En cualquier disciplina, artística o deportiva, el medio ambiental es factor de vital importancia, cuando no determinante. El clima (condiciones atmosféricas) y el climax (estado óptimo de un colectivo), cuando van de la mano, pueden decidir el resultado de cualquier actuación o competición, de ahí que los más interesados en el buen fin de las mismas, estén pendientes de ambas circunstancias. En el mundo del flamenco, incluso se llega a proponer un número limitado de “cabales” para mejor escuchar y admirar a los intérpretes (Julián Pemartín consideraba ideal entre seis y veinte personas). En el mundo de los toros, a pesar de que uno de sus atractivos es “el ambiente” y el cuido del escenario debería hacerse con esmero, la cuestión ambiental es secundaria, insignificante, cuando no alevosa. Mientras ayer en Roma se suspendía la final del Masters 1000, y tanto Nadal como Djokovic posponían su gran duelo, en Madrid, se celebró la undécima corrida del abono de San Isidro. En Roma, llovía; en Madrid diluviaba. Allá, la pista estaba protegida por una lona; acá, la arena del ruedo estaba a merced del inmisericorde aguacero. Aquellos, debían pegar a una pelota con una raqueta, estos, jugarse la vida con unos torazos imponentes.
Así se escribe la historia. Éste mundo nuestro de los toros no tiene remedio. Nos empeñamos en hacer las cosas a contrapelo y ponemos acento en la más absurda de las cerrilidades con tal de que se nos vea diferentes respecto de otros espectáculos.
Eso fue lo que ocurrió ayer en la plaza de Las Ventas. La corrida se celebró en unas condiciones climáticas sencillamente infernales. Comenzó con quince minutos de retraso, con el ruedo hecho un lodazal y el público sufriendo el implacable castigo del vendaval de lluvia. A todo esto, los toreros sacan pecho en la penumbra del patio de cuadrillas y dicen eso tan machuno de “¡nosotros, p’alante…! ¿Y el público también tiene que echarse “p’alante”? Y, en esas circunstancias, ¿el espectáculo se parece en algo a lo anunciado? ¿Por qué la autoridad gubernativa se deja de reglamentismos y no vela por el interés del público, que es su principal obligación? Todo fue irracional. Impresentable. Un despropósito.
En semejante tesitura no parece razonable hacer valoración de lo que ocurrió en el ruedo. Los toros de los herederos de Salvador Guardiola Fantoni llegaron en camión de emergencia, para suplir a los desechados de Peñajara y de Joselito, y, la verdad, cada uno de ellos era un camión con cuernos y rabo. Tremenda de romana, badanuda, con varios cinqueños. La leyenda del Toruño (la finca emblemática del campo bravo andaluz y asiento de la familia Guardiola) dice que tal nombre se debe al pequeño altozano que preside la vega de Utrera, adonde se subían los toros para librarse de la inundación en años de riadas y desbordes fluviales. Si ayer, en vez de por su orden de lidia, hubieran salido en manada al ruedo de las Ventas, también se hubieran ubicado en el centro del ruedo, donde su bombeo parabólico alcanza la mayor cota. Por lo demás, los guardiolas de origen villamarta mostraron cierta nobleza, y hasta apuntaron bravura y poder en la suerte de varas. Sin embargo, ¿cómo valorar al toro que hunde la pezuña en el barrizal y se desplaza temeroso y vacilante?
¿Cómo valorar la actuación de los toreros, empapados hasta la ropa interior, congelados de frío, sin poder manejar la muleta (pesaba un quintal) y con la incertidumbre del inoportuno resbalón? ¿A qué conduce semejante temeridad? Yo se lo diré: a engrandar el despropósito. Solo así puede entenderse que Uceda Leal pinchara repetidamente a sus dos toros, cuando es uno de los matadores más seguros y certeros de las últimas décadas. Solo así se comprende que a Rubén Pinar se le escapara el triunfo en sus dos toros (aunque dejara de llover, todo estaba consumado); y, sobre todo, solo así se “justifica” que a El Fundi le echaran al corral el toro con el que se despedía de la afición de Madrid.
Me niego, por tanto, a realizar un juicio crítico de lo acontecido en el ruedo a lo largo de las dos horas y media de insoportable festejo. No tengo datos para calificar el juego de los toros ni la actuación de los toreros porque todos ellos se ahogaron en la tempestad de agua que asoló a la primera plaza del mundo. Me quedo, eso sí, con la magnífica respuesta del sufrido público, cuando rompió en una sonora ovación al Fundi, fundido moralmente entre barreras mientras se llevaban a los corrales al cinqueño de Guardiola que no fue capaz de abatir en el ruedo. Tranquilo, torero: no es precisamente lo de ayer un baldón en tu meritísima trayectoria taurina. Tampoco a la Armada Invencible la hundieron los cañones de la artillería enemiga, sino los embates incontrolables de una imponente tempestad. Los despropósitos no merecen siquiera un mínimo hueco en el recuerdo.
Madrid. Feria de San Isidro. 11ª de abono.
Toros: Seis de Guardiola Fantoni, con cuajo, muy armados, la mayoría cinqueños. Algunos apretaron en varas y se movieron con nobleza.
Toreros: José Pedro Prados “El Fundi” (de grana y azabache), cinco pinchazos y dos descabellos (silencio); siete pinchazos y cinco descabellos (tres avisos); José Ignacio Uceda Leal (de azul y oro), cinco pinchazos y estocada (silencio), tres pinchazos y estocada (dos avisos y silencio); Rubén Pinar (de verde oliva y oro), estacada muy caída (aviso y ovación) y pinchazo y estocada (aviso y silencio). Casi lleno y tarde infernal de viento y lluvia hasta el tercer toro.