La televisión y el hastío con lo tradicional han producido un curioso vuelco en las expectativas británicas para las inminentes elecciones. La escasa popularidad del primer Ministro Gordon Brown, amén de la crisis económica, hacían casi inevitable una victoria de los Conservadores que volverían al poder después de unos tres lustros.
En los tres meses últimos ha habido un giro radical. Los escándalos de los despilfarros de los políticos de los partidos importantes, laboristas y conservadores, en los que diversos ministros y dirigentes cargaban en cuentas oficiales gastos disparatados (consumo de películas porno etc…) ha teñido la imagen de las dos formaciones. Entra, entonces, en escena el líder de los liberales Nick Clegg, dirigente de un partido históricamente insignificante protagonista de diversos bandazos políticos. Resulta que la emergencia de Clegg se produce en el momento en que los líderes británicos aceptaron por primera vez en la historia realizar un debate televisivo electoral. El envite había sido entre Brown y el conservador Cameron pero las reglas del juego impedían dejar fuera a los liberales. Participaron los tres y Clegg se llevó el gato al agua. Las encuestas lo catapultaron inmediatamente. Clegg parece haber convencido a bastantes electores de que si están cansados con el gobierno, si no se animan a votar a la derecha y si les hastían el sistema y las practicas de los dos partidos de toda la vida el podría ser el cambio
Clegg es un político británico atípico. Pro-europeísta, antiguo monitor de esquí en Austria, trabajó en la Unión Europea en Bruselas, con ascendencia parcialmente no británica y casado con española, habla varios idiomas… En el segundo debate televisivo las actuaciones estuvieron más igualadas, hubo quizás una levísima ventaja del conservador Cameron, pero Clegg ya había saltado a la fama y a diez días escasos de las elecciones la media de las encuestas en los siete periódicos más importantes (The Guardian, The Independent etc…) dan hoy a los Conservadores ganadores con 33´9 de los votos, seguirían los Liberales con 28´7 y en la cola estaría el partido del gobierno con 27´3.
Hay pues una diferencia de 5´2 puntos entre el primero y el segundo. Las peculiaridades del sistema británicos perjudican, incluso cuando la batalla es entre dos partidos, a los conservadores que necesitan normalmente un porcentaje un alto porcentaje de diferencia para poder gobernar. Clegg puede ser quien decida quien toma las riendas del país aliándose con él. Una coalición Laborista-Liberal estaría en el orden político natural de las cosas. Con todo, el argumento de que el partido menos votado no debería ser encargado de formar gobierno hace mella.
Una alianza conservadores- liberales chirriaría en bastantes frentes: los escépticos sobre Europa con los convencidos, los restrictivos en la emigración con los más generosos, las disensiones en cuestiones de defensa también son profundas… La política, con todo, hace extraños compañeros de cama. El último debate y los electores el día 6 tienen la palabra.