Un pensador decía que el comenzaba los periódicos leyendo las páginas deportivas porque recogían los logros y las alegrías del hombre. Las políticas, muy a menudo, daban cuenta de sus fracasos. Viviendo en el extranjero, la frase viene pintiparada si hojeas cualquier cosa política o económica que se publique sobre nuestro país. Deprime.
Hay gozo, sin embargo, cuando brota algo deportivo. Nadal da alegrías en los medios foráneos, Barça y Real Madrid se han abierto camino hasta en la prensa del escasamente practicante futbolísticamente Estados Unidos. Sólo que, por primera vez en la historia, el equipo catalán ha desplazado al Madrid en el número de creyentes y aficionados. Hace días, a punto de abandonar Los Ángeles, recibí en el Consulado a un simpático español que es entrenador de fútbol en una importante institución docente californiana madridista, me dijo que seguía fielmente allí los partidos en la misma cadena que los vengo viendo yo. Coincidimos en que a pesar del progreso de las últimas semanas del Madrid aun podría decirse aquello de “no es esto, no esto”. Luego me hizo una confesión sorprendente que yo, con todo, veía venir después de residir bastantes años en aquel país. La mayoría de los jóvenes que entrena son seguidores del Barcelona. Personalmente, juraría que hace quince años las cifras serían las contrarias: los merengues arrollarían.
Alguien, beatíficamente, opinará que el Barça ha sido hábil ligando su imagen a Unicef y creando así hinchas entre los jóvenes. La idea es bonita pero la verdadera razón de la conversión a la causa culé es la rotundidad y la brillantez, la belleza, en suma, del equipo inventado por Guardiola y la presencia del nuevo Dios del fútbol, Lionel Messi. Si el Barça tuviera un juego romo y no contara con Messi o con el mejor centrocampista mundial del último lustro, Xavi Hernández, ya podía ponerse en la camiseta a Unicef, a Beyoncé ligera de ropa o a Miley Cirus con disco incluido que los mozalbetes del mundo no vibrarían. Y ahora lo hacen.
En mis largos años de diplomático he visto varios ascensos y descensos. El más significativo ha sido el encogimiento del idioma francés y de la cultura francesa en beneficio del inglés y la cultura yanqui. Han rebasado a aquel como unos treinta pueblos.
El Barça sólo ha pasado al Madrid en tres o cuatro pero es un hecho incontestable y la tendencia está ahí. En el planeta debe haber ya más aficionados que suspiran por el Barça, esto es algo, por lo insólito, que debería hacer pensar a los rectores de la casa blanca de la Castellana. El Inter detuvo momentáneamente el irresistible ascenso culé. Vamos a ver si el domingo Clemente les da otro frenazo y otorga un tiempo precioso al Madrid para intentar acortar distancias en la imagen mundial. Clemente y el Club blanco lo tienen difícil