Operación Dudula: demasiado negro para ser sudafricano

Operación Dudula: demasiado negro para ser sudafricano

YahooLa Operación Dudula

Para una parte del pueblo sudafricano, todos los males que atraviesa su país tienen una causa, unos culpables identificados. Por ello se han unido con la misión de hacer, dicen, lo que su gobierno no hace: echar a los extranjeros. Con el nombre de Operación Dudula – que en zulú quiere decir “forzar la expulsión” –, su primera marcha reivindicativa en 2021 fue precisamente en , el otrora símbolo de la lucha contra el Apartheid. Allí, en 1976, se vivió la mayor protesta contra el racismo del gobierno Afrikáner. Acudieron sobre todo estudiantes, quizás abuelos, hermanos o padres de actuales miembros de Dudula, enfrentándose a los perros, los golpes y las balas de la policía con el fin de reclamar igualdad de derechos. Querían básicamente ser tratados como seres humanos, sin distinciones ni categorías. Pedían, por ejemplo, poder hablar entre ellos en su propia lengua, el zulú, en un régimen que incluso les negaba el voto, aplicaba un sistema de educación y empleo segregacionista, les obligaba a mantenerse a distancia de los lugares reservados a los blancos y prohibía los matrimonios “mixtos”.

No hace tanto de aquello, ni siquiera han pasado 50 años, pero el olvido siempre ha sido el gran recurso del odio para volver a emerger y contaminarlo todo. Con mayor fuerza, si cabe, porque crece durante sus aparentes momentos de “reposo”, aunque ahora al recurso de recuperar odios se le llame “memoria histórica”. ¿No deberíamos usar esa memoria justo para lo contrario? ¿Para aprender cómo nuestros ascendientes fueron capaces de hacer las paces?

En cualquier caso, nadie pensó que la Operación Dudula llegara tan lejos. Cuando sus primeros manifestantes recorrieron las mismas calles que los afrikáners habían cubierto de sangre, se creyó, o al menos se quiso hacerlo, que se trataba de una reivindicación sin recorrido, impensable en este siglo y, sobre todo, en aquel país. También se justificó de algún modo por el hartazgo del encierro y la incertidumbre en los últimos coletazos de la pandemia que allí, como en el resto del mundo, dejaba un trágico balance de muertos y pérdidas económicas. Alguien o algo tenía que ser responsable de todo aquello… La culpa, dijeron ya entonces los seguidores de este grupo cada vez más violento y numeroso, era de los extranjeros. Dudula lo tenía y sigue teniéndolo muy claro. Los inmigrantes habían llevado al país las drogas que consumían sus hijos, eran la causa del aumento del desempleo, del cierre de empresas o comercios y de la creciente delincuencia. No había que darle más vueltas.

Sin embargo, lejos de quedarse en una puntual protesta consecuencia del desorden emocional y social que también nos dejó la pandemia, el “movimiento” cuyo declarado objetivo es echar sin contemplaciones a los inmigrantes, legales o ilegales, ha seguido creciendo hasta convertirse en uno de los problemas más acuciantes del país considerado por el Fondo Monetario Internacional como el tercero más rico del continente. Con más miembros uniéndose a la operación de limpieza Dudula y una escalada en la violencia de su “lucha”, sus acólitos no tardaron en erigirse juez y parte para perseguir, en el sentido más literal del término, a todos aquellos que no hubieran nacido en su país. Buenos o malos. Con o sin papeles. Vinieran de donde vinieran, de su mismo color de piel o tirando más a chocolate, huyendo de economías menos favorecidas para buscar una vida mejor. Quizás, incluso, escapando con lo puesto para salvar la vida. Países como Somalia, Zimbabue, Mozambique o el inestable Níger.

Bajo la presidencia de Zandile Dabula, el movimiento lleva tiempo organizado en “comandos” parapoliciales, y sin ningún tipo de complejos sino vanagloriándose de ello, ejercen su particular misión “pidiendo” a cualquier “sospechoso” que demuestre su nacionalidad. Si no son de allí, no tienen derecho a nada, y lo que hayan logrado ganar se lo han robado a ellos, los sudafricanos de verdad… Así, quienes llegaron y fueron capaces de abrir un comercio o un bar con sus correspondientes licencias, pagando sus impuestos, fueron puestos, igual que los traficantes de drogas, en el centro de la diana. Dudula anota sus datos personales en la lista (más negra) y les obliga a cerrar, a marcharse. Por las buenas o por las malas. Los ataques violentos de estos exaltados son ya de tal magnitud, que la ONU alertó en 2022 del peligroso discurso del odio contra migrantes, refugiados, solicitantes de asilo e incluso ciudadanos percibidos como “extraños”.

Los tres relatores de la ONU especializados en Derechos Humanos autores del informe advierten, además, de que la movilización xenófoba en curso es amplia y profunda, forma parte ya de la estrategia central algunos partidos políticos de cara a las elecciones de 2024. Y puede que para Dudula su gobierno no esté haciendo nada, pero lo cierto es que hace mucho: permitir que actúen sin consecuencias y, en ocasiones, incluso echando más leña al fuego.

“Nos preocupa que Sudáfrica esté al borde de una violencia explosiva dada la falta de una acción urgente por parte del gobierno para frenar el uso de migrantes y refugiados como chivos expiatorios”, escriben los enviados de la ONU en su informe. Y añaden que la xenofobia se dirige a inmigrantes y refugiados negros de bajos ingresos y, en algunos casos, a ciudadanos del propio país acusados ​​de ser “demasiado negros para ser sudafricanos”. En abril de 2022, un ciudadano de Zimbabue de 43 años y padre de cuatro hijos fue asesinado en Diepsloot por un grupo que iba de puerta en puerta exigiendo papeles, una acción que retrotrae sin remedio al “Ihre papier, bitte” del Tercer Reich. Los atacantes golpearon a la víctima y luego le prendieron fuego. También el incendio del mercado de Yeoville en Johannesburgo fue un brutal acto de quienes tienen como objetivo a los comerciantes inmigrantes.

Por otra parte, el informe de la ONU asegura que esta discriminación se ha institucionalizado en la política gubernamental y acusa al país de no cumplir con sus obligaciones de proteger los derechos humanos ni prevenir la discriminación. En el país donde un día nos pareció imposible la reconciliación ya no recuerdan, al parecer, nada de lo que Nelson Mandela sí aprendió entre rejas y dejó como legado al mundo y especialmente a su pueblo.

“He anhelado el ideal de una sociedad libre y democrática en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y que espero lograr. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir” (Nelson Mandela, fragmento del discurso en el Proceso de Rivonia).

Que la Historia se repite en sus peores capítulos no es un tópico, una frase hecha. Es, por desgracia, una realidad que cuando vas cumpliendo décadas compruebas por ti mismo. Hay pueblos o regiones que, cada una a su manera, se convierte en voraz bestia autodestructiva que vuelve a caer en aquel agujero negro en el que sus antepasados juraron no volver a asomarse cuando por fin se dieron la mano, hicieron las paces, cambiaron sangre por progreso. Avanzar un paso, tan solo uno, para estrechar la mano al enemigo es lo más cercano al concepto de progreso, palabra que ahora tanto usamos para referirnos a incongruencias políticas e inmorales. Progresar es avanzar en conjunto, sin rencillas ni diferencias que no sean dialécticas o de pensamiento; por el contrario, el odio y la violencia frenan, entorpecen, arruinan, matan, mutilan.