Pablo Iglesias, la mano que mece la cuna

Pablo Iglesias, la mano que mece la cuna

EFEPablo Iglesias en un mitin de Podemos.

Pablo Iglesias sigue dirigiendo a su antojo la orqueta de Podemos. Es el que maneja los hilos de esa marioneta que es en sus manos el partido morado. El que está detrás del empecinamiento de Irene Montero con la ley del solo sí es sí, detrás de los repetidos ataques de Ione Belarra a Mercadona, al Banco de Santander y a las grandes empresas, y detrás también de que Lilith Verstrynge haya comparado en Twitter a Pedro Sánchez con Santiago Abascal a cuenta de la Ley Animal. Y Pablo está y seguirá estando detrás de todo lo que venga. Es la mano que mece la cuna.

Y que nadie vea en esta aseveración ningún componente machista por aquello de decir que controla a las dos ministras y a la secretaria de Estado -para machista redomado ya está él-, sino una realidad que emana de las propias palabras del hombre que dijo que se iba, pero nunca se marchó. Basta escuchar sus alegatos en la radio o en sus medios de comunicación para saber que Pablo Iglesias sigue siendo el líder de Podemos -Unidas se quedó por el camino hace ya mucho tiempo- y el que marca la ruta de la larga marcha emprendida con el único fin de sobrevivir.

Él es, en definitiva, el que está detrás del mejor cuanto peor, pero no solo en la coalición de Gobierno, sino en la propia vida cotidiana del país. Él es un pendenciero que quiere pelea y le importa poco el coste que esta pueda tener. Él quiere llegar a las calles para que nadie se olvide de este político sobrevalorado pero peligroso que fue humillado y ninguneado por Isabel Díaz Ayuso -otra como él, pero en el otro lado de la arena del circo- cuando se veía como el gran líder de la izquierda que iba a salvar Madrid.

El pasado 18 de diciembre, cuando empezaba a rodar el balón en la final del Campeonato de Fútbol entre Argentina-Francia, Pablo Iglesias lanzó un tuit que en medio de la vorágine futbolística pasó casi inadvertido. En él, el político afirmaba que iba "a muerte" con Argentina, pero que se rendía a la fuerza de La Marsellesa, para, a continuación, citar el estribillo del himno francés. “Aux armes, citoyens! Formez vos bataillons! Marchons, Marchons! Qu’un sang impur abreuve nos sillons!” (“¡A las armas, ciudadanos! ¡Formad vuestros batallones! ¡Marchemos, marchemos! ¡Que la sangre de los impuros riegue nuestros campos!”)

Podía haber elegido cualquier estrofa de La Marsellesa, pero eligió la que eligió. Porque él es un provocador, un gran provocador que nunca ha dejado de pensar en el 15M y quiere volver a tomar la Puerta del Sol y todo lo que pueda. Porque con Pablo Iglesias nada jamás es lo que parece y ahora tiene que reconstruirse, que redibujarse, reorientarse con vistas a las próximas elecciones generales y, especialmente, a la izquierda que vendrá después de los comicios de diciembre.

Ante el miedo atroz de no ser nadie y de ser derrotado por Yolanda Díaz, que puede sumar mucho más que él, Iglesias está dispuesto a tirar la casa por la ventana y volver del revés el país si es necesario. Quiere sacar músculo, rodearse de sus coreanos y buscarse su hueco para después de unas generales que pueden ser su tumba. Pedro Sánchez, al que su exvicepresidente no ha dejado de despreciar en ningún momento, ya sabe que se debe desprender de esa rémora electoral en la que se han convertido para sus intereses Pablo Iglesias y la marca Podemos.

En su desesperación, Iglesias, incluso, está barajando la posibilidad de volver a ser cabeza de cartel porque si se produjera la baja de Díaz en el equipo morado, el futuro electoral de Podemos con Belarra y Montero no parece muy halagüeño. Pero lo cierto es que Pablo Iglesias Turrión está atravesando una mala racha que le dura ya desde que en abril de 2021 dejó la vicepresidencia del Gobierno de la nación para conquistar Madrid.

Desde entonces no sólo perdió por goleada la capital, sino que lo pierde todo, como escribiera Eduardo Galeano. “Se me caen las cosas de los bolsillos y de la memoria”, dijo el escritor uruguayo ya fallecido en El libro de los abrazos. “Pierdo llaves, lapiceras, dinero, documentos, nombres, caras, palabras… a veces el bajón demora en irse y yo ando de pérdida en pérdida, pierdo lo que encuentro, no encuentro lo que busco, y siento mucho miedo de que se me caiga la vida en alguna distracción.”

Pues en estas anda el gran telepredicador de la política española. De pérdida en pérdida, extraviando lo que un día tuvo y no encontrando lo que desde entonces persigue sin lograr alcanzar. Y temiendo que un mal día, bien sea por distracción o incompetencia, su vida se funda en negro y se pierda, ya definitivamente, en el ribazo del olvido.