Una actriz británica, que asegura que cuando tenía 16 años y rodaba con Polanski, el director polaco francés, la forzó a acostarse con él, echa de nuevo leña al fuego que entretiene a las justicias californiana y suiza. Aunque sólo sea porque la acusación probaría que la imputación que el cineasta tiene en California, la de haber drogado y violado a una cría de 13 años, no fue un hecho aislado.
Polanski sigue recluido en su chalet suizo a la espera de ver si las autoridades helvéticas acceden a la petición de extradición estadounidense. Pero lo relevante de este nuevo ramalazo del caso es que una vez más una serie de intelectuales europeos, fundamentalmente, claro está, pero no solamente, franceses y polacos, se han lanzado a acusar a la justicia californiana de sectaria y vengativa. El director inculpado sería un angelito preso de la voracidad de una justicia que sólo piensa en el relumbrón mediático y, sus ejecutores, en hacer carrera política. Según esta versión, Polanski sería una víctima de este vedettismo y de la animosidad de ciertos sectores americanos hacia la progresía europea. Si Polanski no fuera famoso hace tiempo que se habrían olvidado de él. El ministro francés Mitterrand, y algún otro que cuando surgió la demanda de extradición lanzó una sandez chauvinista, prefieren ahora callarse aunque subliminalmente parece obvio que los derroteros de la justicia americana no le preocupan demasiado y que está obsesionado con que no se toque a un gran creador, condecorado por Francia, nacionalizado francés y que, como decía otro de los partidarios de hacer pelillos a la mar, tiene un Oscar y ha cenado más de una vez con los Presidentes de Francia. Jack Lang ha declarado que Suiza haría algo honroso si no lo entrega. Hasta Milan Kundera, otro nacionalizado francés, ha roto una lanza por Polanski.
No es impensable que haya algo de verdad en el sesgo político de algún tribunal californiano, pero los defensores del director basan su argumentación en que los hechos ocurrieron hace 33 años y en que la victima ya lo perdonó (¿a cambio de cuánto dinero?). No son razones jurídicamente sólidas. Olvidan, por ejemplo, que el cineasta se fugó de Estados Unidos cuando iba a ser condenado, después de un pacto de los abogados con el fiscal por el menor de los delitos imputados, de haber realizado actos sexuales con una menor de edad. La idea de que la justicia debe considerar como atenuante o eximente que tenga un Oscar o que haya cenado con Chirac es de carcajada.
La singularidad y fama de Polanski, según sus apóstoles, le perjudica. A sensu contrario los que le acusan también podrían argüir que si fuera un carpintero o un maestro de primaria los intelectuales no se estarían rasgando las vestiduras.