La muerte de mi entrañable amigo Ramón Rodríguez Arribas me ha cogido por sorpresa. No sabía que llevaba una semana hospitalizado, aunque los datos y detalles del fallecimiento forman parte del adiós que cada uno se construye con las informaciones que le van llegando de quien, en este caso, fue además una personalidad pública, puntero en lo suyo, la Justicia y el Derecho, dialogante y a la par firme en sus convicciones. Pero hay también una faceta, la de las relaciones personales, que sólo está al alcance de quienes fueron sus amigos más próximos. Y yo creo que Ramón y yo lo fuimos durante toda una vida.
Nos conocimos en las Palmas de Gran Canaria, allá por los años 80. Él llegó a un Juzgado de Primera Instancia e Instrucción mientras que yo ejercía como Magistrado de la Audiencia Provincial. Diría que nos caímos bien y lo mismo ocurrió entre los dos matrimonios. Curiosamente, creo que la primera vez que hablamos largo y tendido fue un día que nos encontramos ante los escaparates de “Maja”, lo mejor del comercio hindú, al final de la calle Triana. Tal vez su mujer, Marisa, lo recuerde. Perdone el lector, pero la muerte de un buen amigo te trae a la memoria cosas que, banales en sí mismas, son la mejor prueba de que los recuerdos, sus contenidos y sus huellas se rigen por unas reglas desconocidas aunque muy condicionadas por los afectos.
Los medios de comunicación nos informan ampliamente de los méritos de don Ramón Rodríguez Arribas como Magistrado del Tribunal Supremo, Vicepresidente del Tribunal Constitucional, Presidente de la Asociación Profesional de la Judicatura en España y Presidente de la Asociación Internacional de Magistrados. Hablamos, naturalmente, de sus méritos en la vida pública, pero creo que todo eso es sólo una muy parcial aproximación a la figura de Ramón Rodríguez Arribas. Aquellos méritos palidecen un poco si se les compara con los que podríamos calificar de estrictamente personales: una cabeza privilegiada, un gran corazón y una increíble capacidad de trabajo. El desempeño de tan importantísimos cargos se le dio por añadidura.
La Justicia no era sólo para Ramón Rodríguez Arribas la concepción romana de dar a cada uno lo suyo, sino también una de las cuatro virtudes teologales, acompañada de la prudencia, la fortaleza y la templanza.