¿Otra vez ETA?

Mertxe Aizpurua y Oskar Matute

EFESesión plenaria en el Congreso

Decía José Manuel Caballero Bonald que, aunque la Guerra Civil española fue fruto de un golpe de Estado del general Franco, durante la misma se cometieron atrocidades por una parte y por otra, pero “la persecución del derrotado hasta el exterminio” fue un acto de sadismo sin parangón.

Los 200.000 muertos que el franquismo acumuló en la posguerra, con la puesta en marcha de una política de exterminio, de limpieza ideológica, se produjeron con la II Guerra Mundial en marcha, pero también con la contienda terminada y los países aliados victoriosos ante el nazismo y el fascismo.

El comunismo y la guerra fría favorecieron que Franco completara 40 años de dictadura con las democracias occidentales mirando para otro lado; en especial, EEUU, que se conformó con unas cuantas bases y un caudillo entregado a la causa anticomunista que puso de moda el senador McCarthy con su caza de brujas. Bienvenido Mister Marshall y Palomares retrataron aquel papel tan pasodoble de España en el mundo.

A pesar de que lo que digan los negacionistas -sí, esos que pusieron de moda las castas-, la Transición democrática nos sirvió para reencontrarnos rojos y nacionales: nos besamos, nos acostamos, nos enamoramos e incluso nos casamos para abrir un nuevo tiempo.

La mayoría olvidó y perdonó; o simplemente pasó página. Apenas hubo ajuste de cuentas. Quizás se nos quedaron algunos asuntos en el tintero: el más importante, los miles de muertos enterrados en cunetas y de cualquier forma que duermen el sueño de los justos. Nunca he entendido qué mal hacen los memorialistas que buscan los cadáveres de los inocentes para enterrarlos cristianamente o como quieran sus familiares. Sólo Camboya está por delante de España en esta siniestra estadística, más de 19.000 fosas comunes frente a las 4.265 de nuestro país.

Y tampoco actuamos con buena mano con los jueces, que pasaron de un día para otro de formar parte de tribunales de orden público y cía. a tribunales democráticos. De aquellos polvos, estos lodos.

En general, estas enseñanzas de generosidad y trágala que configuró España debieran servirnos para entender que la banda terrorista ETA anunció el “cese definitivo de su actividad armada” el 20 de octubre de 2011 y que estamos obligados aún a gestionarla. Se lo debemos sobre todo a las víctimas y a sus familiares.

Entiendo que para quienes han perdido a un familiar a manos de esta banda criminal les resulte inadmisible la presencia de 44 condenados por terrorismo etarra en las listas de Bildu, sobre todo de aquellos que ni siquiera han pedido perdón y/o los que tenían delitos de sangre.

Pero, forzados por casi todos, HB Bildu ha rectificado y los siete exetarras que cumplieron cárcel por delitos de sangre han renunciado. Debería ser suficiente, pero conociendo el paño, las derechas no van a parar de ordeñar esta vaca electoral llamada ETA y reclamarán un puerta y calle de los 37 restantes y dos huevos duros.

Cuando en verdad, si tuvieran sentido y responsabilidad de Estado, ahora les tocaría a ellas renunciar definitivamente el uso indecente, electoralista y continuado que hacen de ETA, cuando aún está pendiente la cicatrización de una de las heridas más profundas y dolorosas de nuestra democracia, de España.

No es de recibo el machaque de la izquierda abertzale por una ETA extinta, cuando el mismísimo José María Aznar llegó a calificar a la banda criminal de “grupo de liberación vasco” cuando estaba vivita y coleando -casi a la par, confesó que hablaba catalán en la intimidad-.

Y que dirigentes como Borja Semper y Javier Maroto, con mando en plaza en la actualidad en Génova, hayan presumido hace dos telediarios de negociar y pactar con Bildu en el País Vasco cuando les convenía, y ahora, sin embargo, se rasgan las vestiduras a las primeras de cambio; cuando no es por los candidatos, es por el acercamiento de presos que el Gobierno de Aznar elevó a su máxima expresión: cerca de 600 frente a los 300 del Ejecutivo de Pedro Sánchez. ¿Necesita de verdad el PP a esta banda terrorista para cumplir sus mejores expectativas electorales? ¿Es necesaria tanta casquería política como la exhibida por Feijóo contra Sánchez en el Senado?

Ya puestos, es necesario recordar que Pepe Mújica, expresidente de Uruguay, perteneció a los Tupamaros; Gustavo Petro, actual presidente de Colombia, militó en la guerrilla urbana M-19, y Sandro Pertini, ex presidente de Italia, estuvo en la resistencia partisana al régimen de Mussolini.

En la pacificación de Irlanda de Norte, Martin McGuinness, detenido en 1973 por posesión de explosivos y pertenecía al IRA, fue entre 2007 y 2013 viceministro principal por el Sinn Finn, brazo político del grupo terrorista norirlandés.

Y, en la liquidación del apartheid sin violencia, Nelson Mandela, encarcelado durante 27 años tras fundar y comandar Umkhonto we Sizwe (La Lanza de la Nación), resultó decisivo, y presidió el país entre 1994 y 1999. Robó, mintió y defendió el terrorismo y la violencia, pero se convirtió en una leyenda por la paz.

“Los valientes no temen perdonar por el bien de la paz”, nos legó Madiba.

Y los procesos de paz duraderos están plagados de contradicciones, dolor y amarguras, pero sobre todo están necesitados de justicia, sacrificios y mucha generosidad -y sobrados de demagogia- para intentar poner fin a la barbarie y al tiro en la nuca para siempre.

Sobre el autor de esta publicación

Jorge Bezares Bermúdez

Jorge Bezares Bermúdez (Guadiaro, Cádiz, del 7 de mayo de 1962) es periodista y consultor político y empresarial. Durante 28 años trabajó en el Grupo Joly, donde ejerció en su última etapa como corresponsal político en el Congreso de los Diputados. Y colaboró con Mundo Obrero, El Cocodrilo, Nueva Tribuna, Público, Viva y Campo de Gibraltar Siglo XXI. En sus artículos procura ser un defensor radical de la verdad y la tolerancia. Y, sin ningún género de dudas, es y ejerce de gaditano de Cádiz, Cádiz y de Puertatierra, sin necesidad de pasaporte.