestas de urgencia de estas últimas horas son bien elocuentes al respecto. Hay dificultades serias de movilización y eso lo saben los líderes sindicales. Sólo el sector de los funcionarios puede ser movilizado con ciertas garantías de asistencia, dada su alta tasa de afiliación, muy superior a la del sector privado. Los funcionarios pueden incluso afrontar la posibilidad teórica de una huelga indefinida en la seguridad de que ni su empresa (el Estado o similar) va a quebrar ni el patrono va a plantear un ERE. Esas cosas sólo suceden en la economía real, es decir, en las empresas privadas.
No obstante, el hecho de que los líderes sindicales estén ahora mismo hechos un lío en cuanto al camino a seguir no invalida la sospecha de que Zapatero tiene que hacer algo, y pronto, para congraciarse consigo mismo y con sus compañeros de partido e ideología. Será un encaje difícil, pero parece inevitable: el coste de la crisis lo tendrán que pagar también, de alguna forma, las rentas altas. El reto cuyo contenido exprimen en las últimas horas los estrategas y expertos de Moncloa, para anunciarlo a la mayor brevedad y con ello desactivar un poco la llama del descontento, es cómo hacerlo sin aumentar en exceso los problemas, que ya son muchos, que afronta la economía para salir del bache.