Cumplen estos días diez años desde que Manolo Martín Ferrán y cuatro desde que Pepe Oneto nos dejaron. De Manolo dejó cumplida memoria en este medio su hijo hace pocos días. Manolo y Pepe forman parte del libro de oro del periodismo español del último medio siglo. Ellos escribieron algunas de las páginas más brillantes de nuestra profesión, incluidas sus columnas en República de las que disfrutamos la plural familia que sigue este medio. Manolo y Pepe fueron maestros de varias generaciones en su condición de directores y fundadores de medios señeros de nuestro periodismo. También fueron columnistas imprescindibles que contaron y analizaron como pocos la democracia española en sus éxitos y fracasos, en sus virtudes y defectos.
Si por algo les recuerdo es por su independencia de criterio; no se casaron con nadie; no rehuyeron desavenencias y decepciones de los protagonistas de la vida política social española que se sintieron insuficientemente elogiados o excesivamente criticados por ambos. Suele ser la prueba del algodón de la independencia, no satisfacer a ninguno, no sentirse ligado ni deudo ni de los más afines. No se resistieron a ningún desafío, aunque supusiera riesgo. Innovaron y abrieron camino a otros.
Manolo Y Pepe no trabajaron juntos hasta coincidir en República, eran de distintas escuelas y trayectorias. Manolo fue un periodistas 360 grados, tocó todos los géneros y medios y actuó en todos los espacios desde el redactor al de editor, fundador e impulsor de formatos y cabeceras. Pepe hizo bien todo lo que abordó como cronista político, como director de las revistas más influyentes de la historia reciente y, antes, como agenciero que lo fue en esa etapa de oro del periodismo del estertor del franquismo y la emergencia de la democracia.
Manolo y Pepe sostenían su ejercicio del periodismo en una cultura, amplia y profunda y lo practicaban con la inteligencia de los que saben distinguir entre las fuentes y los charcos, entre lo sustancial y lo accesorio. detectaban las mentiras y las trampas de los políticos y las enseñaban al público, con ironía y, a veces, misericordia. Les cantaban las cuarenta a quien fuera menester, sin atenerse a su conveniencia; aunque con respeto a las viejas reglas del oficio que jerarquizan los objetivos y saben que lo importante es contar lo que ocurre.
En su última singladura se acogieron al sagrado de esta cabecera en la que escribimos con libertad y a nuestro buen saber y entender. El de Manolo y Pepe fue sobresaliente y por eso les echamos en falta porque estaban hechos de una pasta que no abunda, que les hace inolvidables porque nos enseñaban el camino.