Esta fuerza de la naturaleza inagotable y del buen hacer que es Ramón Tamames está meditando aceptar la oferta de Santiago Abascal (y puede que también de Inés Arrimadas) de liderar una moción de censura contra Pedro Sánchez.
La que debió haber presentado el jefe de la Oposición Alberto N. Feijóo el día en el que el presidente del Gobierno anunció la reforma del Código Penal para rebajar, además de los indultos ya concedidos, las condenas que les quedan a los máximos responsables del golpe de Estado catalán.
Pero Feijó es como es, no quiere riesgo, teme el choque con Sánchez a pesar de que va mejorando en el Senado, y da la impresión que prefiere ir por la sombra y al tran tran, en un tiempo de la política española que tiene mucho de los esperpentos de Valle Inclán.
Y en el que ahora y a sus 89 años, un chaval, le acaba de ofrecer Vox a Ramón Tamames el rol de Max Estrella en esta nueva y apasionante versión de Luces de Bohemia. En la que a Sánchez le tocaría interpretar, en el papel de la autoridad competente, a ‘Serafín el bonito’, que le va que ni pintado.
A Sánchez desde luego alguien tendría que leerle la cartilla en el Congreso de los Diputados denunciando sus tropelías y sus connivencia con todo ese conglomerado de delincuentes (violadores, agresores sexuales, sediciosos, malversadores y corruptos) a los que llena de rebajas penales.
Como también regaló el Sahara a Mohamed VI, el acercamiento de presos de ETA a Bildu, los PGE al Gobierno de Aragonés y a sus ministras de UP el derecho a insultar, desde del Gobierno, a jueces, periodistas, empresarios y hasta a sus ministros del PSOE a los que esa pareja cómica que son Belarra y Montero les dicen que ‘les tiemblan las piernas’ por culpa de las presiones que reciben de la derecha ‘política, mediática y judicial’.
Y ese es debe ser el hilo conductor del discurso de todo candidato a la presidencia del Gobierno en una moción de censura contra Sánchez. Y la conclusión es que, como Pedro Sánchez es tan generoso con la banda Frankenstein, también debería serlo con la mayoría de españoles para, de una vez por todas, anunciar que se retira de la vida pública en pos de un más que ‘merecido’ descanso.
Y si llega la hora del debate de la censura este ‘Serafín el bonito’ que nos gobierna enfilará al sendero de la descalificación política y personal contra el tribuno de la censura que, tirando de la ironía y nunca de la sal gorda, no deberá caer en el cuerpo a cuerpo. Sino repetir una y otra vez el retrato de las mentiras de Sánchez y de su misión de benefactor de delincuentes de todo pelaje. Y no salir de ahí, por más que le ofrezcan un intercambio de golpes, ni que le lancen agresiones personales o que le llamen anciano y se mofen de él.
En todo caso y aunque le divierta y pueda ser un ‘glorioso’ o asombroso broche final a su larga y variada carrera política Ramón Tamames no debe precipitarse y se lo tiene que pensar.
Porque Ramón Tamames que, como Max Estrella, se ayuda para caminar con un bastón (el ‘palo’ le llama el poeta ciego inventado por Valle Inclán), si acepta el envite y se declara dispuesto a acudir al Congreso, tendrá que subir y bajar con dificultad de la tribuna de la Cámara con sumo cuidado político y físico para no tropezar si no quiere acabar como el genial Calvero (Charles Chaplin) en la película de Candilejas.
Pero está visto que en el Ruedo Ibérico, de momento, no hay un torero que se atreva a entrar en la arena y a enseñarle el capote al toro cornalón que está plantado en el centro del redondel. Y la cara de vergüenza se le debería a Feijóo si quien sale del burladero, por locura, ganas de protagonismo o, simplemente, porque le place y le divierte es Ramón Tamames. Un viejo demócrata, economista de prestigio y prolífico escritor.