¡Por favor, señora alcaldesa de Maracena!

La alcaldesa de Maracena niega su implicación en el secuestro.

EFELa alcaldesa de Maracena niega su implicación en el secuestro.

Berta Linares - alcaldesa hoy de Maracena, mañana ya veremos – ha declarado sentirse “sorprendida” por los plazos judiciales… Pero no en la forma en que nos sorprenden cada día al resto de los mortales, rehenes del re-retraso en una administración de justicia ralentizada aún más por las huelgas que acumulan autos, declaraciones, vistas o sentencias y apuntalan de nuevo la estrategia de los “malos”. Es decir, de esos auténticos profesionales que aprovechan la proverbial demora judicial para asfixiar bajo el enorme peso de interminables años a aquel que solo cuenta con la Justicia para intentar defenderse. Sin embargo, en Maracena, no van por ahí los tiros.

Lo que a la primera edil de la localidad granadina le ha dejado perpleja, al parecer, es todo lo contrario. Como poco, según ella, la “oportunidad” del levantamiento del sumario a tres días de las elecciones, lo que supone, también en sus propias palabras, que “se perturbe el 28M, marque su imagen y le prive de unas elecciones justas”. ¿Que se perturbe? ¿Justas? Sí, así se apresuró a “denunciarlo” Linares en una rueda de prensa de esas que podrían ventilarse con un comunicado e incluso un post en Twitter. Ya saben, las que utilizan a los periodistas de figurantes impidiéndoles hacer su trabajo: preguntar, preguntar y preguntar. Igual que el trabajo de la señora Linares o de cualquier cargo público que convoca una comparecencia, es responder. No a los periodistas en concreto, sino a través de ellos a todos sus vecinos. Con ellos tiene o debería tener la obligación.

Lo que no dijo la alcaldesa – me hago cargo de que es obvio – es que si lo recogido en el auto del juez instructor le hubiera dado, aunque fuera en parte, un poco de razón (me acabo de enterar y estoy consternada, solo pienso en la víctima, bla, bla, bla…), no habría cuestionado la “coincidencia” de la actuación judicial con los últimos días de campaña. Al contrario, le habríamos escuchado llenarse la boca con eso de que siempre ha mantenido su confianza en que la Justicia aclararía las cosas, borraría cualquier sombra de sospecha con que hubieran querido desalojarla de su despacho y pondría a todos en su lugar. El problema, sin embargo, es que en el auto – que llega cuando llega -, el juez instructor ve indicios de todo lo contrario a lo que Berta Linares declaró, entre lágrimas, para echar balones fuera después de que su entonces pareja, Pedro Gómez, tuviera la ocurrencia de ponerse en modo caballero andante y secuestrara a Vanessa Romero, la concejala que traía por la calle de amargura a su amada.

Entiendo, como lo hace cualquiera, que el auto del instructor no le haya gustado nada a la alcaldesa. No lo habría hecho ahora ni nunca. Porque el mismo acuerda deducir testimonio de todo lo practicado a la Sala de lo Penal del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía “por la presunta comisión como inductor de un delito de detención ilegal (...) por parte de Noel López en su condición de diputado autonómico” y también, “para no dividir la continencia de la causa”, por parte de Berta Linares y Antonio García Leyva, “los tres como presuntos inductores o en su defecto por presunto delito de conspiración”. Y es que el informe de la Policía Judicial del que se hace eco la Fiscalía en su escrito deja a todos en un pésimo lugar. Tan espantoso que, personalmente, a mí lo que me dejó sin palabras fue escuchar las de la alcaldesa. Vaya por delante, como siempre, la sagrada presunción de inocencia a la que, por el momento, todos seguimos teniendo derecho.

Intento imaginarme en la piel de Linares mientras leía el auto – no sé si habrá sido capaz o su abogado le habrá hecho un resumen -, y estoy convencida de que me habría puesto mala. De profunda indignación, si todo aquello era erróneo, falso o malinterpretado; de franca estulticia, en el caso de que lo recogido por los investigadores se acercara lo más mínimo a la verdad. Digo solo que se acercara, porque con ello basta. Y sobra. Con independencia de que toda la presunta “trama” sea más propia de un cómic de Pepe Gotera y Otilio, ¿de verdad la primera edil de Maracena pensó que tantas idas y venidas se pasarían por alto? ¿Qué su histórica enemistad con Vanessa Romero no iba a analizarse con lupa? ¿Que su novio, viéndose solo, iba a cargar con el presunto marrón? Y lo más importante, ¿que la policía judicial no iba a tener tan fácil descubrir y acreditar los rústicos métodos para llevar a cabo la “obra”?

Para mayor disgusto de la regidora, el informe pericial recoge que se reunió con Noel López y Antonio García Leyva (en secreto) el mismo día de los hechos. Malos tiempos para ocultar cosas, los repetidores de telefonía y las cámaras de seguridad son así de puñeteros. Linares también llamó varias veces al presunto cabeza de turco, citándole por Whatsapp en su piso a las 14,00 horas. Según el relato de Pedro Gómez, cuando llegó tuvo que tranquilizar a la mujer con la que, según él, tenía una relación consolidada. Porque ella (y casi todo el país) ya sabía que el secuestro a punta de pistola falsa había sido un fracaso y el recibimiento no fue de gratitud como él esperaba, sino de recriminación: “Menuda la que has liado”. Esta sí era una gran verdad y nadie quiere pensar que habría podido ser peor… Si solo se trataba de amedrentar a la incómoda concejala, ¿por qué el novio de la alcaldesa actuó a cara descubierta? En el pueblo todo el mundo le conocía, precisamente por su relación sentimental con ella.

Lo cierto es que el asunto hacía aguas desde el principio. Si no fuera tan grave, daría risa que alguien hubiera decidido subirse a tan inestable barcaza. Pero no la da. Y aunque la repudiada pareja, de la alcaldesa, en prisión preventiva, declarase en los albores de la investigación que la enemistad manifiesta entre Vanessa Romero y Berta Linares fue su único móvil, las periciales apuntan en una dirección muy distinta. Y las ampliaciones de Gómez a su propio relato, también empiezan a hacerlo. Un esperpéntico vodevil en el que, por supuesto, no podía faltar nuestro endémico telón de fondo: las irregularidades urbanísticas.