Fría, aunque cara, acogida

El gravoso plan de rescate de Grecia no ha logrado ganar la batalla de la credibilidad y los mercados (o sea, los inversores institucionales y particulares) se resisten a dejar de lado los recelos. Después de tantas semanas gestionando la forma de ayudar al país mediterráneo y de sucesivos aumentos del dinero necesario para sacarle de la quiebra (se hablaba hace poco más de una semana de 30.000 millones de euros y este fin de semana se ha dado el visto bueno a 110.000 millones de euros de ayuda en tres años), nada parece estar claro en lo que al porvenir de la  Unión Monetaria se refiere. No deja de llamar la atención que este lunes los mercados hayan acogido las importantes y comprometidas decisiones del fin de semana con una mezcla de escepticismo y  frialdad. 

Un vistazo a los resultados de las Bolsas  este lunes deja bien patente que es en España en donde sigue puesto el foco de la mayor desconfianza. El Ibex 35 ha sido este lunes  uno de los más castigados entre los de la Unión Monetaria. Los Gobiernos europeos han dado una respuesta unánime al apoyo a Grecia, aunque algunos han de plasmar aún sus  decisiones en refrendos parlamentarios, de resultado algo incierto en algunos casos. 

Pero no parece que estos trámites sean en estos momentos la causa de la reserva con la que los mercados están contemplando el devenir de las cosas. De las declaraciones oficiales y no oficiales que se escuchan estos días en algunos de los países de la Eurozona, parece deducirse que la crisis griega está provocando un replanteamiento de las actitudes frente a las políticas de  activación económica puestas en marcha durante el último año y medio. Los costes han sido espectaculares y el dinero público puesto a disposición de la reactivación de las economías no sólo no ha provocado una reacción positiva importante sino que ha sumido a  algunos países (España entre ellos) en una compleja situación financiera, de la que tardarán unos cuantos años en recuperarse. 

Es por ello que se escuchan en los últimos días, y cada vez con mayor insistencia,  voces que piden con urgencia el retorno a la ortodoxia en el cumplimiento de los requisitos que en su día, hace once años, se establecieron para acreditar el acceso de cada una de las economías a la Unión Monetaria y al euro. Fruto de esta exigencia creciente es posiblemente la debilidad del euro, que no ha cesado en este inicio de semana sino que se ha recrudecido frente al dólar.  Este retorno a los principios fundacionales parece ahora mismo básico para los mercados y para todo aquel que tiene dinero en condiciones de invertirlo en activos europeos. 

En todo caso, España no es de los países más incumplidores de los requisitos que en su día configuraron la excelencia económica en Europa. Hay que recordar que España está todavía en ese grupo de economías que puede presumir de tener un  endeudamiento público que no transgrede el límite del 60% del PIB aunque esté a punto de hacerlo. 

Menos favorable es la posición española en el déficit público anual, superior al 11% del PIB  durante el año pasado y el año en curso,  cuando el Pacto de Estabilidad europeo lo limitaba al 3% como máximo. El Gobierno necesita cuanto antes dar credibilidad a los mercados de que tiene planes muy serios para recuperar ese nivel del 3%, que es ahora mismo la piedra en el zapato de nuestra solvencia (o insolvencia) internacional. Las medidas anunciadas por el Gobierno el pasado viernes son una auténtica broma. No han servido para mejorar la sensación de que este Gobierno está luchando verdaderamente contra el déficit.  Más bien  han tenido efectos contraproducentes porque muestran una vez más  la obsesiva costumbre de este Gobierno de abusar de la política de gestos desdeñando  la inteligencia de quienes nos miran con severa capacidad analítica, dispuestos a aprovechar el menor desliz.