La corrida del “casi”

Las VentasMorante, chispazos de inspiración

Ir a los toros en Madrid el día de cartel “rematado” puede ser una aventura peligrosa. Sobre todo si vas en coche. Te puedes encontrar un atasco monumental en la M-30 y tener que aguantar el mosconeo de las motos haciendo filigranas por entre la jauría de motores de cuatro tiempos que están parados –paralizados— en una encrucijada imprevista. Me van a perdonar, pero creo que los de las motos, en Madrid son gente subversiva que alardea de impunidad por la máscara del casco que les oculta el rostro y se pavonean de su levedad y menudencia para infiltrarse en el caos circulatorio. No hay materialmente un hueco por donde torcer el volante y meter el morro de tu automóvil, que sigue inmóvil, a no ser que le eches mucho morro y te juegues un leñazo con paragolpes abollado o una bronca estúpida con el increpante de turno. Morante tiene mucho que ver con la degradación de la movilidad en la capital del Reino, el día que torea en Las Ventas. El morantismo es directamente proporcional al amontonamiento colectivo, al desorden de las masas amorfas. Si cuando te vas acercando a la plaza de toros de Madrid contemplas o percibes alguno de estos síntomas, el diagnóstico no falla: Torea Morante.

Ayer toreaba. Estaba anunciado en los carteles junto a Julián López, El Juli y Tomás Rufo, con toros de Alcurrucén. Al entrar en el patio del desolladero, hay que abrirse paso entre la marea de codos que bracean sin pudor alguno, y al llegar a la galería de planta baja, la cola para aliviarse en los aseos no tiene nada que envidiar a las del INEM o la Seguridad Social, pongo por caso. Y después de la corrida, tres cuartos de lo mismo. Morante atrae, subyuga, apasiona…, pero, háganme caso, es el culpable del caos circulatorio de Madrid, entre la seis de la tarde y las diez de la noche.

Vayamos a lo nuestro, al lío, que diría un castizo: ¿Qué pasó durante la tarde de toros del día de ayer? Pues, casi nada… y casi todo. Fue la corrida del “casi”.

Para empezar, los toros de Alcurrucén no dieron la talla. Ello no quiere decir que fueran cortos de ella, de esa talla que eleva el listón de exigencia para una Plaza de primerísima categoría y una ganadería de prestigio sobradamente contrastado, sino que no mostraron ese famoso “fondo” de bravura encastada. “Hay que esperar, porque los toros de este encaste (Núñez por la vía de Rincón) suelen romper a embestir cuando el torero tiene capacidad para acceder a ese supuesto “fondo” de armario.

Pues, qué quieren que les diga, los de ayer, respondían la clásica tipología de su estirpe: bajura de agujas, cortedad de manos, lomo ensillado y cuernos acapachados, estrechos de sienes y pitón fino. Así se presentaron (casi) todos, tanto los cinqueños, segundo y sexto, como los cuatreños restantes. Muy serios, todos ellos, a pesar de que alguno fue (casi) protestado. También la mayoría empujó en varas con fijeza, algunos, incluso romanearon en la suerte de varas, pero solo el tercero acudió a la muleta con tranco largo y alegre, embestida humillada y notable fijeza. El resto, se vinieron abajo sin paliativos, entregando la cuchara antes de lo previsible, salvo el primero, que fue, quizá, el toro más malo de la feria de San Isidro: ni se arrancaba, ni amenazaba a nada ni a nadie. Era la negación absoluta del toro bravo. Por tanto, los toreros hubieron de aprovechar los momentos de “lucidez” de los alcurrucenes, para lucir ellos, su capacidad artística, su magisterio y su indomable ansiedad por alcanzar el triunfo. Naturalmente, me refiero a los intervinientes, por orden de antigüedad.

Morante, se limitó a quitarle las moscas al toro malo de solemnidad que abrió el festejo, antes de liquidarlo de pinchazo y medio bajonazo (no se merecía otra cosa, el toro) y (casi) le pitaron; pero supo extraer del cuarto las pocas y nobles embestidas que le ofreció en un quite a la verónica, replicando a las chicuelinas de El Juli, en el comienzo de faena con pases que rememoraban el del “celeste imperio” de Rafael el Gallo, y en dos tandas de muletazos con la mano derecha, templando con mimo y cadencia el paso lento del cornúpeta por delante de su barriga (la del torero). Fueron las únicas ocasiones que los “oles” inundaron el ambiente. Lástima que lo pinchara antes de la estocada, con ambas entradas de impecable derechura, dejando el premio en una gran ovación y las espadas en alto para el próximo 2 de junio. El Juli también hubo de realizar un soberano esfuerzo para superar la irascibilidad de un sector de público en su contra y las embestidas anodinas y ovejunas del segundo toro, que se desplazaba con palmaria nobleza. Le cogió pronto la onda a este toro El Juli, sacándole el máximo provecho. También en el quinto, otro sansirolé de toro, que embestía andando, Julián sacó leche de un botijo, al punto de que hubo algunas series de pases con ambas manos en que “empujó” con la voz su tristona acometida. Le decía al animal: “¡vamos toroooooo…!” y el animal, sumiso, seguía la tela escarlata, mientras de los tendidos brotaban los “¡bieeeeen…!” de rigor. Lo dicho: este Juli, es la leche. Fallón hasta la desesperación con las espadas, llegó a escuchar un aviso; pero le aplaudieron con fuerza, y si no llega a fallar tanto y tan seguido hasta corta oreja. ¿Con polémica? Quizá, pero la corta. Polémica igualmente con Tomás Rufo, que se encontró con el mejor alcurrucén de la corrida, jugado en tercer lugar. Toro de galope armónico y trayecto largo, codicioso y noble, al que el de Pepino le propinó dos primeras tandas en redondo de mucho contenido y gran cantidad de pases, tantos que pronto el animal comenzó a dar síntomas de agotamiento. Y el propio agotamiento llevó también al público a menospreciar la labor del torero, en algunas fases ciertamente lucidas, como en los lances de capa liminares y en las tandas finales, templadas y de ritmo sostenido. ¿Qué falló? Pues además de la espada --pinchazo y bajonazo-- sentido de la medida. Con más espacios entre las series, el toro, probablemente, hubiera recuperado aliento y el torero encontrado el dichoso “fondo” de Alcurrucén. El sexto, otro toro cinqueño, de gran seriedad, con dos leños de cuernos arremangados y astifinos (¡Afeitado!, gritaron desde allá, ¡madre mía!), al que colocó Fernando Sánchez dos soberbios pares de banderillas, parecía embestir con el freno de mano echado, se le gripó el motor y se cayó de culo. A este sí le propinó un estoconazo.

Resumiendo: la segunda cita de Morante con la afición de Madrid colapsó el tráfico rodado y peatonal y llenó la Plaza hasta las tejas (casi 23.000 espectadores); pero ni él ni sus compañeros alcanzaron la altura de la expectación generada. Los tres toreos estuvieron a punto de tocar pelo. Faltó, eso, un pelo. Y el “fondo” redicho de este ganado. Y que la espada no se les atascara a los espadas. Al final, todo se hizo humo. Las corridas del “casi”, para bien o para mal, apenas dejan huella.

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