Por ser la Virgen de la Paloma

La Virgen de la Paloma, patrona también de los Bomberos.

EFELa Virgen de la Paloma, patrona también de los Bomberos.

Escribo en esta mediamañana del día que parte en dos al mes de agosto porque es 15 y hay toros en toda España; pero, especialmente, porque es uno de los días más significativos del calendario, fundamentalmente, para la capital del reino, ese crisol de culturas y aventuras llamado Madrid. Aquí, en Madrid, apenas consumidos los primeros trancos de la populosa urbe, los que llegamos a él y nos quedamos por motivos diversos, absorbidos y fascinados por la muy pegadiza idiosincrasia de los aborígenes, acabamos por adoptar una categoría no regulada en los catálogos de los demógrafos: la madrileñización. Bien es cierto que ello no obsta para que, en su caso, se haya realizado una oportuna selección de las concausas que desembocaron en la definitiva mudanza: no todo lo madrileño es susceptible de adopción, como no todo lo foráneo es susceptible de madrileñizarse.

En cualquier caso, hoy es un día de fiesta grande en Madrid. Es el día de la Paloma, la Virgen de los madrileños. La tradición cuenta que es el nombre que le pusieron a un lienzo en que se representaba a la Virgen de la Soledad, con el que jugaban unos niños en las cercanías de la calle de la Paloma, del barrio de La Latina. Y que, una vez restaurado, se convirtió en la imagen del casticismo madrileño por excelencia, consiguiendo primero capilla y después iglesia propia. La Paloma, pues, es un reflejo del Madrid mariano, como el Cristo de Medinaceli lo es del Madrid cristiano; solo que La Paloma es, además, la Virgen de las fiestas madrileñas ancestrales, festejadas en jugueteos de gente de rango, retratadas por el pincel de Goya, y en verbenas de manolas de mantón de flecos, profusamente bordado, sobre los hombros y recogido por los antebrazos sobre las caderas, a las que chicoleaban chulapones de gorrilla ladeada, pantalón ajustado y botín rebrillado, mientras las trincaban por el talle al compás del chotis. Aún quedan resquicios de aquellas verbenas, rememorando las reuniones castizas al aire libre y puro de un Madrid soñador y romántico.

También en la Plaza de Las Ventas los toreros pueden devocionar a La Paloma en un pequeño recinto instalado en el patio de caballos, según entran vestidos de luces, a mano izquierda. Es la capilla, es decir, el lugar en que “se recoge el recogimiento” de unos jóvenes –más o menos—que se van a jugar la vida unos minutos después de levantarse del reclinatorio. Les contempla desde su retablo la Virgen de la Soledad, que así reza el párrafo que subtitula a la imagen, pero entre paréntesis se aclara: de la Paloma.

Es, si no yerro, la única Virgen que ha servido de inspiración a una obra emblemática del “género chico”, aunque debería denominarse “la hermana pequeña de la ópera”, una obra excepcional, deslumbrante de colorido y coralidad, ingenua e insinuante, ideal para gozar con la música de un genio de esta modalidad, el maestro Tomás Bretón. “La Verbena de la Paloma” es una fantasía musical que debería ser más difundida y explicada, porque es una de las piezas más importantes de una peculiar y ancestral modalidad que une voces e instrumentos musicales a gran escala. Una gozada, una más, genuinamente madrileña.

Es momento, pues, para volver la mirada a las plazas de toros, donde hoy se la juegan cientos de toreros que militan en sus respectivos escalafones. Y echar un vistazo, también, para allá arriba, porque en esa dirección, y en este día 15 de agosto, el cristianismo recuerda que fue la asunción de Nuestra Señora, la titulada en Madrid de la Soledad. Pero no están solos los toreros, y menos en Madrid. Están a buen recaudo (¡música, maestro!), “por ser la Virgen de la Paloma!”.