Las mentiras de toda la vida, aunque ahora se llamen cambios de opinión, ni contribuyen a la credibilidad del embustero ni se olvidan fácilmente. Ocurre lo mismo que con la virginidad pero va todavía más lejos, pues no afecta sólo a una faceta determinada de la persona, como ocurre con la castidad, sino que se extiende a todo lo que diga o prometa el mentiroso. Y esto vale igual para el individuo como para los colectivos de toda clase.
Dice Puigdemont que después del fallido golpe de estado en Cataluña recibió repetidos mensajes de que si volvía voluntariamente a España pasaría poco tiempo en prisión. Supuestamente, la oferta de quienes se atribuían la representación del Gobierno pretendería incluirlo en su programa de despenalización de un problema rico en connotaciones políticas. O sea, que sería tratado igual que Junqueras y otros dirigentes de la fracasada intentona separatista de 2017.
A la otra parte le faltó tiempo para desmentir las palabras de Puigdemont. Estas serían fruto de su fantasía, condicionada a su vez por la pérdida de su inmunidad como parlamentario de la Unión Europea. La cuestión no tiene particular importancia a estas alturas, tras los indultos y reformas legislativas tan criticados por buena parte de la ciudadanía española. Sin embargo, lo ocurrido con la destipificación del delito de rebelión y la reforma de la malversación, amén de dicha medida de gracia, es perfectamente aplicable al caso de Puigdemont. Incluso este político catalán habría merecido un trato mejor por regresar voluntariamente a España en lugar de buscar refugio en algún país donde su extradición fuera problemática.
En resumen, que yo tendría muchas dudas ante el dilema de creer o no a tan peculiar personaje. Lo de “vamos a contar mentiras, por el mar corren las liebres, por los montes las sardinas …“, ha echado raíces en el ruedo ibérico e islas adyacentes.