Quién nos iba a decir cuando Olga Carmona anotó uno de los dos goles más importantes de la historia del deporte español que un mes después la selección campeona del mundo estaría a punto de saltar por los aires, que el zurdazo de la madridista había caído casi en el olvido, que de la gesta alcanzada ya no hablaba nadie y que el futuro de este equipo histórico iba a ponerse infinitamente más oscuro que antes de que empezara a rodar el balón en aquella irrepetible final contra Inglaterra en Sídney.
La Real Federación Española de Fútbol (RFEF), todavía dirigida exactamente por los mismos que estaban cuando reinaban despóticamente Luis Rubiales y su pollo al ajillo, hizo bueno este lunes el axioma de que todo, siempre, es susceptible de empeorar, lo que a priori pudiera parecer imposible tras el famoso meneo testicular y el pico robado.
La federación, después de reconocer la necesidad de llevar a cabo cambios estructurales de calado no ha dudado, a las primeras de cambio, en volver a la política torticera con respecto a su equipo femenino. Demostrado queda que muerto el perro no siempre se acaba la rabia.
Los herederos del ausente cocinaron a fuego lento su pequeña venganza contra las jugadoras que habían acabado con el líder caído. Utilizaron para ello a Montse Tomé, la nueva entrenadora de la selección, quien no dudó en mentir o en decir medias verdades -como han demostrado Relevo y el comunicado de Jenni Hermoso- en su fallido afán de complacer a sus superiores con una convocatoria que realmente era una encerrona y sin la jugadora que a ojos de la federación lo había provocado todo.
Han pretendido los esclavos morales del antiguo presidente, que todavía están siguiendo la alargada sombra de su exjefe por los pasillos de la federación, echar mano de Giuseppe Tomasi di Lampedusa para intentar -gatopardismo mediante- cambiarlo todo con la malsana intención de que todo siga igual.
Hasta la fecha ese ‘todo siga igual’ siempre ha estado bajo la tutela efectiva del Consejo Superior de Deportes (CSD), sin duda el gran consentidor antaño y el perfecto encubridor ahora de lo sucedido durante la borrascosa etapa de Luis Rubiales al frente la RFEF.
El senador José Manuel Franco, antes, Víctor Francos, ahora, y Pedro Sánchez desde el primer momento, han sido los guardaespaldas del expresidente y por lo tanto de todos los que aún siguen en la Ciudad del Fútbol de Las Rozas.
Este esperpéntico lunes ha dejado bien visible además la connivencia que ha existido siempre entre los responsables del deporte español, es decir el Gobierno, y el equipo de Luis Rubiales. Y está claro que los supervivientes del entorno de éste muy bien podrían poner en apuros a los dos últimos secretarios de Estado para el deporte si decidieran abrir la boca.
Una protección que se pudo visualizar cuando El Confidencial empezó a publicar las andanzas económicas, y no sólo económicas, de un tipo que siempre fue con sus huevos por delante. Un presidente que cuadruplicó sus ingresos en comparación con su antecesor en el cargo, que hizo gala de un comportamiento prepotente y machista, escasamente ético y que muy bien pudo adulterar la competición deportiva por sus negocios en Arabia Saudí y en Andorra con el exjugador azulgrana Gerard Piqué.
El mismo Gobierno que ahora se sienta directamente con las jugadoras -un mes después, todo hay que decirlo- y entona el mea culpa envío a la trituradora no sólo los chanchullos económicos de Rubiales, sino también los viajes a Nueva York a costa de la RFEF para ver a su entonces compañera sentimental, y la ‘reunión de trabajo’ en Salobreña, también a costa de la federación, con mujeres de 18, 19 y 20 años… Y muchas tropelías más que van a salir a la luz pública más pronto que tarde.
Porque de todo esto, de lo que se sabe y de lo que se sabrá, tuvieron cumplida información los responsables del CSD, y por ende el Ejecutivo, muchísimo antes de que el ‘jefe’ del fútbol español se tocara las pelotas en el palco de autoridades, a la vera de la reina y de la infanta, y le diera un beso no consentido a Jenni Hermoso.
La tarde de este martes el Gobierno envió a Víctor Francos a reunirse en Valencia con las jugadoras para empezar a borrar las huellas del delito. También lo ha enviado para ponerse a su entera disposición y para que nadie empiece a preguntarse por qué Rubiales y su alegre muchachada -es decir, los que siguen estando ahí todavía- tenían patente de corso y hacían lo que les venía en gana, como les venía en gana y cuanto les venía en gana.
“Este lunes hemos hecho el ridículo como país”, dijo Francos en medio de la verbena. Quizá sea esta la única aseveración correcta y clara que se le recuerda al responsable del deporte español. Mientras la voladura era controlable, Francos, como antes su antecesor, del que era mano derecha, ha nadado y guardado la ropa con Rubiales y sus cosas; se ha posicionado retóricamente del lado de las jugadoras mientras dejaba entrever una crítica laxa y condescendiente -como si estuviéramos hablando de simples travesuras- hacia el presidente dimitido y su equipo.
Sus últimas horas han sido un reflejo de su actitud al respecto: se ha movido dialécticamente en terrenos ambiguos e incluso contradictorios hasta que ha recibido la orden de disparar a matar. Un Víctor Francos que parece convivir con algún esqueleto dentro del armario y que sólo ha empezado a actuar con la contundencia debida, casi a la fuerza, cuando sus jefes se lo han ordenado porque la fosa séptica estaba a punto de estallar y con ella la imagen de España.
Porque no hay que olvidar que no ha habido responsable del CSD durante el mandato de Rubiales -excepto Irene Lozano hasta que tuvo que dejar su puesto, quién sabe si por esto- que le plantara cara al esclarecido dirigente que siempre hizo y deshizo a su antojo, hasta que todo el mundo (sic) vio por televisión lo impresentable que podía llegar a ser.
Sería incompleta esta visión panorámica para intentar saber cuándo se nos empezó a joder el fútbol femenino en España si no dijéramos que las jugadoras también han estado a punto de equivocarse. No haber acudido a la convocatoria, cuando está en juego una competición oficial y ganarse una plaza para los Juegos Olímpicos de París de este próximo verano, hubiera sido posiblemente un error mayúsculo e incomprensible para un amplio sector de la sociedad española que ha estado siempre de su parte en este conflicto.
No sabemos, aunque nos los imaginamos conociendo a los personajes, la retahíla de desplantes, humillaciones, terror oficial y agravios comparativos -especialmente agravios comparativos hirientes e impropios de una sociedad avanzada- que han debido sufrir a lo largo de los años estas jugadoras y posiblemente muchas más. Lo que sí sabemos es que resulta totalmente lícito por su parte tratar de aprovechar la ola que les ha proporcionado ser campeonas del mundo para conseguir lo que tendrían que haber conseguido hace ya muchos años y sin necesidad de presión alguna. Pero que las hojas no les impida ver el bosque, por favor.
En su caso, y aunque parezca mentira, ser las mejores del mundo no significa haber alcanzado ya la meta sino, seamos realistas, iniciar el camino para elevar de verdad el fútbol femenino en nuestro país a las cotas, deportivas y de igualdad, repito lo de igualdad, que sin duda y en justicia se merece.
Mientras tanto, la pregunta del millón sigue estando ahí. ¿Por qué Sánchez protegió siempre a Rubiales?