Prigozhin está muerto

El jefe del Grupo Wagner, Yevgeni Prigozhin

EUROPA PRESSEl jefe del Grupo Wagner, Yevgeni Prigozhin

De que Prigozhin es hombre muerto, aunque el Kremlin haya retirado los cargos en su contra cumpliendo con su parte en el acuerdo negociado por Lukashenko, existen pocas dudas. Quizás no sea de manera inmediata, parecerá o no un suicidio, pero aquellos que alentaron la rebelión del jefe de Wagner vieron, antes que nadie, el cadáver del burdo alfil al que habían dado un empujoncito para que pusiera en aprietos a ese líder que un día les hizo inmensamente ricos y ahora lleva 16 meses exigiéndoles incómodos “sacrificios”. Así es en realidad cómo fracasan los putsch, los golpes de Estado de toda la vida: cuando las cosas se ponen feas, del barco del loco cuyas pretensiones han alentado, los primeros que huyen son quienes han contribuido a botarlo.

El personaje de Prigozhin, de violento pasado carcelario y verborrea de antro, invita a pensar que tras tanto desencuentro con el ministro de defensa ruso, Serguéi Shoigú, una noche se le inflaron los bemoles y decidió que en lugar de ocuparse de Ucrania, donde había que poner orden era en Moscú. Y ya de paso, cobrar la millonaria deuda contraída por el Kremlin con sus mercenarios. Porque su monumental cabreo no iba tanto de los muertos en sus batallones por falta de apoyo y munición, sino porque Putin había tomado partido por su ministro y le habían cerrado el grifo no solo de cartuchos, sino de lo más importante: la pasta. Sin embargo, lo que ya había demostrado el hasta ahora conocido como “chef de Putin” era que su falta de escrúpulos iba unida a una inteligencia sin la cual no habría llegado a lo más alto, es decir, únicamente a base de mancharse de sangre las manos para que el mandatario ruso no tuviera que pasarse la vida en el lavabo. Por ello, pensar que sin encomendarse a nada ni nadie, desafiara al poderoso Putin resulta tan increíble como improbable.

Tras su sorprendente marcha rumbo a Moscú, está (entre otros) el secreto grupo de oligarcas que quiere acabar con el actual mandatario ruso. Sanciones internacionales, donaciones para la defensa de la patria, silencios en bocas acostumbradas a ordenar en voz bien alta, prohibiciones para fondear los yates en cualquier puerto del mundo, vetos en elitistas clubs e incluso incautación de bienes y embargos de algunas de sus cuentas no es lo que ellos quieren para sus vidas. El dinero no tiene amigos ni familia. Mucho menos, amor a la tierra por muy madre patria que sea. ¡Qué decir de lealtad! Lo que sí tiene el dinero, igual que el poder que conlleva, es miedo, mucho miedo. Y los oligarcas que aplaudieron a Putin la jugada de Crimea y el Donbás en 2014 sin que la comunidad internacional moviera un dedo, hoy están más que hartos de una guerra que les complica sobremanera su existencia basada en un lujo que hace tiempo que dejó de ser asiático para convertirse en ruso.

Al mismo tiempo, por supuesto, muchos han tenido discretos contactos con los servicios de inteligencia occidentales que no han cesado de llamar a sus puertas, advirtiéndoles de que es mejor echar una manita en la caída de Putin, que arriesgarse a pegársela junto a él de manera estrepitosa y con temibles consecuencias... para sus finanzas. El experimento llevado a cabo con Prigozhin tenía poco recorrido y hasta a los propios que lo apoyaban les sorprendió que llegara tan cerca de Moscú sin apenas resistencia. En realidad, tomar Rostov, sede de la comandancia desde donde opera el Estado Mayor al sur del país, ya había sido un buen puñetazo en el hierático rostro de Putin y, de paso, en la parte más fanática de la opinión pública rusa. Las imágenes de ciudadanos de la comercial e industrializada ciudad de Rostov del Don abarrotando las estaciones de trenes que ya habían vendido todos los billetes, tuvieron a la fuerza que recordarles aquellas que no quisieron creer de ucranianos dejándolo todo atrás para salvar la vida.

Al mismo tiempo, las otras imágenes, las recogidas anoche también en Rostov, que mostraban a miles de personas despidiendo como héroes a los Wagner en su retirada, sirven para ilustrar que en un aún pequeño sector de la opinión pública está calando la sensación de que este conflicto cada día será más insoportable para Rusia. Incluso con independencia de los soldados muertos, las nuevas movilizaciones y, en definitiva, el fin de una vida acomodada. Sin libertad, pero sin tanto sobresalto. En cualquier caso, lo más grave para Putin no fue que un convoy Wagner avanzara hacia Moscú, donde su alcalde pidió a los ciudadanos que no salieran de casa, sino que por primera vez un patriota como Prigozhin lanzara desde el frente el mensaje que los aliados no han sido capaces de hacer llegar a los cerrados oídos de la inmensa mayoría de los rusos. Es cierto que las imágenes siempre han tenido mucho más poder que las palabras, pero oligarcas y aliados han logrado por primera vez que el mensaje quede grabado: el poder político de Rusia está dominado por la corrupción, las mentiras a la población, una insoportable burocracia y la responsabilidad en la muerte de los soldados que envía al frente como carne de cañón.

Precisamente, en las luchas de influencia dentro de esa desmesurada y poderosa burocracia podría estar la falta de la rápida reacción que la situación al límite provocada por el dueño de Wagner precisaba. Extinguir el fuego a la primera chispa, para haberse evitado que el alarmante humo se viera en todo el planeta. Porque si el pasado miércoles la CIA avisaba a Biden de que algo gordo se cocía en las bases de los mercenarios, los analistas aseguran que el paranoico mandatario ruso lo supo al menos 24 horas antes del levantamiento. El problema era que no se sabía el plato que se estaba preparando en la cocina del malencarado chef ni cuándo tenía previsto servirlo. Eso, al parecer, lo desconocían todos excepto Prigozhin y su círculo más cercano. Aun así, Putin ya había decidido eliminarlo, muerto el perro se acabó la rabia, incluso había dado la orden que, según los servicios de inteligencia aliados, se vio afectada por una falta de coordinación a alto nivel dentro del Kremlin “probablemente por rivalidades internas” para resolver la crisis que se avecinaba. Un retraso por el que rodarán cabezas.

Y no existe agujero en el mundo para que se esconda cualquiera que Putin considere traidor o negligente. Ahora bien, la desaparición del grupo Wagner en la guerra de Ucrania no afectará a los planes militares del ejército de Putin. En realidad, en el balance del Kremlin el grupo Wagner estaba por completo amortizado. Su participación en el frente había pasado a segunda línea para recomponerse después de las miles de bajas sufridas, alrededor de 20.000, la falta de munición y, por supuesto, la pérdida de confianza. Un líder molesto, crecido en su delirio y que se sentía “estafado”, no podía seguir formando parte de la estrategia militar. Así que su destino estaba sellado y la gota que colmó el vaso fue la orden del Ministerio de Defensa a acogerse a la política del Gobierno por la que todos los grupos de voluntarios armados debían firmar contratos con el Ejército. Para Prigozhin, una incorporación forzosa a las filas, una afrenta, el final de su negocio, el descrédito frente a sus hombres.

Mientras, en río revuelto, Ucrania intenta pescar enclaves que no preveía (o sí) sabiendo que, en principio, las aguas ya casi han regresado al cauce de Putin y que de lo sucedido en las últimas horas en Rusia y de lo que vaya a suceder en las próximas, con la purga a lo Erdogan que se espera de Vladimir Putin, depende que puedan seguir avanzando en la zona de Zaporyia. Por el momento, el pensamiento en Ucrania es que lo de Wagner ha sido sin duda la mejor contraofensiva que se podía esperar.