El nuevo presidente norteamericano, el demócrata Joe Biden, ha iniciado su mandato con una clara voluntad de ruptura con la tortuosa etapa gubernamental del megalómano Trump y con un deseo claro de mostrar al mundo entero su predisposición pactista y apaciguadora. El cambo en la Administración norteamericana tiene, no obstante, señales confusas para el resto del mundo y puede ser tanto el punto de arranque de algunos nuevos desequilibrios regionales como la puesta en marcha de ambiciosos proyectos de colaboración que impliquen a un número cada vez mayor de países. A medio plazo, tras un primer año que puede servir de experimento, es de suponer que la economía empiece a levantar el vuelo.
El retorno a la lucha internacional contra el cambio climático, la reconciliación con la OMS, el organismo de cometido vital en estos momentos de pandemia, y la interrupción inmediata de la muralla con la que los estadounidenses pretendían frenar la oleada de inmigración incontrolada desde el sur. Tres medidas que estaban ya descontadas en el ánimo de la mayor parte de la clase política estadounidense, entre la cual los excesos del anterior presidente nunca fueron vistos con agrado sino más bien con una profunda preocupación en la medida en que una buena parte de las políticas de Trump tendía a exacerbar las tensiones tanto en el interior del país como con sus vecinos más cercanos e incluso con algunos de sus aliados más firmes, como la Unión Europea. El hecho de que el presidente derrotado haya obtenido un elevado número de votos populares, no reflejado en la misma proporción en los escaños del Congreso y del Senado, no debería llevar a engaño sobre la nueva mayoría política y social que ha arrojado al excéntrico ex presidente al retiro.
La apertura de una etapa de mayor colaboración entre el país más poderoso del mundo, con respeto de China, y los principales países desarrollados, buena parte de ellos en Europa y con algunas alianzas muy consolidadas, como la OTAN, es una muy buena oportunidad para el mundo, en especial en una etapa en la que los problemas se han globalizado aún más y la multiplicación de los riesgos requiere soluciones colectivas como estamos viendo con el desarrollo de la actual pandemia.
En el corto plazo, sin embargo, la lucha contra la pandemia está generando la aparición de tendencias aislacionistas que no sólo se traducen en la construcción de barreras entre países sino incluso la puesta en marcha de frenos muy preocupantes para el desarrollo económico.
La situación española en este sentido es particularmente preocupante, ya que el turismo es nuestra principal fuente de generación de riqueza y está siendo el sector más dañado por la crisis sanitaria y por el consiguiente confinamiento de una parte de la Humanidad, que tiene en estos momentos serios problemas de desplazamiento y movilidad. La llegada de un nuevo Gobierno a la dirección política de Estados Unidos abre esperanzas importantes para la corrección de los problemas de fragmentación que padece el mundo al tiempo que refuerza el potencial de resolución de los problemas de todo tipo, incluso los sanitarios, al disponer de una mayor capacidad de concentración de esfuerzos.
Las prioridades de Biden y la economía

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